El mayor —comandante entre nosotros— Amos Dundee (Charlton Heston), de la Caballería de los Estados Unidos de América, tiene muchas cuentas pendientes. Probablemente, aunque él la desconozca —o quiera, o finja desconocerla—, la primera es consigo mismo. Duro, exigente, intransigente, apasionado, colérico, en su mirada puede haber determinación, pero tampoco oculta la turbiedad de una vida llena de agujeros negros. El Sur, por ejemplo. Porque Dundee es uno de esos chicos del Sur que admira, y deseaba, tener una casa patricia, de esas con columnas blancas, como las que frecuentaba su amigo y su némesis el capitán Ben Tyreen (Richard Harris). Porque Dundee ha nacido y crecido en pleno Tennessee, en Davidson County. Pero Amos Dundee decidió luchar por el Norte cuando la Guerra Civil desgarró la nación por los cuatro costados. Esa es la primera de las cuentas pendientes entre Dundee y Tyreen, porque éste eligió el Sur, su patria, su lealtad emocional. Ambos se hicieron amigos cuando estudiaban y se graduaban en West Point. Las cosas entre ellos se torcieron poco antes de la Guerra Civil, cuando el voto de Dundee sentenció el apartamiento del servicio para Tyreen como consecuencia de un duelo, un episodio en el que sus diferentes concepciones de la vida, el honor y los reglamentos aparecen para dividir y nunca comprender.
Con la Guerra Civil camino hacia su final, estamos en el comienzo de 1865, y tanto Dundee como Tyreen son dos perdedores. Dundee ve evaporada su carrera militar como consecuencia de una controvertida decisión táctica en la batalla de Gettysburg. La marcha de la guerra lleva a prisión, junto con sus hombres, a Ben Tyreen. El Destino, ese nigromante juguetón, los reúne a ambos en la frontera, ¿dónde si no?, en el territorio de Nuevo Méjico. Dundee se ha convertido en un carcelero, como le gusta apodarle Tyreen, de éste y de sus hombres. Pero Amos Dundee no es un tipo de quedarse quieto y aceptar su Destino, así que cuando Sierra Charriba inicia un raid apache arrasando granjas y ranchos, el mayor Dundee decide actuar. Sin claras órdenes para hacerlo, forma una expedición para perseguir y acabar con Charriba. El problema es que Dundee no tiene suficiente tropa para ello, por lo que necesita la ayuda y participación de Tyreen y sus soldados rebeldes prisioneros. El equipaje humano de Dundee, amén de sus deudas pendientes con Tyreen, comprende, entre otros, un inexperto teniente Graham (Jim Hutton), un grupo de soldados de raza negra no especialmente considerados por los rebeldes sureños, veinte tipos nada recomendables y leales a poco más que su devoción por Tyreen, un ladrón de caballos (Dub Taylor), un mulero borracho (Slim Pickens), un religioso ansioso de venganza (R. G. Armstrong), Sam Potts (James Coburn), un baqueteado explorador, y Tim Ryan (Michael J. Anderson), un joven corneta, único superviviente de una masacre perpetrada por el astuto y elusivo Charriba, y por cuyo diario conocemos lo que ocurrió con la expedición Dundee. En un reparto extraordinario, cuyo eje es el combate entre un gran Heston y un insuperable Richard Harris, brilla la pandilla de actores facinerosos, pendencieros, bebedores de la pandilla Peckinpah, gente poco recomendable, salvo si te vas a meter en jaleos peligrosos, como Slim Pickens, Ben Johnson, Warren Oates —que mirará desafiante a la incierta luz del sol, maldiciendo a Dundee, vitoreando al General Robert E. Lee, antes de ser sumariamente ejecutado por desertor por Tyreen—, R. G. Armstrong, L. Q. Jones o John Davis Chandler, junto a veteranos como James Coburn, que parece haber vivido 50 años en la piel del scout Samuel Potts.
Tyreen acepta la propuesta de Dundee porque sabe que a él y a sus hombres, que vegetan miserablemente en la prisión, quizás les aguarde la horca, pero sella un pacto de honor con su antiguo amigo: servirán bajo sus órdenes pero solo hasta que detengan a Sierra Charriba o lo destruyan. Luego serán libres. Dundee no tiene autoridad alguna ni para alistarlos en su empresa ni para permitir su libertad, pero el antiguo militar reglamentista contempla a Charriba como el capitán Ahab a Moby Dick. En Gettysburg fue más allá de las órdenes, y ahora, en el remoto territorio de Nuevo Méjico, no está para gabelas ordenancistas.
La expedición, tras varias escaramuzas y emboscadas con los apaches, se interna en su persecución en Méjico, y allí se ve involucrada en la lucha entre las tropas francesas de Maximiliano de Austria y las mejicanas de Juárez. De esa manera, Major Dundee combina con habilidad y astucia los territorios de películas como Fort Bravo, Veracruz, Más allá de río Grande, preludiando tanto a Grupo salvaje como a La venganza de Ulzana. Méjico y la Revolución, con permiso de Arturo Pérez-Reverte, es territorio Peckinpah, un territorio que funge en sangre y fuego, en amores interrumpidos, en alcohol con el que enjugar los negros abismos de la conciencia, como le ocurre a Dundee tras conocer a Teresa Santiago (inolvidable Senta Berger), la viuda austríaca de un médico ejecutado por los franceses por apoyar a la gente de Juárez y perderse luego, herido y humillado en los arrabales. La expedición está a punto de irse al garete, y si Dundee y Tyreen deciden volver a cruzar el río Grande —los americanos, los héroes, cansados, derrotados, decepcionados, como Ulises, siempre regresan a casa, a un hogar que quizás ya no exista sino en sus recuerdos más borrosos—, es porque es hora de confesar lo vacío de sus vidas. En ese frágil itinerario de regreso encontrarán a Sierra Charriba y a las crueles y vengativas tropas francesas. Es ahí, en el cruce del río Grande, en el que la grandeza de Benjamin Tyreen, el caballero fracturado del Sur, brilla fordianamente en un final deslumbrante por su sabor shakespeareano, homérico, banderas recobradas, grandeza en el corazón, vida en la muerte, amistad tras la traición.
La historia de Charriba, Dundee y Tyreen se cuenta en Major Dundee (1965), una hermosa e inolvidable película de Sam Peckinpah, que pocos años antes había filmado el testamento crepuscular del western con Duelo en la alta sierra (1962), con Randolph Scott y Joel McCrea. Major Dundee fue masacrada en la mesa de montaje de la Columbia tras un tempestuoso rodaje en Méjico, continuando la turbulenta historia de Sam Peckinpah, siempre en lucha consigo mismo y el mundo, especialmente con cualquier productor que se cruzara en su camino. Peckinpah sobrepasó en tiempo de rodaje y dinero un generoso presupuesto de casi cuatro millones de dólares puesto a su disposición por Jerry Bresler, el capo de la Columbia Pictures. El rodaje era siempre un campo de batalla para Peckinpah, que bebía sin tasa. Heston llegó a rodar algún día en el que el cineasta se declaraba enfermo. Despedía, con frecuencia sin muchas razones, a personal técnico, y enfurecía a Heston, que llegó a cargar a caballo, sable de caballería en mano, contra Sam. Sin embargo, cuando Columbia canceló el rodaje, Heston, que reconocía el talento del cineasta y sentía que estaban rodando una trágica y hermosa parábola sobre la Guerra Civil, en un gesto inusual en Hollywood, renunció a su elevado salario para que Peckinpah pudiera finalizar su película. Su generoso sacrificio apenas lo pudo aprovechar el director, que tras algunos días de rodaje vio cómo Columbia cancelaba definitivamente el rodaje. En la mesa de montaje había material para una película de 4 horas y 38 minutos, reducida finalmente a una versión de 156 minutos. Nada raro, porque inicialmente Bresler y la Columbia habían previsto la película como una producción aún más larga, pero una preview, según el estudio desastrosa, llevó a reducir el metraje a 123 minutos, que fue como se estrenó, añadiendo una banda sonora que Peckinpah detestaba. Este clamó contra el montaje, porque a su juicio distorsionaba su idea de película y especialmente la compleja personalidad de Dundee y el sentido de su expedición contra Sierra Charriba. En 2005, y con referencias a las notas del director, se presentó una nueva versión de 136 minutos que actualmente puede verse en DVD.
Como en tantas ocasiones —La saga de Anathan, de Von Sternberg, La vida privada de Sherlock Holmes, de Billy Wilder o Blade Runner, de Ridley Scott—, lo que ha quedado de Major Dundee es una obra maestra plena de vigor desesperado y romántico, compleja, apasionada, brillante visualmente, audaz narrativamente, un poema rodado a sangre y fuego en el que las pasiones, los vicios, los pecados y las virtudes humanas arrasan las vidas de unos personajes atrapados en la permanente frontera de la vida. Desde que vi Major Dundee en una deteriorada copia en el cine Quevedo de Madrid, nunca he dejado de emocionarme y recordar las imágenes de esta película tan llena de fuego y vida.
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Major Dundee (Mayor Dundee, 1965). Producida por Jerry Bresler para Columbia Pictures. Dirigida por Sam Peckinpah. Guion de Harry Julian Fink, Oscar Saul y Sam Peckinpah, sobre un argumento de Harry Julian Fink. Fotografía de Sam Leavitt, en Eastmancolor-Pathécolor-Technicolor y Panavision. Montaje de Howard Kunin, William L. Lyon y Donald W. Starling. Música de Daniele Amfitheatrof y una marcha, «Sing A-Long Gang», de Mitch Miller. Dirección de arte, Alfred Ybarra. Vestuario, Tom Dawson. Interpretada por Charlton Heston, Richard Harris, Jim Hutton, James Coburn, Michael J. Anderson jr., Mario Adorf, Brock Peters, Senta Berger, Ben Johnson, Warren Oates, Slim Pickens, R. G. Armstrong, L. Q. Jones, Dub Taylor, John Davis Chandler, Karl Swenson, Albert Carrier, Michael Pate, José Carlos Ruiz, Begoña Palacios, Aurora Clavel, Enrique Lucero, Francisco Reiguera. Duración: 123 minutos; 136 en la versión de 2005.
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