«Macarra de ceñido pantalón, Pandillero tatuado y suburbial», con estos versos comienza la primera estrofa del gran himno quinqui escrito por Joaquín Sabina, «Qué demasiao», una canción homenaje a uno de los bandoleros más famosos de la transición, José Joaquín Sánchez Frutos, El Jaro. Sus andanzas fueron retratadas en una de las cintas más populares del cine dedicado a estos jóvenes delincuentes, Navajeros, dirigida por Eloy de la Iglesia. Desde finales de los 70 hasta bien entrados los 80, los españolitos cabalgamos a lomos de una nueva nación, desde una dictadura en blanco y negro hacia una democracia a la que todavía le faltaba brillo y color. Su realidad más mundana y violenta fue retratada en una serie de películas en las cuales los héroes eran adolescentes de gatillo fácil; en las que pululaban macarras de billar, con la camisa desabotonada, que resolvían todo a cabezazos y navajazos; y que estaban protagonizadas por jóvenes, como «El vaquilla» y «El torete», que hacían un puente a un Seat 124, para comenzar su ruta de «tirones», con la misma facilidad que hoy le damos al botón del mando a distancia de nuestro coche. Iñaki Domínguez —el bardo del lumpen patrio—, después del éxito de Macarras interseculares, regresa a las librerías con Macarras ibéricos, una crónica social que hace una clasificación geográfica y por bandas de todos esos chulos, camorristas y canallas a los que cantaba el cantautor de Úbeda.
En Macarras ibéricos, Iñaki Domínguez se pone el traje de antropólogo de los bajos fondos para recuperar la oralidad de una España desvanecida, la de un país de barrios periféricos empobrecidos poblados por hombres y mujeres que emigraron, sin demasiada suerte en muchos casos, del campo a la ciudad, para cambiar necesidad por miseria. Algunos de sus hijos prosperaron, otros sobrevivieron y unos cuantos se rebelaron, pero no lo hicieron para lograr conquistas sociales sino para estrellarse contra la vida con la jeringuilla en una mano y el estilete en la otra. Domínguez nos lleva de los territorios de los raperos del sur de Madrid a la Ruta del Bakalao levantina, de los recovecos más peligrosos de la Mina barcelonesa a las Tres Mil Viviendas de Sevilla y al Bilbao preGuggenheim de la heroína. En este nuevo viaje del autor de Macarrismo también hay lugar para la política, con el relato de las de los peligrosos cachorros falangistas de Primera Línea, adictos a las artes marciales y los nunchakus, que acabaron controlando las puertas de las discotecas más famosas de Madrid.
Tampoco faltan en este jugoso volumen las referencias a las tribus urbanas. Algo que nos alegra especialmente —por su toque nostálgico— a los que estudiamos en colegios, institutos y centros de FP (Formación Profesional) en los que los alumnos nos dividíamos en punks, heavys, rockers y pijos, en función de nuestros gustos musicales y de las zapatillas que calzábamos: náuticos, Yumas, botas militares, Paredes… Unas aulas en las que Rosendo, el Pirri y los Hombres G competían en importancia con los Reyes Católicos, Sócrates y Santiago Ramón y Cajal. El autor de Homo Relativus bucea en la leyenda para trazar un libro necesario —y muy entretenido— para comprender quiénes fuimos a través de un sórdido bosquejo del lado más oscuro de nuestro pasado. Y esto lo consigue gracias a su minucioso trabajo de documentación, apoyado en los testimonios de los que vivieron ese inframundo de talco y goma quemada. Iñaki Domínguez escribe desde la observación y no desde la admiración. Esto último contribuye a que Macarras ibéricos sea un ensayo brillante gracias, en buena medida, al gran acierto de borrar las aureolas míticas a este mundo delictivo que nos sigue resultando tan irresistible desde la seguridad y la tranquilidad de nuestros hogares.
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Autor: Iñáki Domínguez. Título: Macarras ibéricos. Editorial: Akal. Venta: web de la editorial.
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