Cuando Arturo Pérez-Reverte llamó a Luz Gabás para invitarla a participar en el libro Bajo dos banderas, una antología de relatos de españoles en la independencia norteamericana, la escritora no llegó a imaginar que su relato sobre el gobernador de Luisiana, Bernardo de Gálvez, acabaría en una novela ganadora del Planeta. Y así fue.
Todo transcurre en 1763, cuando Francia cede a España parte de las indómitas tierras del Mississippi. Son los años de las rebeliones contra los españoles, la guerra de norteamericanos contra ingleses por la independencia de los Estados Unidos y la lucha desesperada de los nativos indios por la supervivencia de sus pueblos.
“Yo viví y estudié un año en California. Conozco el tema de las misiones. Además, la madre de la familia americana que me acogió tenía sangre y facciones nativoamericanas. Eso siempre quedó ahí. Cuando surgió Bajo dos banderas, en el cuento para Zenda recuperé a Bernardo Gálvez y escribí un relato basado en la vida de su mujer”. A partir de ahí comenzó a carburar esta historia escrita durante la pandemia y de la que Gabás habla una mañana de noviembre, en plena promoción del premio.
Nacida en Monzón (1968), esta filóloga inglesa que opositó para dar clase a ingenieros lo dejó todo en 2007. Quería dedicarse a escribir. Así que se mudó al valle de Benasque. Tras ejercer como alcaldesa del PP en esa localidad, irrumpió con Palmeras en la nieve, un éxito de ventas que se nutría de la biografía familiar —su padre viajó a Guinea Ecuatorial en los años cincuenta— y a la que siguió Regreso a tu piel.
Con Como fuego en el hielo, una novela ambientada en los pirineos durante el siglo XIX, Gabás cerró su llamada «trilogía emocional» y abrió un nuevo ciclo literario, aunque bien podría decirse que lo afianzó. Todo lo que Luz Gabás escribe tiene que ver con la identidad, la pertenencia a un lugar a o una cultura y la exploración de la memoria y el origen como el principal conflicto de sus personajes. Lo hizo en sus primeros libros. Así lo hizo en El latido de la tierra y lo retoma ahora con Lejos de Lusiana.
*******
—La historia de Suzette e Ishcate es más política que amorosa.
—Claro que esta historia de amor es política. Cada protagonista, y también los tres personajes principales de la novela, representan a un grupo social de ese contexto. Ishcate ha crecido educado por los jesuitas, conoce la religión católica y la lengua francesa. Eso lo acerca a ambos mundos. De lo contrario habría sido demasiado forzado. Está, por supuesto, la hija del criollo triunfador, que contrae matrimonio con un hombre acorde a su posición, pero ella acaba enamorándose de Ishcate.
—¿Qué relación tiene esta novela con la «trilogía emocional»?
—Hay muchas similitudes. Cuando diseñaba a Ishcate pensaba en el Pirineo y en cómo se ha transformado con la llegada del turismo. Ishcate era perfecto, la excusa ideal para ilustrar una sociedad mestiza. Todos vivimos atrapados, como mínimo, entre dos mundos. Los hijos de padres de dos países distintos, las personas que vienen del mundo rural y se trasladan a las ciudades… Suelen ser las terceras generaciones las que se cuestionan sus raíces. La gente quiere saber de dónde viene. De hecho, la búsqueda de la identidad es un signo de nuestros tiempos.
—Se sabe poco de la participación de España en la independencia de EEUU.
—España poseyó la Florida, California y Luisiana. Fueron solo 40 años, que es muy poco tiempo comparado con Latinoamérica, donde estuvieron siglos. De aquellos territorios los españoles no obtuvieron nada excepto gastos. La mayoría de quienes viajaron hasta ahí eran malagueños y canarios. Bernardo de Gálvez, el gobernador de Luisiana, era de Málaga. Estamos hablando de miles de kilómetros, de naturaleza, en pequeños asentamientos, rodeados de nativos hostiles. No se colonizó nada. No regresaban con barcos cargados de oro ni consiguieron fieles, porque todo estaba en manos de los franceses.
—Ishcate se debate entre su identidad como indio y europeo. ¿Cómo cree que será percibido ese debate en tiempos de revisionismo?
—Soy consciente del momento en el que vivimos. Hay revisionismo y cancelación. Lo primero que quiero es saber y contar, que el lector juzgue. Otra cosa es que hubiese querido escribir una novela denuncia, pero eso no me corresponde a mí. Dentro de la novela hay reflexión sobre la colonia y las barbaridades que se cometieron, pero la gente hizo su vida en esos contextos.
—Se enamoraba, se casaba, emprendía negocios…
—Quise descubrir algo que ha pasado desapercibido. No tengo miedo a bucear en el pasado ni a montar mis historias en el pasado, y ahora que nos hemos convertido en una sociedad tan nostálgica pienso mucho en lo que dice Svetlana Boym: hay una nostalgia reflexiva, que es la mirada al pasado para aprender sobre él, y la restaurativa es la mirada al pasado para corregirlo, y por lo tanto reescribirlo. Eso es un error. Ella tiene una frase que dice que el siglo XX comenzó con grandes ilusiones y terminó carcomido por la nostalgia, que es un rasgo del romanticismo.
—¿Puede esta novela considerarse histórica?
—Participo en muchos congresos de novela histórica con otros escritores. Hay consenso al momento de diferenciar la historia novelada de la novela histórica. En esta última entra todo. Hasta la ucronía puede formar parte de una novela histórica. No hace falta que un libro esté protagonizado por un emperador para que sea novela histórica. Así que estoy absolutamente convencida de que mi novela es histórica.
—En tiempos de autoficción, ¿qué papel juega una novela como ésta?
—En todas las novelas está el alma del escritor. En mis libros vuelco mi visión del mundo. Hay un diálogo permanente sobre lo que he vivido y leído. No necesito escribir autoficción, aunque si te fijas te darás cuenta de que eso es un signo del momento tan neorromántico que vivimos.
—¿A qué se refiere?
—Somos neorrománticos. Vivimos en los restos del romanticismo o en una especie de nuevo romanticismo. En el siglo XIX eso lo vivieron cuatro intelectuales, pero ahora el romanticismo ha llegado a la masa: exaltación del yo, la búsqueda de la identidad, la relación del individuo con la sociedad, los nacionalismos… Es lo mismo. Por eso el auge de la autoficción. Todos quieren hablar de sí mismos. A mí me gusta crear historias de gran arquitectura y que abordan las preguntas sobre la identidad y la relación de las personas con el lugar al que pertenecen. Está presente desde Palmeras en la nieve.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: