Me recoge Luis Alberto de Cuenca en su coche. Le debía de venir bien y tiene esa amabilidad. Después de nuestro encuentro también me devolverá a casa. Su coche es pequeño, bello, práctico y funcional, como es él. Porque Luis Alberto, y esto me llamó la atención de él cuando lo conocí, aunque poeta, en contra de lo que pudiera parecer, es un hombre muy práctico, con los pies muy pegados a la tierra.
Una vez, cuando me presentó mi libro El mito renovado, sobre La guerra de las galaxias, le oí decir que él quería ser un sabio, pero que al final lo que era en realidad es un poeta. Pero yo creo que es ambas cosas, y además un estupendo “espectador”, en sentido orteguiano, del mundo, de la vida.
Hablamos en su biblioteca, maravillosa y algo laberíntica, “laberíntica” para el visitante. Es un prodigio, la tiene en un piso, el piso en el que vivía antes. Ahora tiene los libros en la cocina, en los armarios, en todas partes, hasta en tercera fila. Libros que apetece leerlos.
Le hago fotos a Luis Alberto. Me gustaría publicar con este artículo, que es un pequeño trozo de vida, algunas de estas fotos, las que más le gustaran a nuestro sabio y poeta.
Me regala ciertos libros suyos, entre ellos Cuaderno de vacaciones, que ya me lo había prometido, Premio Nacional de Poesía, libro que me apetece mucho leer. También me da sus recientes traducciones de Cavafis, Ítaca y otros poemas, muy cuidado volumen, o su ensayo sobre la película Scarface, que también es muy atractivo. Me regala también Luis Alberto una nueva edición de La caja de plata, que recupera la primera que se realizó, preciosa nueva edición.
Ahora que lo pienso Luis Alberto tiene la virtud de hacer libros muy bien escritos, claros pero hondos, muy hermosos, libros que puede leer cualquier lector, poesía para el gran público pero que no por ello pierde su condición de gran poesía. Por supuesto que no. Antes al contrario, la potencia.
También salta a la vista por las publicaciones de Luis Alberto que es un escritor de gran prestigio, y que sus obras circulan en las mejores ediciones, tan buenas que a veces parecen de lujo por lo primorosas que son. Ediciones en tapa dura, bien ilustradas, ediciones en ocasiones numeradas.
Una vez le dije, hace unos años, no mucho más de diez, que ya era una gloria nacional. Desde luego es uno de nuestros escritores más valorados y respetados, por el público y por los propios escritores.
Me pide mi bolígrafo para dedicarme los libros, un bolígrafo que me gusta mucho, especialmente hecho para que no se corra la tinta al escribir, al pasar la mano por encima de las letras recién escritas. Decido regalárselo. Él me dice que no puede aceptarlo, que no me quiere dejar sin él, algo que le agradezco mucho, pues ya digo que le tengo mucho aprecio. Pero insisto y al final acepta. Es un muy buen bolígrafo y le puede cambiar la carga —ya le queda poca tinta—. Es bonito que pase de una mano a otra, de la mano de un escritor a la de otro, y Luis Alberto siempre ha sido extremadamente generoso conmigo. Éste sería entonces un pequeño obsequio para él, algo quizá simbólico.
Cuando vuelvo a casa, hojeo sus libros, que para mí son más valiosos que el oro, porque en ellos se encuentra la vida de una forma sublime. En ellos está la voz de un hombre, su aprendizaje de la existencia y de la literatura, como una ofrenda a esa misma existencia, a la cultura y al ser humano, al que a menudo sabe comprender, pues él mismo, Luis Alberto, se sabe uno más entre los hombres.
A nuestro poeta le gusta más leer que escribir. Como si leer fuera una actividad que se realiza para el propio placer, para el propio enriquecimiento, mientras que la escritura se hiciera para los demás, precisamente para otorgar ese placer y ese enriquecimiento a los demás. He conocido a muchos escritores que afirman que les gusta mucho más leer. Arturo Pérez-Reverte, por ejemplo, dice que él se puede imaginar una vida suya sin escribir pero no sin leer. A veces pienso que leer es puro placer, mientras que escribir conlleva trabajo. También leer conlleva trabajo, pero mucho más escribir, sobre todo si se quiere hacer bien, o si se quiere hacer mejor.
En nuestro diálogo, animado por sus palabras, le dije a Luis Alberto:
—Leemos para nosotros, escribimos para los demás.
Lo cual creo que es bonito. Se puede decir mucho más de este tema, pero esas palabras, en uno u otro momento, de una u otra manera, considero que son ciertas.
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Fotos: Eduardo Martínez Rico
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