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El lugar de los hechos - Zenda
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El lugar de los hechos

Nos encontramos en un restaurant donde ametrallaron a varios, ordenamos pescado zarandeado para demostrar que podíamos llegar a un acuerdo. Al menos yo lo deseo. Cuando las cosas tocan fondo más vale negociar y dejar que nuestra imagen de civilizados crezca un poco. La primera vez que nos reunimos para un asunto delicado fue en...

Nos encontramos en un restaurant donde ametrallaron a varios, ordenamos pescado zarandeado para demostrar que podíamos llegar a un acuerdo. Al menos yo lo deseo. Cuando las cosas tocan fondo más vale negociar y dejar que nuestra imagen de civilizados crezca un poco.

La primera vez que nos reunimos para un asunto delicado fue en la Taquería del Meño, en la Col Pop, comento después de brindar; nos miramos de soslayo y como que estamos bastante forzados.

Me acuerdo, teníamos como veinte años y éramos unos pinches perros; fue cuando te abriste, te habías inscrito en la universidad y no querías saber nada que no oliera a libros; fue cuando te dije lo que te tenía que decir.

La segunda fue cuando me gradué y estuvimos los tres en un restaurant donde lavan dinero. Creo que allí hablamos poco, la Bety fue la voz cantante. Sacó un poco de espuma de su tarro con un dedo.

Es correcto.

Con el Meño me reveló que la Bety y él se habían enredado y que se iban a casar. Me atraganté machín: era mi novia desde los 16 y él era nuestro mejor amigo y muchas veces nuestro chaperón. Te lo digo a lo macho, expresó y me arropó con su mirada inclemente; además, ni ella ni yo queremos que se acabe nuestra amistad, son cosas que pasan y creo que debes superarla. Órale, quería darle en su madre, romperle el hocico y me pedía ser permisivo, como si nada, pinchi güey; lo veía tan convencido, tan en su papel que se me fue bajando el coraje. Toda traición es relativa y no sabía lo que me iba a doler. Le dije que estaba bien, pero que en ese momento lo mejor era que me fuera, además de que ya había pintado mi raya con el trafique. Hizo una seña de que no importaba. Eché un vistazo al vampiro y a la chimichanga que dejaba y me largué.

A los dos años supe de ellos. Él era jefe y ella tenía chichis y nalgas nuevas, se veía espectacular con un vestidito de seda floreado arriba de la rodilla. Me encontraba en un restaurante donde se sospecha que blanquean dólares y me atraganté. Afortunadamente el grueso comandante con el que comía me cubrió y no me pudieron ver. Desprecié el pay de limón y me fui antes de que ellos salieran del privado donde los atendieron. Por ese entonces ya trabajaba en la Policía Federal y aprendía el lado oscuro en la aplicación de las leyes en nuestro país.

Dos semanas antes ella me buscó con premura. Me citó en un templo donde el cura lava dinero del narco asociado con un pastor cristiano que se la da de puro. ¿Qué onda? Pregunté porque ella tenía el cuerpo tibio y me acariciaba machín sin ocultar sus intenciones. Quiero coger contigo. Se puso de pie, y con toda su hermosura me llevó por una puerta lateral que daba a una habitación discretamente amueblada y se hizo la machaca. Qué cosa más dramática, qué cuerpo, qué pericia. Quizá hasta su almeja había crecido exageradamente. Luego fue al grano: Su marido llevaba seis horas detenido en Mazachuset. Lo había apañado mi amigo el gordo que pretendía medio millón de cueros de rana por olvidarse del asunto. Preferían darme el dinero si lo libraba y que hiciera lo que me viniera en gana con el gordo. Mientras me convencía nos echamos otro. Cómo lucían sus nuevos encantos, tendrían que haberla visto bocarriba o de costado; Dios mío, qué pruebas debe pasar el hombre para ser feliz.

Cuando me gradué ella parecía chachalaca. Nos enteramos de modas, cirujanos plásticos, el valor terapéutico del agua embotellada, gimnasios, cremas bloqueadoras, enfermedades de la piel, el riesgo de tomar cocteles en los bares y por qué comer cinco veces al día era lo correcto. Nosotros la escuchamos apaciguados. Gracias a ella, volvíamos a estar en el mismo barco, aunque yo como subsecretario de Seguridad del estado.

Vamos a medio zarandeado y cinco o seis cervezas cuando toma la palabra. Me está llevando la chingada. No es para menos, estás en la cima y hay una cruenta guerra que te concierne. Bebemos y al fin nos miramos de frente; atentos, y en una mesa contigua, comen el comandante gordo que es mi guardaespaldas y su guarura de confianza. No aguanto carnal, de veras, si no te digo me voy a volver loco. Valiendo madre, ya sé a dónde me quieres llevar, pienso, bebo y lo animo. Carnal, suelta la onda para enloquecer juntos. El dueño del restaurant donde ametrallaron a ocho se acerca a saludarnos muy afable, después continúa en otras mesas. ¿Quieres perico? Epa cabrón, es muy temprano y apenas llevamos seis. Mira al techo y confiesa: La Bety me pone los cuernos. No mames, ¿la torciste? Me pongo ansioso. Es cierto, te la bajé, pero yo la hice mujer, cabrón, le pagué sus operaciones, le surtí el clóset, le construí una casa en Colinas, la traigo en camioneta del año. Bebió hasta el fondo, el guarura se alarmó, lo mismo el gordo. Así no juego, tú me conoces y sabes que jamás permitiré que me vean la cara de pendejo. Pues sí, el asunto es grave. La conversación es en voz baja. El caso es que no quisiera lavar esa afrenta con sangre pero no me queda de otra. Aunque no apruebo esa vía, lo entiendo. Claro que lo entiendes, cualquiera lo entiende. Gulp, su cara se pone roja por la rabia. Me dio en la madre, mejor dicho: me dieron en la madre y la neta, no lo merezco. Claro, pensé lo mismo doce años atrás, toda traición es relativa: depende de qué lado te encuentres, pero callé y no lo perdí de vista. Voy a despedazarlos, me vale madre, pero quiero que les quede claro por qué lo hago. Se siente horrible, lo sé. Tú no sabes nada, ni en sueños la querías como yo, si la hubieras querido allí mismo me hubieras dado piso, y bien que hubiese estado, nadie te hubiera dicho que hiciste mal; pero no, preferiste dejarme el camino libre y te largaste. No supe qué decir. Quisiera tenerlos pero no, no tengo esos huevos, y bueno, ya estuvo, vamos a buscarla. Quiero preguntar: ¿tengo que ir? Pero no, decido afrontar mi destino, tengo claro que unas veces se pierde y otras se deja de ganar. Decimos a los guardaespaldas que nos esperen un momento y salimos.

Aunque no lo dice sé que vamos al templo. Escuchamos corridos. Transpiro como cerdo, observo la ciudad y me despido.

En el estacionamiento, junto a la camioneta de ella, me juego mi última carta: ¿Aquí, qué? Es el lugar de los hechos; cabrón, eres poli, ¿acaso no es importante para ustedes? Vamos, abrió la portezuela, tú le das en la madre al pastor y me dejas al pinche cura. Respiré gordo, el capo agregó echando chispas: a ella nos la chingamos entre los dos.

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Publicado en la Jornada Semanal en 2013.

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Élmer Mendoza

Nacido en Culiacán, México, en 1949, es catedrático de literatura en la Universidad Autónoma de Sinaloa, miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua y del Colegio de Sinaloa. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte. Comenzó su carrera literaria en 1978, y en 1999, Un asesino solitario, su primera novela, de inmediato lo situó, a juicio del crítico mexicano Federico Campbell, como "el primer narrador que recoge con acierto el efecto de la cultura del narcotráfico en nuestro país". Con El amante de Janis Joplin obtuvo el XVII Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares y con Efecto Tequila (2005) fue finalista del Premio Dashiell Hammett. En 2006 apareció su cuarta novela, Cóbraselo caro , y en 2008 Balas de plata fue merecedora del III Premio Tusquets Editores de Novela, que lo consagró como escritor de primera fila en el panorama de la novela hispánica. Después de La prueba del ácido (2010) y Nombre de perro (2012), ambas protagonizadas por el detective Edgar el Zurdo Mendieta, Besar al detective, su próxima novela, que publica Literatura Random House en mayo de 2016, continúa esta saga. Élmer Mendoza vuelve a retratar aquí una época y un país de la mano del singular detective que ha traspasado fronteras y es conocido en diez idiomas.

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