«Pensé que cuando el artista trabaja con su sensibilidad,
la extrema, la tensa, la abusa. Y el arte deja abatimiento y temor…
El Arte surge de estados enfermos en lúcidas mentes exaltadas.
Hoy he muerto cinco veces. Vive el artista entre neuras y abismo»
(Estados enfermos, L. A. de V.)
Luis Antonio de Villena nació en Madrid el 31 de octubre de 1951 y de sobra es conocido por su entrega y su culto al Arte y la Belleza en cualquiera de sus manifestaciones. Se licenció en Filología Románica, estudió lenguas clásicas y orientales, y nunca ha dejado de estudiar ni de cultivar su sensibilidad artística, pues para él, dejar de hacerlo, dejar de aprender, sería caer. Es autor de ensayos literarios, de novelas y memorias, pero, sobre todo, de poemarios. La poesía es lo que le ha otorgado el mayor reconocimiento por parte de la crítica y del público. La suya, es una poesía que a veces resulta incómoda por no ser convencional, sino transgresora e inconformista; por tener una voz propia. La originalidad o excepcionalidad, lo singular y auténtico, bien se sabe, en ocasiones no se comprende y por ello se evita, se deshecha y hasta de desprecia. Uno debe encontrar su propio camino y construirlo, tal y como hizo Luis Antonio desde que empezó a leer y escribir, manteniéndose fiel a su carácter esteta, a su vestimenta, a su voz engolada, a la intimidad que mantiene velada con sus inconfundibles lentes sombreadas. Nos vimos hace unos meses y de dicho encuentro surgió esta conversación donde se habló de política, de escritura, de bondad, de cultura, de arte y, cómo no, de belleza. De aquello que le ha convertido en el ser humano, hombre, escritor y poeta, que hoy es.
—Querría empezar hablando de su último poemario Lujurias y apocalipsis (Visor, 2022), y del Postfacio, donde, además del halo nostálgico que transmite cuando hace referencia a la decadencia del mundo actual y critica la realidad de estos tiempos, señala “Hace ya años que vivo refugiado y huyendo”. Huyendo… ¿quizá como Rimbaud, que siempre huía y huía?
—Sí. Lo que pasa que como Rimbaud… No creo. Él era joven, falleció con 37 años, y en realidad ya llevaba mucho tiempo huyendo. La vida poética y literaria Rimbaud es muy breve. Su máximo esplendor lo alcanzó a la edad de 20 años. Luego ya, al final de sus días, estaba ajeno a todo. En mi caso cuando digo que estoy huyendo, lo expreso en un sentido metafórico. A mí no me molesta la realidad. A mí la realidad me gusta, me ha gustado siempre. La realidad tiene sus luces y sus sombras. Hay una parte de la realidad, en cualquier época, muy mala y otra muy buena. Lo que creo es que actualmente hay un cambio de mundo. Estamos en una etapa en la que se está produciendo un cambio de época, que es muy claro, pero además un cambio de mundo. Un cambio de valores, un cambio de sensibilidad, un cambio enorme, enorme, que otras generaciones no lo han vivido tan deprisa ni tan brutal. Y eso está produciendo, por supuesto, una bajada en la cultura enorme. La incultura es apocalíptica, verdaderamente, y, lo más grave, la educación. La gente es maleducada, es grosera… y ahí, y esto hay que decirlo, hombres y mujeres están a la par. Es decir, tan mal educadas son las mujeres como los hombres. Y a veces, perdóname decirte, más, más las mujeres.
—¿Por qué lo considera así?
—Porque se han creído, después de mucho tiempo de sometimiento y de injusticias contra las mujeres, pues de repente se han sentido como más… Cosa que tendría su explicación si fuera para bien, pero cuando es para mal, pues aún añade problema al problema global de la falta de educación, de la falta de cultura, de la falta de rumbo, de la necedad de los políticos, porque los políticos de derechas son malos y los de izquierdas son peores, porque sobre todo han deshecho la idea de la izquierda, no han hecho avanzar la idea de la izquierda. La izquierda en este momento es anticuada.
—Anticuada, ¿en qué sentido?
—Yo por ejemplo cuando fui a la universidad el primer año, a finales de 1968, al lado del mayo francés famoso, bueno, pues los discursos de ahora, sobre todo los de Podemos, los de esa pareja horrible que formaron Iglesias y Montero, que son un hombre y una mujer que parecen agresivos, que parecen lobos dispuestos a dar dentelladas al primero que aparezca, son lo peor que puede haber en la imagen de un político. Con aire de agresividad, de venganza, de afán destructivo. Son espantosos. Ahora los políticos de la izquierda han perdido referentes, han perdido actualización, no se han actualizado, y los discursos que yo oía cuando llegué a la universidad son idénticamente los mismos que dicen ahora. Entonces sensación que me da es que hay algo raro ahí, sobre todo en los discursos de Podemos. Todos los de Podemos hacen discursos de mítines, pero de mítines universitarios de los años 60, y eso es absurdo, ¿no? Pablo Iglesias apelando al Che Guevara, que todo el mundo sabe que fue revolucionario, un dictador, un señor que mataba a todos los que no estaban de acuerdo con él, porque al que no estaba de acuerdo con él, lo fusilaba. Y claro, el lado romántico que pudo tener el Che Guevara al principio, ya no lo tiene. No digamos la Unión Soviética, o similares, que no sólo eran dictaduras, sino que eran lugares donde la gente vivía medio prisionera y, además, muy pobre, como ocurre actualmente en la Cuba de Castro. Entonces, que estén moviendo esas cosas: el castrismo, el Che Guevara… todo ese tipo de historias viejas y que además es que han fracasado… Lo de menos es que sean viejas. Lo de más, es que han sido fracasos históricos perfectamente constatados. Y eso hace ver la chatura de la izquierda actual. Yo me he considerado toda mi vida de izquierdas, pero a estos no los votaría jamás.
—¿Jamás u hoy por hoy no?
—Hoy por hoy no.
—¿Y qué tendría que cambiar?
—Tendría que cambiar el discurso porque su discurso actual es absurdo y viejo, completamente viejo. Sobre todo, defendiendo cosas que sabemos que han fracasado, que son un fracaso histórico, como demostró la caída del muro de Berlín en el año 1989, que estos parecen no haberlo ni olido y, sin embargo, aquello deshizo los partidos comunistas por una razón, porque vieron que podría haber sido muy bueno en la teoría, pero en la práctica… fracasó. Y eso es así. Entonces eso es de lo que yo me quejo. Un poco de vivir de esa manera, de este mundo lleno de crisis, lleno de cambios… La tecnología, por ejemplo, ha hecho mucho. La tecnología ha ido muy deprisa, y la tecnología y las nuevas tecnologías tienen cosas que están muy bien y otras que no.
—¿Como por ejemplo…?
—Las redes sociales. Nos hemos metido en las redes sociales donde hay algunas cosas buenas y otras que son chuscas, que son baratillo, que son necedad. Se supone que las redes sociales reflejan a las personas, ¿no? Pero lo que reflejan es que no hay nada, que todo es mínimo, todo es ínfimo. Tú pones Instagram y ves a unos jovencitos haciendo vídeos pequeñitos donde hacen como dos bailecitos. Una cosa… una cosa necia, propia de personas… ¡y eso que son jóvenes! Chicos y chicas jóvenes, pero estúpidos. Auténticamente a quienes no se les puede decir otra cosa que estúpidos. Cabezas vacías y probablemente esto ocurra porque los padres también son cabezas vacías. En la unión de padres e hijos, la mayoría de las veces esa unión es muy muy fuerte. Y si un hijo sale maleducado, es porque los padres son maleducados. Y esto es así en la educación y lo es en todo.
—Decía Pessoa que la libertad es la posibilidad del aislamiento o de mantenerse aislado. ¿Cree que cuánto más mayor se hace uno, más demanda esa libertad y, por ende, ese aislamiento?
—En general, cuando alguien se va haciendo mayor, se aísla porque lo que ha sido tu mundo va desapareciendo. No solamente el mundo físico, sino también el mundo amistoso. Yo tengo muchos amigos que se han ido, que se han ido a vivir a otra parte porque eran mayores. Otros que han muerto…muchos que han muerto. Otros, los menos, pues nos hemos separado por la vida, y tengo muchos menos amigos y muchos menos conocidos que hace 20 años y eso es lo que más te aísla. Te aísla porque tratas a menos gente. Y luego ya de mayor filtras más. No quieres a cualquiera. A los 30 años es muy fácil hacer relaciones nuevas porque uno pues va viendo lo que hay, ¿no? O a los 20, o a los 25, pero a los 70… cambia mucho.
—Hablemos de poesía y de poetas. Si dividiéramos a los poetas en dos categorías, entre malditos y bendecidos, ¿dónde encajaría usted? ¿Se ve como un poeta maldito o bendecido?
—No, bendecido no, porque yo he sido siempre una persona incómoda para el establishment cultural, para el mundo de la cultura. En primer lugar, porque nunca he sido cobista. Es decir, no he ido nunca a pedir favores. Y me ha ido bien porque, digamos, de todo lo que pasaba por delante de mi puerta y me convenía, lo cogía. Pero no he ido nunca a pedir favores. No he sido eso que se dice vulgarmente lameculos. No he sido un trepa, no he buscado trepar para nada porque me habían enseñado que esa actitud del trepa y del lameculos es muy fea, es humanamente fea. Y por otro lado, siempre he sido muy libre. He hecho una literatura, pues que algunos califican de maldita o perversa o sexual o muy muy sexual. Bueno, todas esas cosas son lo que yo quiero hacer y por lo tanto me parece estupendo, pero lo otro no te beneficia para nada. Es decir, el escritor que tiene un triunfo social, que a mí el triunfo social no me interesa mucho, el triunfo social de las academias, los premios… Al escritor que lo tiene, es porque que se ha movido. Que ha ido a hablar con quien conviene, que ha visto al presidente, que ha visto al director de no sé qué Academia, que ha hecho todo ese tipo de relaciones profesionales y yo he sido muy torpe para hacerlas o, simplemente, no me ha interesado hacerlas. Entonces bendito no me puedo considerar. Ahora bien, ¿maldito? Pues no sé. Eso depende de lo que quieras entender por la palabra maldito.
—Maldito, o malditos, como eran considerados los poetas simbolistas franceses de finales del XIX y principios del XX.
—Bueno, en ese sentido, es un mundo que a mí me ha gustado mucho, que me ha interesado mucho y probablemente tenga algo de eso, sin duda, porque lo he leído mucho y lo he trabajado mucho y lo he terminado asimilando.
—Centrándonos ahora en el mito de Prometeo e Ícaro, e interiorizando o asimilando ambos, ¿no cree que los poetas, los literatos, los intelectuales, los autores son, de algún modo, encarnaciones de ambos? De Prometeo porque, dado su oficio portan el fuego de la palabra, del verbo… De conceder ese alumbramiento a la humanidad, pero, asimismo, también Ícaro, porque de tanto querer elevarse, de querer ascender por llegar donde otros no pueden, del alcanzar cierta perfección acaban quemando o derritiendo sus alas.
—Yo la verdad que en esos dos casos me identificaría en todo caso más con Ícaro. E incluso con otro como Faetón, que también es muy parecido a Ícaro. Faetón lleva los caballos del sol y luego no los sabe gobernar y se cae. La idea de ambos es que uno aspire a lo alto, que aspire a la plenitud, a la plenitud literaria y a la plenitud humana. Es decir, a la plenitud del arte y a la plenitud de la vida, y eso en un momento dado, bueno, vas subiendo. Pero es probable que en otro momento te caigas, porque es muy difícil subir hasta lo máximo, aunque la tendencia es a subir porque en la vida hay que intentar subir, pero no por ambición de oficinista, de ganar el puesto siguiente. No.
—¿Qué sería para usted la plenitud artística?
—La plenitud artística serían muchas cosas. La plenitud artística total, pues sería lograr moverte y ser una persona que conoce mucho el arte y que lo puede hacer, o que además lo puede hacer. Porque hay gente que puede ser muy conocedora del arte, pero que luego no puede hacerlo. Eso es un poco lo que llamaba Cocteau el Eros áptero. El Eros áptero, era un eros sin alas. Una persona que desea hacer cosas, que conoce, que conoce tanto el mundo del arte que él desea crear también. Desea ser creador y sin embargo no tiene fuerzas para hacerlo: le faltan las alas. No puede volar porque carece de ellas. Tiene el deseo de que puede hacer cosas y no llega a hacerlas porque no puede. Y por mucho que nos quieran decir que todos somos iguales, todos no somos iguales. Todos deberíamos tener igualdad de oportunidades eso sí, pero luego hay gente tonta y gente lista. Hay gente dotada para unas cosas y no dotada para otras. Yo por ejemplo para las tecnologías soy un cero, tengo que pedir ayuda por cualquier bobadita. La plenitud al final es que tú llegues donde puedas.
—¿Y usted ha llegado?
—Bueno, yo no sé si he llegado porque creo que hay más, que siempre hay y se puede hacer más. Yo tengo una obra grande. Tengo poesía, novela, ensayo… pero siempre se puede hacer más.
—Alguna vez se dijo de usted que solía utilizar la erudición como modo de seducción. ¿Se ha servido de ello para seducir?
—Yo he sido siempre una persona muy lectora, me ha gustado mucho leer. Me gusta mucho aprender. Siempre he contado que mi primera vocación cuando era adolescente, o casi casi ni adolescente, era ser sabio. A mí me gustaba saber. Me gustaba y me gusta aprender. Pienso que cada día aprendo algo. Para mí…no es que me haya servido, no me he servido de ello, es que me ha salido solo. Quiero decir que como es algo que forma parte de mi vida, no puedo prescindir de eso. Para mí la cultura no es un adorno, es una parte de mí. Entonces como es una parte de mí, no puedo decir «ahora voy a utilizar elementos culturales». No. Esos elementos me salen solos porque están totalmente imbricados en mí mismo, y la cultura me sale natural. No hay ningún esfuerzo en que me salga ni siquiera ninguna intención de decir «ahora voy a hacer un lucimiento erudito». No. El lucimiento erudito es feo, a no ser que seas un ensayista. El lucimiento erudito no tiene sentido, lo que tiene sentido es que la cultura fluya de una manera natural como parte de tu vida, porque entonces se ve que es natural, que no está impostada ni traída porque la has captado y las has metido ahí, sino que ha fluido de manera natural.
—¿Quizá por eso también se dice que lo suyo es culturalismo vital?
—Sí, sí. Culturalismo vital porque para mí todo lo que es cultura está imbricado en mí y no podría escribir sin eso, forma parte de mi vida. No porque lo meto como un adorno, sino porque forma parte de mí, entonces sí aparece por todos los lados. Pero yo creo que está muy metido dentro. A veces incluso pienso que algunos de mis textos el lector podría no saber muy bien la referencia. Si la sabe, mejor, pero si no lo sabe, no pasa nada, no se va a perder mucho. Quiero pensar que no sería un entorpecimiento enorme para él entender el poema por no haber sabido qué o quién era el nombre del cuarto verso, por ejemplo.
—¿Cuáles diría que son las armas o las herramientas más seductoras del poeta?
—Pues la bien hechura del poema, por ejemplo, que suene bien, que sea bonito, que halague el oído, que halague los sentidos y la sensibilidad. Si el resultado es que el poema seduce, mucho mejor evidentemente. ¿Qué mejor que un poema que seduzca, o una novela que seduzca o un cuadro que seduzca? En realidad el arte debe ser seductor en ese sentido. En el sentido de atrapar, de atrapar al que mira o al que lee o al que oye música.
—¿La belleza se tiene, se encuentra o se educa?
—Yo creo que la belleza se tiene, se encuentra y también se educa. Hay una belleza interior que tú tienes que tener, o que tienes que cultivar porque tampoco está siempre ahí. Hay que irla cultivando para que crezca, para que se perfeccione. Y luego está la belleza exterior, que es la belleza del arte o la belleza física. Yo he sido toda mi vida muy sensible a la belleza física, a la gente guapa. A mí lo que más me gusta es ver a alguien guapo y a veces me ha ocurrido una cosa muy rara… Si yo estoy aquí, por ejemplo, tomando una copa, y en la otra mesa hay tres personas muy atractivas, físicamente muy atractivas, puedo estar media hora, o más, mirando y no me doy cuenta del tiempo que pasa. Y me quedo mirando porque me hechiza. Yo soy muy muy muy esteta en ese sentido. La belleza me atrae muchísimo, muchísimo. Pero bueno la belleza física, la belleza de un cuadro… todo. Para mí eso es muy importante hasta el punto que probablemente —y ese es otro tema, desde luego—, pero probablemente he perdido mucho en historias de amor, porque me ha importado más la belleza que el amor. Es decir, he estado enamorado más, o me ha gustado más, la belleza física que el amor. El amor me parece bonito, pero luego en la práctica siempre está lleno de desencuentros y de choques, y además es que yo me canso. Me canso de verdad del amor. Del amor me canso salvo de los amores que son, pues el amor de una madre, de eso no. Pero del amor normal, entre personas, me suelo cansar porque necesito cambiarlo. Es algo que me lleva a decir: ¿si hay mil personas guapas, por qué tengo que estar con una, su puedo estar con diez? Algo así, ¿no? Pero eso ya me lo he planteado muy tarde, ya siendo mayor. De jovencito no me daba cuenta. De joven yo pensaba que buscaba el amor, como todo el mundo, y lo iba teniendo, pero es que me duraba siempre muy poco. Hasta que ya, poco a poco, con mucha reflexión, me he ido dando cuenta que en realidad yo no buscaba el amor, que me estaba engañando a mí mismo, que yo lo que buscaba era la belleza. Y entonces, claro, el amor si te sale bien, te lleva a una gran… supongo que a una gran pasión, única y concentrada, aunque creo que nunca es tan fuerte, ¿pero la belleza a qué te lleva? Pues a una gran colección de fotos, te diría. A una especie de álbum lleno de fotos espléndidas. Y yo lo que tengo no es una gran colección de recuerdos de amor, sino que tengo una gran colección de fotos de belleza.
—¿La belleza le ayuda, de algún modo, a no envejecer?
—La belleza te ayuda mucho a no envejecer porque la belleza física se encuentra más bien en personas jóvenes, por lo tanto si tú te diriges más a jóvenes, eso te ayuda a no envejecer porque tratas mucho con ellos. Eso en cuanto a la belleza física. Si hablamos por ejemplo de belleza intelectual, ésta se puede dar y encontrar en cualquier edad. En los jóvenes puede haberla, pero está haciéndose, está formándose. La belleza intelectual está mucho más conseguida, mucho más cimentada, y ya es mucho más fuerte en los mayores porque llevan mucho más tiempo cultivándola. Claro que hay jóvenes que tienen una gran belleza intelectual y quizá lo más bonito de la belleza intelectual joven, es que es algo que está emergiendo, está saliendo y brota. Está brotando y eso lo hace más atractivo. No porque esté realizada, pues no ha tenido tiempo, sino porque se está fraguando y ves que va brotando y eso es lo atractivo de la belleza intelectual del joven.
—Y dónde reside la belleza interior, dónde podemos encontrarla, qué la define.
—Bueno, pues la belleza interior tiene muchos ingredientes, ¿no? Unos serían morales o éticos, que tendrían que ver con la bondad, por ejemplo. La belleza interior tiene mucho de bondad. La bondad es una de las cosas que a veces están desmitificadas o que se quiere desmitificar la bondad, y la bondad es una de las cosas —cuando es seria, cuando es una bondad seria, no una tontez—, es una de las cosas más maravillosas del ser humano. Cuando tú te encuentras a alguien que es naturalmente bueno, que exuda bondad, eso es fascinante, realmente fascinante. Encontrarse a alguien que tiene una capacidad de dar a los demás y de ayudar a los demás es absolutamente fascinante. Eso es una belleza interior, moral. Luego hay otra belleza interior que es intelectual, basada en el cultivo de la inteligencia, el cultivo de las bellas artes, el cultivo de las Humanidades, que te va refinando la sensibilidad, va refinando el conocimiento, va refinando la posibilidad de análisis, de la historia, del arte, de los trazos… eso también es muy fascinante. Y finalmente, pues estaría luego ya la inteligencia comprensiva, el que todas esas cosas te van a ayudar a comprender el mundo, a entender mejor el mundo, que generalmente es un laberinto, y que además lo que decepciona —cuando intentas comprender el mundo— es cuántas veces se repiten los errores. Es decir, cómo los humanos hemos repetido insistentemente los mismos errores y en la historia casi siempre por culpa de los políticos y de la religión.
—¿Qué debería tener o cómo tendría que ser un político para ser buen gobernante?
—Los buenos gobernantes tendrían que ser personas, simplemente, personas muy honestas. Muy honestas, que tuvieran un enorme grado de honestidad y que no fueron tontos, sino inteligentes y honestos. Yo creo que una persona inteligente y honesta, muy honesta, sería un gran gobernante.
—¿Y poetas o artistas, como gobernantes?
—No, no veo a los poetas y a los artistas tampoco porque a lo mejor como artista le daría como a Nerón: quemar Roma para componer un poema o una epopeya. No, no creo que los artistas sean los ideales, ni los poetas ni pintores, para gobernar. Yo me veo en mí mismo y no creo que fuera un buen gobernante. Lo mejor es lo que te digo: personas inteligentes y honestas y no creativas, fíjate, que no se les ocurra pintar un cuadro o componer una sinfonía o escribir una novela…porque se necesitan personas que estén mucho más metidas en la realidad prosaica, que comprendan bien el mundo, que sean inteligentes y que gestionen esa inteligencia con honestidad. Eso sería lo perfecto de un gobernante o un político, no un artista. El artista igual se cansa. Además, los artistas son un poco ciclotímicos, ¿no? La mayoría somos un poco así, ciclotímicos, pasamos momentos de entusiasmo y momentos de cierto abismo, de cierta apatía… en un momento de subida puede cometer muchas locuras y en un momento bajo, también puede cometerlas, y eso no debe tenerlo un gobernante.
—¿Qué cree que debería tener un buen poeta o creador?
—Para mí una cosa muy importante en un poeta o en un creador es el deseo. Desear. Desear algo. Desear belleza, belleza que puede ser, insisto, belleza física, belleza pictórica, belleza literaria. Que la belleza mueva. A veces la belleza te está moviendo, tira de ti y te mueve. Eso a mí me ha ocurrido muchísimo, me ocurre continuamente podría contarte mil anécdotas (me contó una, tras insistirle, pero lo reservo para otro momento). Y eso entiendo que son atractivos de la vida y que tiene que ver con la lujuria, pero no con la lujuria del sexo, sino con la lujuria de la mente, con la lujuria creativa de la mente que busca otra y busca, asimismo, ampliarse por ahí.
—¿Ha sufrido el miedo de la página en blanco cuando ha tenido que componer o escribir?
—Pues la verdad es que no porque he tenido siempre bastante facilidad para escribir, lo cual no quiere decir que siempre que escriba salga algo bueno, porque te pueden salir unas cosas mejores y otras peores, como es lógico. Escribo todos los días o procuro escribir todos los días, pero escribo poco. No soy de esos que dicen «yo estoy ocho horas escribiendo» ni he estado nunca ocho horas escribiendo porque quizá sea un poco nervioso para eso. Yo escribo un ratito. Luego me pongo a leer. Luego me pongo a ver algo, luego doy una vuelta… no puedo estar ocho horas seguidas. Si me pongo delante de una página en blanco y no me sale nada, lo dejo. No estoy ahí torturándome, no tendría paciencia para quedarme allí. Otra cosa es —no la página en blanco— la corrección de lo ya escrito y eso, sobre todo con la edad, vas aprendiendo que hay que pulir mucho y cada vez vas puliendo más. Si yo quiero escribir y me pongo delante de un papel y no me sale, me iría a esperar otro día hasta que me saliera, pero quiero creer que por fortuna me ha salido fácil. Aunque eso no quiere decir que me salga bien. Algunas veces sale bien y otras no tanto, pero generalmente cuando me pongo a escribir, me sale. Tengo cierta facilidad, aunque también depende del tipo de escritura que hagas.
—¿Considera que la poesía está mal pagada (el arte en general), que sale cara?
—Sí, muy mal pagada. En este momento muy mal pagada. Si antes podías vivir de la literatura ahora es muy difícil vivir de la literatura. La situación de la cultura en España en este momento es muy mala y económicamente espantosa. A la gente joven que llega, chicos y chicas que me preguntan, les digo «ni se te ocurra pensar en vivir de la literatura». Haz otra cosa, y eso que venga como añadido. A no ser que te metas a trabajar en un periódico, pero en ese caso ya no estarías viviendo de la cultura, estarías viviendo de un trabajo porque una cosa es colaborar en un periódico y otra cosa es trabajar en un periódico, que entonces tienes un horario y donde puedes hacer cosas muy brillantes, o lo que te pidan hacer, que a lo mejor no tiene ningún interés. Por eso hay muchos, de los que trabajan en periódicos, que tienden mucho a hacer artículos no firmados, porque eso no tiene ningún valor literario, y por lo tanto no necesita ser firmado. Lo que está firmado, o suele estarlo, es un artículo de opinión bueno, una buena entrevista, una crítica buena, pero lo demás son noticias de teletipo. Si tú te pones a hacer prosa de teletipo, pues eso no se puede firmar. Aunque quienes hacen los teletipos, esos ya tienen por lo menos un sueldo. Alto o bajo, pero sueldo. Sin embargo para el colaborador… este momento es fatal. Se cobran miserias, pero auténticamente miserias. Yo no dejo de decirlo, es una de las cosas que intento que algún político lea. Si es que en España, en este momento, sucede lo que decía Larra: «escribir en España es llorar». La situación actual en España es horrorosa. La situación cultural general en España, pero sobre todo la que tiene que ver con la literatura, es espantosa. Porque el arte da más dinero, la pintura da más dinero… pero lo que tiene que ver con la literatura, en todas sus formas, incluida el periodismo, raramente ha sido, no peor en cuanto a lo que la gente que escribe, no, sino la peor pagada. En este momento la cultura existe porque hay personas que hacen cultura. Y como hay personas que hacen cultura, la cultura existe porque ellos o ellas la sujetan, pero no porque el Estado esté haciendo nada por la cultura. Todo está bajo mínimos, y la cultura hoy no vale un pimiento.
—¿Cuál sería para usted la base para evitar caer en la ignorancia cultural?
—La base de todo es leer, tienes que leer mucho porque luego la lectura te va llevando y te ayuda a formar tu propio camino. Se trata de leer y de ir escogiendo. Lees y escoges. Esto me gusta más que eso otro; tengo que ir por aquí y no por ahí. Ahí, eliges tu camino y luego, poco a poco, cuando encuentras tu camino, pues ya lo vas perfeccionando porque lo vas moldeando. Lo vas poniendo en contacto con otros, vas viendo cómo te sale a ti y así vas aprendiendo. Pero es un aprendizaje continuo. No es como el que piensa —porque ese es un gran error de muchos estudiantes— que cuando terminan una carrera, ya han terminado. Ya no hay nada que hacer porque ya he terminado, no. La sabiduría, en cualquier género, es decir, desde la literatura a la medicina… la sabiduría es inagotable e interminable. Cualquier persona que trabaja en algo de sabiduría (el escritor, el poeta, el químico, el médico, el aparejador…) no tiene meta, no termina nunca. Tiene que estar aprendiendo, constantemente, hasta que se muera. Que se hayan terminado unos estudios no garantiza nada. Hay que continuar y continuar, y en literatura, en pintura, en escultura, es exactamente igual. Hay continuamente que estar aprendiendo. Uno no deja jamás de aprender, y el que cree que deja de aprender ya está cayendo.
—¿Cómo piensa en la muerte o cómo la ve?
—La veo como algo muy normal, que tiene que llegar. No me asusta. Cuando mi madre falleció, no supuso ningún trauma. El trauma o lo que verdaderamente me asustó fue la orfandad que sentí. He conocido a tantas personas que ha ido falleciendo y te vas quedando solo, como comentábamos al principio. Había… se lo leí a un antiguo escritor ruso, que él iba notando más la falta de amigos porque cada vez había menos teléfonos a los que llamar. Yo tenía, todavía tengo, una agenda que se hizo a finales de 1979. Esa agenda estaba llena de nombres y de teléfonos, y yo, cuando iban muriendo —por aquel entonces muy lentamente—, tachaba el nombre y el teléfono. Pero muy levemente el teléfono para seguir viendo el número por si alguien me preguntaba, por ejemplo, el teléfono de Vicente Aleixandre —que falleció en el 84—, pues te lo puedo decir porque lo sigo teniendo, porque está ahí. Por aquel entonces las tachaduras eran pequeñas, muy pocas. Ahora, que conservo la agenda por morbo, tiene un 98% tachado. Y eso significa que estás más solo, y me siento más solo, y siento que eso es el paso del tiempo. El paso del tiempo es la destrucción. El tiempo va destruyéndolo todo, incluidos a nosotros. Destruye todo y nos destruye a todos. El dolor y la destrucción me horrorizan, pero la muerte no.
—La muerte forma parte de la vida…
—Al final la muerte no está separada de la vida. Hasta que te mueres, hasta el momento mismo de la muerte sigue habiendo vida; hasta la total consumación de la muerte, todo es vida, y la muerte es sólo un paso más.
—¿Y cómo le gustaría ser recordado?
—No quisiera ser recordado como una estatua de mármol. Y esa es una tendencia española y de otros países que no comparto: recordar a las personas como estatuas de mármol, no con sus fallos, con sus cosas buenas y malas ni con su humanidad. No como hizo Simone de Beauvoir cuando escribió sobre Sartre y lo describió como una estatua de mármol, impecable, y, por tanto, no humano carente de humanidad. Las personas son individuos, y cuando mueren deben ser recordadas como seres vivos, con su humanidad, no como estatuas.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: