Lucía Etxebarria ganó el premio Nadal allá por el año 1998, con 31 años recién cumplidos. Después llegaría el Premio Primavera en 2001 y el Planeta en 2004. Una trayectoria extraordinaria y fulgurante, que incluye novelas, guiones cinematográficos, ensayo y poesía, además de colaboraciones en programas de televisión y un Instagram muy activo, con más de cincuenta mil seguidores, entre las que me incluyo.
En Selene y los cuatro elementos, Etxebarria alterna escenarios entre Argentina y España, y ambientes, hablándonos de influencers, restaurantes vanguardistas, el mundo pijo madrileño y editoriales de best sellers (la de Selene se llama Firmamentum, saquen sus propios paralelismos).
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—La violencia hacia las mujeres adquiere formas infinitas. Prueba de ello es la historia que planteas en tu libro.
—Es una novela realista, así que no hace más que contar historias reales, historias inspiradas en la vida real, pero siempre pasadas por un filtro literario. Es decir, no son algo que me he sacado de la cabeza o me he inventado, sino que se basan en historias que han sucedido en la vida real y que no han sucedido una sola vez, sino que suceden a diario. La gamer tiene que dejar el torneo por una historia de acoso (inspirada en la historia de la gamer Nercromina), la editora deja la editorial por una historia de acoso (aquí en Zenda estoy segura de que alguien sabrá de a quién me refiero), la actriz trabaja en una serie en la que ella, a los 50 años, interpreta a la madre de un chico de 30, pero el protagonista es un hombre de 55 que tiene por pareja a una chica de 25 (ha pasado en muchísimas series españolas). La utilización de la escopolamina para drogar a jóvenes y violarlas (en La Paz se atienden aproximadamente 300 agresiones sexuales al año, y 600 si se suman los hospitales del resto de la región. El 35% se deben a la sumisión química, y la cifra sigue incrementándose). La niña a la que violan un grupo de chicos en una fiesta tras haberle echado algo en la bebida, y que pierde el juicio, pese a todas las evidencias, porque nadie testifica a su favor (entre otros muchos casos, el más mediático fue el de Málaga). La trata de mujeres (según la policía el 80% de las prostitutas en España pertenecen a una red de trata, y según las mediadoras de las oenegés, es el 90%). Todo está basado en historias reales. Todo. En cada caso puedes encontrar el correlato simplemente tecleando en internet. Y toda la historia de la red de trata, tráfico de efedrina y corrupción en la Argentina de Kirchner es bien sabida. El propio Mauricio Macri declaró que «cuando Alberto Fernández fue jefe de Gabinete llegamos a importar veinte mil kilos de efedrina por año». Y esa «ruta de la efedrina» se utilizaba también como ruta de trata. Efedrina, corrupción y trata iban de la mano.
—¿Estamos, pues, ante una novela en la que se traslada la realidad a las páginas impresas?
—Todo es real, y prueba de ello es que en el epílogo voy dando titulares de noticias para que los lectores puedan buscar cada noticia por su cuenta. Lo que yo hago es mezclar muchas historias diferentes y luego cambiar nombres, color de ojos, color de pelo, ubicación… No solo para no exponerme a una demanda, sino también, en el caso de la red de trata en la que está implicada Selene, porque ese tipo de gente no se anda con chiquitas. En la novela menciono el caso de Natacha Jaitt, que apareció muerta en una bañera tras denunciar una red de trata y tras avisar en Twitter que creía que la iban a matar. Yo he recibido muchísimas amenazas, y también las recibe cualquier mujer que hable de redes de trata, sea mediadora, periodista o incluso ilustradora. Pero yo quería que fuera una novela trepidante, quería que enganchara. Siempre cuento el mismo ejemplo: Liberad a Willy hizo mucho más por las orcas que cualquier campaña de la WWF. Y siguió a Orca, la ballena asesina, que también tenía un trasfondo ecologista y de defensa de los seres vivos. Quiero decir: con esto quieres convencer, debes seducir. He hecho una novela muy comercial y muy trepidante porque sé que un sesudo ensayo sobre trata no convence a nadie, pero una novela bien hecha, que enganche, que te haga sentir empatía por los personajes, sí que puede hacerte reflexionar. Por eso he intentado hacer una novela que no puedas soltar, que te enganche, para que acabes entendiendo lo que te quiero contar.
—¿Cómo ha sido el proceso de documentación?
—Llevó unos tres años, pero empezó de casualidad, porque conocí a una chica argentina que era y es la hermana de la chica que inspiró el personaje de Selene. Y a partir de ahí, empecé a leer más sobre el tema. También es cierto que parte de mis amigos con argentinos, y eso ayudó. En cuanto al mundo pijo madrileño que se describe, el mundo de presentaciones en el Ritz, cenas en el Jai Alai, bolsos clutch de Valentino… lo he vivido muy de cerca. Obviamente también he vivido desde dentro las grandes editoriales. El mundo de la relaciones públicas pija que representa a influencers lo conozco desde dentro también. Y el mundo de las actrices y las series, porque he sido guionista. Es decir, el mundo de las cuatro «elementas», por así llamarlo, no requería investigación. Son ambientes que conozco desde dentro. El mundo argentino y la red de trata sí que viene de una labor de investigación, pero es cierto que tengo amigas que han sido escorts de alto nivel, y una en particular salió de una red de ese tipo.
—En esta novela planteas un universo donde los hombres ocupan un espacio muy
limitado.
—Pues fíjate que yo no lo veo así. Hay muchos hombres. Fausto, Celio, Marcial, Abdel, Siro, David, Ángel… Todos ellos tienen mucho peso. De hecho, medí los tiempos de aparición de cada mujer y de cada hombre. Excepto Sol, que es la protagonista absoluta, y Selene, que es la persona de la que todos los personajes hablan, todos los demás personajes ocupan más o menos el mismo espacio en la trama. Pero estamos tan poco acostumbrados a leer novela negra con personajes femeninos que tienen mucho poder y que actúan sin necesidad de estar supeditadas a ningún hombre que todavía, desgraciadamente, sorprende un poco cuando vemos una novela negra diferente.
—Hay muchas referencias literarias en la novela, pero hay una que marca el avance de la
novela, Alejandra Pizarnik. ¿Por qué elegiste esta escritora?
—Porque he vivido obsesionada con ella muchos años. Y también con Sylvia Plath, Anne Sexton y Virginia Woolf. Otro de mis poetas favoritos es Mayakovski. Tengo una pequeña obsesión con los poetas suicidas. En este caso Alejandra era perfecta, porque Alejandra sufrió un abuso sexual, tal y como lo viven varias chicas en la novela, y porque le pasaba como a Selene, que se movía en varios idiomas. En el caso de Alejandra eran francés, ruso y español de Argentina. En el de Selene alemán, español de Argentina y español de Madrid (que no son idiomas tan similares, como el lector o lectora comprobará cuando lea la novela). Como además conozco la obra de Alejandra de memoria, me era fácil buscar referencias que encajaran con la trama.
—Es una novela llena de símbolos, empezando por los nombres de los personajes.
—¡Te has dado cuenta! Sol, Selene (luna), Gaia (tierra), Haizea (aire), Mar (por el agua), Fulvia (amarillo rojizo, fuego), Fausto (el diablo), Marcial (el guerrero), Abdel (guardián), Siro (por la constelación de Siro), Vega (por la estrella), David Ventoso (viento, está casado con Haizea), Celio (el cielo)… Incluso personajes sin importancia, que aparecen en una sola escena, tienen nombres simbólicos. Arminda es la guardiana, Enya es el pequeño fuego (porque ayuda a Fulvia), Stina es una estrella, la profesora Sterne es otra… Damián Samaelli… Damián es el Diablo y Samael también. Y si te fijas en los símbolos que hay en el libro, todos son símbolos cabalísticos. Yo quería crear un universo… Un universo simbólico. Para explicar que la trama es como una constelación. Todo se mueve alrededor de Sol. Selene es el reverso de Sol. Y los elementos dependen del Universo, forman parte de él.
—También incluyes muchas reflexiones que podríamos englobar en la categoría de
educación emocional.
—Bueno, esa es mi formación en psicología, no he podido evitarlo. Se justifica porque Sol es criminóloga, y aunque los criminólogos y los psicólogos discutimos mucho (no te quiero ni contar las broncas que he llegado a tener con Nacho Abad), sí es cierto que en criminología se estudia evaluación psicológica y psicopatología. Por eso Sol tiene tantos conocimientos y tanto autocontrol. Pero para mí era muy importante que se llegara a entender claramente por qué cada persona en esta novela toma las decisiones que toma. En esta novela solo hay un auténtico malvado, un psicópata de manual. Los demás actúan en función de su historia. La psicología humanista dice aquello de que «cada acto de la vida contiene una vida entera». Es decir: cada uno tomamos decisiones que pueden ser muy equivocadas, y que solo se entienden si se conocen las circunstancias que nos llevan a tomarlas.
—Con esta historia te adentras en el género de novela policíaca. ¿A qué se debe este
cambio?
—No hay un cambio. Ya hice dos novelas negras, El contenido del silencio y Cosmofobia. En ambas había un asesinato. Lo que pasa es que en su momento la editorial no las vio como novelas negras clásicas, por así decirlo, y además en aquel momento la novela negra no estaba de moda, así que no las marketinizaron como tales.
—Eres una mujer que defiende con vehemencia aquello en lo que cree. ¿Tu
vida no sería más tranquila si defendieras tus ideas solo entre los límites de tus libros?
—Estoy absolutamente segura. Sería mucho más tranquila. De hecho, en el libro, cuando Fulvia se da cuenta de que está siendo trackeada, se da cuenta exactamente igual de cómo me di cuenta yo: el teléfono consume mucha batería, aparecen banners que anuncian cosas que ella no ha pedido, la pantalla se ilumina sola, la linterna se activa de repente, hay un sobrecalentamiento, una ralentización, un uso excesivo de datos… Yo descubrí que tenía tanto el móvil como los dos ordenadores trackeados, y con programas muy profesionales, además. Por no hablar de las amenazas que sigo recibiendo a diario, o del hecho de que ya no puedo salir a la calle sola, o debo pasear a mis perras cada día por un itinerario diferente. La sensación de agobio de Sol o Selene cuando saben que las están siguiendo, la ansiedad de Fulvia cuando descubre que la han trackeado… Ahí no tuve que hacer ningún trabajo de investigación. Me limité a narrar mis sentimientos.
—¿Por qué autopublicar tu libro?
—Porque hace cinco años me había convertido en «veneno para la taquilla» y a nadie le interesaba publicarme. Entonces creé una pequeña editorial, aprendí los trucos del negocio y me puse a ello. Lo hago todo yo, desde el diseño de portada hasta la corrección. Lo que pasa que cuento con asistentes externos. El diseño de la edición es mío. Yo quería algo muy parecido al pulp-noir de los años 70. A mí se me iban ocurriendo las ideas. Pero quien las llevaba a la práctica era Gabriel Plaza. De la misma forma he tenido dos frontones en la historia que me han ayudado: María Cortés y Mercedes Castro. Pero esta libertad absoluta de escribir lo que me diera la gana, elegir el diseño de la edición, no la habría tenido nunca en una gran editorial. Esto es mucho más libre. También da mucho más trabajo, claro.
—¿Crees que podrías haberlo autopublicado si no tuvieras detrás una gran comunidad
de seguidores en redes sociales?
—Habría sido absolutamente imposible, por supuesto. De hecho, el dinero para la edición se recaudó gracias a un crowdfunding con el que he pagado edición, maquetación, impresión e incluso jefa de prensa. Sin seguidoras no habría contado ni con el dinero para iniciar el proyecto ni con la seguridad de que alguien iba a querer distribuirlo. Los tres libros que he autopublicado se han vendido muy bien, y eso es gracias a que cuento con una comunidad de lectoras y lectores. De hecho, Mujeres extraordinarias vendió 60.000 ejemplares solo en papel. Ni cuento lo que vendí en digital. Lo cierto es que tampoco me hice rica, puesto que lo vendía a un precio irrisorio… Supongo que por eso vendía tanto.
—¿Con qué término te sientes más cómoda, con escritora, psicóloga, tertuliana en televisión o activista?
—Yo me siento más cómoda en mi casa. En De repente, el último verano, Sebastian hace un librito que regala entre sus amistades. Si yo fuera inmensamente rica, regalaría los libritos entre mis amistades y no publicaría. Tampoco saldría jamás en medios. Jamás. Estaría en mi mansión y sería parecida al personaje de Katharine Hepburn en la película. Si trabajo en televisión, evidentemente es porque no puedo vivir de mis libros. En cuanto al activismo político, me he arrepentido enormemente de hacerlo, créeme. Si volviera atrás en el tiempo, no sé si merecería la pena. Sobre todo por haber puesto a mi hija en peligro. Probablemente lo haría de manera anónima, no volvería a dar la cara.
—¿Te refieres a tu oposición a la llamada “ley trans” que quiere aprobar el gobierno?
—Sí, al anteproyecto de ley que pretenden sacar. Si hubiera imaginado que iba a recibir amenazas de muerte tan serias y, sobre todo, si hubiera imaginado que iba a poner a mi hija en peligro, ni se me hubiera pasado por la cabeza hacerlo. Lo habría hecho de otra manera más protegida. Hay que decir siempre que en España ya tenemos una ley trans, la del 2008, que fue considerada como una de las mejores de Europa, y que la nueva ley les quita derechos a los transexuales.
—¿Y no se puede parar ese activismo una vez que has empezado? Es decir, pasar a un perfil bajo.
—Si te das cuenta ya prácticamente en Instagram no hablo de esos temas, pero me cabrea bastante haber tenido que ceder por miedo. Me indigna vivir con miedo. Porque vivo con miedo. Y tengo que decir una cosa: mi padre estuvo en Izquierda Democrática en la clandestinidad, mi hermana militó en la Liga Comunista Revolucionaria, mi hermano era trotskista. Luego nos amenazó ETA. Yo, de pequeña, he vivido con miedo. En la vida se me pasó por la imaginación que me iban a volver a amenazar. Nunca.
—Vivimos en un momento en el que muchos tenemos miedo a expresar nuestras opiniones, sean las que sean. Yo lo tengo.
—Es horrible, ¿verdad?
—Volvamos a tu libro para terminar. ¿Qué has aprendido escribiendo esta historia?
—¡A hablar en argentino! Al menos, a escribir en argentino, lo del acento tengo que mejorarlo todavía.
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