A Mamen Mendizábal (Madrid, 1976) le entró el veneno del periodismo leyendo. Intuyó que se hizo mayor cuando transitó de El pequeño Nicolás a las novelas de Julio Verne. Se supo sacerdotisa de la profesión años ha, cuando el despertador, a eso de las cuatro de la madrugada, le invitaba a salir de la cama para peregrinar a la Cadena Ser y ponerse a las órdenes de Iñaki Gabilondo. Punto de fuga fue su primer programa radiofónico propio. Después, saltó a la televisión —TVE, LaSexta—, conquistó la franja vespertina con Más vale tarde, se cansó, participó en otros proyectos —el último, Anatomía de…, cuya nueva temporada se halla a tiro de piedra— y recibió una pila de premios, como el Ondas o el Salvador de Madariaga de Televisión. Aquí conversamos, fundamentalmente, sobre libros y lecturas con una mujer lista, brava y firme que adora las novelas de José Luis Sampedro y de Almudena Grandes. Antes, sin embargo, hablamos de lo que se cuece en nuestro gremio.
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—Señora Mendizábal, ¿por qué se hizo periodista?
—Me hice periodista porque tenía claro que me gustaba leer, mucho más que escribir, y porque, a través de la lectura, descubrí un montón de aventuras que habían vivido periodistas. El primer descubrimiento de los viajes, del mar, del amor, del sexo, vino a través de la literatura. Y me parecía que el periodismo combinaba algo que me apetecía, el afán de aventura, una vida de viajes, con la lectura y la escritura.
—Marlasca padre decía que nuestra profesión debía ejercerse “como un sacerdocio”. ¿Suscribe?
—He vivido muchos años en el sacerdocio del periodismo. Cuando trabajas en un programa diario… Empecé con Gabilondo en la radio y me levantaba a las cuatro de la mañana para empezar, a las seis de la mañana, un programa de seis horas. Eso te lleva a una vida de sacerdocio, de mucha disciplina y mucho aprendizaje. Y, probablemente, de contención para sobrevivir a una década de madrugones. Tienes que tener fe en la profesión. A veces, te tienes que alimentar de tus propias ideas porque el entorno no cumple con las expectativas que tenías al haber estudiado.
—¿Por qué triunfan, en nuestro gremio, los falsos profetas?
—Tiene que ver, en parte, con la tecnología. Creo que nos informamos, sobre todo, a través del teléfono móvil: cadenas de WhatsApp, TikTok, Instagram… La tecnología, la IA o los algoritmos te dan lo que quieres. Si insistes en leer sobre un determinado tema, lo que recibes es más información sobre ese tema. Si manifiestas en tu móvil que estás interesado en la ultraderecha, ultraderecha recibes. Por tanto, el mundo se ha hecho más pequeño. El universo crítico casi ha desaparecido. Tú ya no lees lo que no te gusta ni lo que te molesta. Incluso te ofendes…
—Preventivamente.
—Triunfan los gurús sectarios porque la sociedad también es sectaria. Pasa como con las fake news: dan justo en la diana, trabajan con las emociones, con unas emociones superexacerbadas, con una información sesgada. No importa tanto la verdad, sino que lo que te cuenten coincida con tu esfera de pensamiento.
—Hay medios que utilizan la IA para redactar noticias.
—Lo veo con preocupación. Como periodista y creo que como cualquier ciudadano. Uno, lleva a la destrucción de nuestra profesión, y dos, me parece que la observación, la emoción, el conocimiento, la experiencia, el contexto, todo lo que los periodistas introducimos a la hora de escribir, no existe en la IA. Por tanto, puede ahorrar puestos de trabajo y puede destrozar nuestra profesión. Profesión que no está en su mejor momento.
—¿Podría decirme cuál es el momento profesional que más disfrutó?
—He tenido mucha suerte en esta profesión. En la radio, con Gabilondo he disfrutado mucho. Ha formado parte de la construcción de una ética periodística, de una forma de trabajo. De ese aprendizaje, de sentir que me estaba convirtiendo en lo que quería, tuve una sensación de satisfacción cuando terminó esa etapa. He disfrutado mucho los momentos en los que hice mis primeros programas míos, con autoría propia. El primero fue en la Ser, Punto de fuga. Cuando puedes hacer lo que quieres, cuando el editorial es tuyo, cuando le pones la cabeza y el corazón. Disfruté mucho el momento de creación de LaSexta. Vivir el nacimiento de un canal de televisión desde cero, desde que empieza una redacción hasta lo que es ahora, me gustó mucho. Disfruté mucho Más vale tarde, conseguir que un proyecto salga adelante, sea visto por la gente… Y luego, hay momentos puntuales que tienen que ver con el éxito de tus compañeros y con el tuyo.
—¿Alguno que le provocara urticaria?
—Muchos. Los momentos en los que parece que las presiones te van a poder, en los que la idea de la libertad del periodista parece que queda fulminada. O esa parte en la que descubres que no quieres seguir haciendo lo que haces.
—¿Qué no ha hecho en periodismo y le gustaría hacer?
—No he trabajado nunca en un periódico. He colaborado, he escrito artículos de opinión, pero no he formado parte del engranaje de un periódico. Pero me parece que es tarde para eso (risas). Por otro lado, quería haber hecho un parón hace unos años para ir a la universidad y estudiar, pero no lo he hecho.
—¿Qué quería estudiar?
—Me hubiera gustado ir a EEUU a hacer un máster, probablemente, de literatura comparada. Algo que me hiciera renovarme. Pero la maquinaria de la hipoteca (risas), de la vida, de la pareja, de las obligaciones… y, probablemente, los miedos, me llevaron a no hacer ese parón.
—Permítame, dado el calendario, preguntarle si se ha encontrado con algún discípulo de Rubiales a lo largo de su vida profesional.
—Sí, hay muchos rubiales. Los rubiales, para gente como yo que quería ser periodista siendo mujer y con ambición, no sólo nos molestaban, sino que si los denunciábamos, nos volvían a victimizar. Tus jefes, entonces, no miraban a la gravedad de los hechos: la culpable eras tú. La dinámica ha cambiado. No del todo, eh. Los rubiales siguen en las empresas. Son los que dicen: “¡Es que ahora no se puede decir nada! ¿Te puedo dar un beso?”.
—La que se ha liado con Peio Riaño…
—Seguro que conoces a algún rubiales: el manos largas, el sobón… Siempre ha habido algún mote para un compañero o un jefe así. Te avisaban al llegar: “Cuidado, con ese no te vayas sola…”. Lo que pasa es que me construí una armadura, probablemente, llena de bordería, de una personalidad dura, para que esa gente no se acercara. En ese sentido, he tenido suerte; otras mujeres han tenido menos. Endurecerse es un ejercicio incómodo.
—Hablemos de libros, que tengo que justificar la entrevista. ¿Recuerda cuál fue el primero que leyó?
—No te sé decir el primer libro… ¿O sí? (Piensa) Era un libro en inglés que hablaba de un pato amarillo (risas) y que conservamos. Mi infancia, hasta los cuatro años, la pasé en EEUU. A mi padre lo mandaron a trabajar allí, nos fuimos toda la familia. Cuando volvimos, lo hicimos con los libros que manejábamos en aquella época. Realmente, los que recuerdo de mi infancia, con los que pensé “¡cómo me encanta leer!”, eran los de El pequeño Nicolás. Luego pasé a otra colección que llegó en navidades de Julio Verne. Sentí que me hice mayor.
—¿Alguna obra que alimentara su vocación periodística?
—Muchas. Larry Collins y Dominique Lapierre, con Oh, Jerusalén o Arde París, alimentaron muchísimo mi vocación. Kapuściński también. Recuerdo Ébano como un libro que me sujetó a la profesión. Y Pérez-Reverte nos ha sujetado a muchos con Territorio Comanche: nos hizo a todos querer ser corresponsales.
—¿Algún libro que le haya quitado el sueño?
—Este verano leí La frecuente oscuridad de nuestros días, de Rebecca Donner. Me ha quitado mucho el sueño porque cuenta algo que ya sabía y que había estudiado y que tiene que ver con el auge de Hitler. Con cómo se hizo el poder, con cómo la sociedad fue claudicando y cediendo sus derechos. Con cómo es de peligroso que una sociedad pierda su espíritu crítico. Lo he encontrado muy actual, y eso me ha aterrado.
—¿Algún autor u obra que idolatre?
—José Luis Sampedro. La vieja sirena me hizo querer descubrir el mar y sus profundidades. Almudena Grandes, ahora, tan en boca de todos con estaciones y hospitales que van y vienen, ha sido una escritora que me ha abierto a las emociones. He ido a comprarme sus libros en cuanto salían. Almudena Grandes debe estar en el olimpo de las escritoras y no manoseada por la política y sus derivados.
—¿Algún autor u obra que deteste?
—No diré nombres, pero, a través de nuestra profesión y haciendo programas, te toca entrevistar a no sé cuántos autores. ¿A cuántos habré entrevistado? ¿A ochenta o cien? Soy bastante perfeccionista y exigente, no concibo entrevistar a un escritor sin haber leído el libro, y he leído mucho bodrio (risas).
—Qué le voy a decir…
—¡Se te quitan las ganas de leer! He desarrollado la técnica de leer en diagonal, pero, a pesar de ello, le das un tiempo de lectura. Y piensas: “¿Pero cómo pueden escribir? ¿Cómo pueden ser famosos?”.
—¿Algún personaje literario del que se haya enamorado?
—Sherlock Holmes es un clásico del que te enamoras. Y Frankenstein. Me parece que está lleno de matices, es un personaje precioso y muy poco habitual en la literatura. Los feos molan mucho. Y los tullidos y los psicópatas… la gente que se sale de lo normal.
—¿Alguno al que haya querido asesinar?
—Recuerdo La fiesta del Chivo, de Vargas Llosa. Consiguió que odiáramos a Trujillo de una manera orgánica.
—¿Qué está leyendo ahora?
—Ordesa, de Manuel Vilas. Me está gustando, pero me está costando. Lo estoy combinando con el último libro de Arsuaga, que es una tesis doctoral sobre nuestro cuerpo y lo que somos.
—¿Es mejor un hombre que lee que uno que no lo hace?
—Sin duda. Un hombre que lee es la mitad del amor (risas). En mi casa se ha leído muchísimo y, para mí, alguien que lee es alguien respetable por lo que significa el ejercicio de leer. El esfuerzo para encontrar tiempo para la lectura. Y lo que supone de aprendizaje: alguien que lee sabe más que alguien que no lee. Además, la literatura me abre el apetito para otras cosas: me descubre otros mundos y me hace querer leer otros libros.
—Y, para finalizar, ¿qué tiene en agenda?
—Tengo una nueva temporada de Anatomía de… para el prime time de LaSexta. Me gusta mucho que un género como el del true crime, que está tan asociado a la sangre o a la violencia, lo hayamos llevado a la televisión para contar historias de los últimos treinta años de España. El género le da un ritmo trepidante, aporta mucha complicidad con el espectador. Además, quiero hacer un documental, pero se me está resistiendo.
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