José Antonio Millán ha escrito un ensayo divulgativo que responde a preguntas tan importantes, además de hermosas, como estas: ¿por qué escribimos de izquierda a derecha?, ¿por qué la plumilla de acero sustituyó a la de ave?, ¿qué hemos perdido al dejar de escribir a mano?… El autor nos acompaña en un viaje por la paleografía, la grafémica, la ortografía, la caligrafía y, entre otras disciplinas, la lingüística que nos permite entender de una vez por todas el logro intelectual y funcional que hay detrás de la escritura a mano.
En Zenda reproducimos el Prólogo de Los trazos que hablan (Ariel), de José Antonio Millán.
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PRÓLOGO
En la película Her (2013), el protagonista, Theodore (al que encarna Joaquin Phoenix), trabaja escribiendo cartas por en-cargo para clientes que quieren hacer una declaración de amor, felicitar a alguien querido, celebrar un aniversario… Her transcurre en un futuro cercano (digamos, dentro de diez o quince años), y Theodore trabaja dictando las cartas fruto de su imaginación a un sistema que convierte su voz en escritura. El aspecto curioso es que estas cartas íntimas («no puedo creer que hayan pasado cincuenta años desde que te casaste conmigo») se escriben «a mano»: el sistema del futuro convierte la voz mercenaria del empleado en la temblorosa escritura manual del anciano que felicita a su pareja el día de su aniversario. ¿Qué tienen las palabras escritas a mano que no tendrían las líneas regulares de un documento escrito en ordenador, de un correo electrónico, de un mensaje de WhatsApp? En primer lugar, la individualidad: la letra de cada persona le es propia, y algunas serían reconocibles entre cientos. Además, los trazos de las letras reflejan las circunstancias en que se escribieron: entre otras, el apresuramiento o la emoción. Por último, la escritura va cambiando con el tiempo: la letra evoluciona desde el colegio hasta la edad madura, y desde ésta hasta la ancianidad. Ninguno de estos rasgos los transmiten las letras regulares de la imprenta o las creadas en medios digitales. Sin embargo, hace unos años a pocos sorprendió la noticia (que en seguida se reveló inexacta e incompleta) de que Finlandia iba a dejar de enseñar la escritura a mano en la escuela.
Lo que su sistema educativo se proponía en realidad era dejar de enseñar la escritura ligada, o cursiva o «a la inglesa» (es decir, aquella en que cada letra de una palabra está unida a la anterior y a la siguiente), sustituyéndola por la escritura de letras aisladas. Pero las reacciones revelaron un estado de opinión muy curioso: para muchos, la enseñanza de la escritura es algo obsoleto. ¿Quién necesita escribir a mano, si todo el mundo tiene ordenador o, al menos, un teléfono móvil? ¿Para qué gastar tiempo y esfuerzo en algo que sería tan inútil a estas alturas como enseñar latín? Si los padres guasapean a los hijos, y éstos chatean entre sí; si las empresas mandan y reciben correos electrónicos; si además cada vez se usan más mensajes de voz en vez de escribirlos, y encima existen programas que con-vierten fácilmente la voz en texto (como en Her), ¿qué necesidad hay de saber trazar a mano las letras? Este libro quiere contestar a estas preguntas con una mira-da doble: por una parte hacia el futuro de los medios de comunicación entre las personas, y por otra sin perder de vista la historia de la comunicación escrita. Su autor intenta dar res-puesta a esta pregunta básica: ¿es necesario todavía enseñar la escritura manuscrita en la escuela? Puedo adelantar que la respuesta (meditada y matizada, que es a lo que se dedicará la parte final de esta obra) es que sí. Si el lector siente curiosidad por las razones que hay detrás de esta afirmación, puede pasar la página y empezar a leer. Ah, y por cierto: mejor que tenga un lápiz a mano… Ésta no es una historia de la escritura, ni tiene esa intención: de entrada, está centrada en el alfabeto latino y sus anteceden-tes, dejando de lado por tanto una gran parte del mundo, que usa otros sistemas. Tampoco contiene sólo el pasado: hay muchos elementos del presente y algunos atisbos de futuro. Esta obra tiene que ver con multitud de disciplinas que se suelen mirar aisladamente pero que combinadas pueden ayudar a comprender un fenómeno complejo; entre ellas, la caligrafía, la paleografía, la grafémica, la grafología o la grafoterapia. Cuenta también con las aportaciones de la epigrafía, de la codicología, la diplomática, la ortografía y la historia de la lengua. La lingüística y la historia de la pedagogía tienen también algo que decir, así como la sociología, los estudios sobre alfabetización y la cultura escrita. Este libro habla de los signos alfabéticos, de su origen y de su variación, de los instrumentos y soportes que se usaron y usan para escribirlos, de la forma en que se trazan y de su evolución. Habla también de cómo se unen y entrelazan unos con otros, y más aún: de cómo se distribuyen por los soportes de la escritura: de qué modos ocuparon los pergaminos, los papeles y las páginas de los códices, por qué y para qué. Nuestro propósito último es despertar en el lector el sentido de maravilla ante ese logro intelectual que supone la escritura, y la admiración ante sus conquistas: no sólo las de los sabios y poderosos de cada época, sino de mucha gente común. Escrito en las primeras décadas del milenio, no puede prescindir de la revolución que supone — también en el campo de la comunicación escrita— la intermediación digital, lo que si bien puede suponer un punto de vista algo melancólico ante prácticas que parecen idas para siempre, ayuda también a ver con nuevos ojos (y valorar adecuadamente) muchos logros de la escritura, sea en el aspecto formal o en el terreno de la gestión de la información. Naturalmente — y por fortuna— ni uno solo de los temas tratados en este libro estaba inédito: todos cuentan con una numerosa (y a veces numerosísima) bibliografía. Vivimos en una época privilegiada del acceso al saber: es raro que un libro de principios del siglo XX hacia atrás no tenga un facsímil en línea. Muchas obras y sobre todo artículos más recientes están también disponibles para quienes trabajen en el seno de instituciones bien dotadas, y afortunadamente ese ha sido nuestro caso. Además, la creciente tendencia al Open Access ha situado en la red numerosísimas publicaciones. Por último, la curiosidad y la generosidad intelectual de muchos especialistas les han llevado a poner en línea en sitios privados (páginas personales, blogs, incluso en Twitter) sus hallazgos y reflexiones. Muchas veces no se trata de desarrollos completos, pero los investigadores saben hasta qué punto puede ser valiosa una pista que de pronto ilumina un tema. Por supuesto, en las notas y bibliografía se va dando cuenta de qué fuentes se han utilizado para cada uno de los capítulos. Las notas al final son exclusivamente bibliográficas. Eso quiere decir que el lector puede ignorarlas, salvo cuando le interese saber de dónde proviene un dato o una cita concreta. Siempre que ha sido posible, se ha dado preferencia a una edición disponible en Internet frente a las que no lo están, y siempre se indica la dirección en la que se puede acceder a ella. El ideal de un saber en red se puede, así, cumplir en numerosos casos: saltar desde una cita de un calígrafo del siglo XVII al facsímil de su obra y allí continuar con la lectura de otros capítulos antes de retornar, o bien pasar a la búsqueda en la web para la ampliación de algún hallazgo… La información sobre las fuentes bibliográficas y digitales de las imágenes, así como sus créditos, figura en los respectivos apartados que se encuentran al final del libro.
El objeto central de este libro es la escritura en el sistema alfabético descendiente del latín que utilizan hoy el español y otras muchas lenguas, pero para su comprensión cabal conviene remontarse a los orígenes, y éstos pueden ser muy remotos. Aunque una posible genealogía de nuestro alfabeto se remontaría a la escritura jeroglífica, no se puede dejar de lado la otra gran cultura escrita de la Antigüedad, que utilizó la escritura cuneiforme. Como no nos interesará sólo el origen de los signos, sino también las prácticas sociales que los acompañaron (que iluminan sorprendentemente la evolución de la escritura), ambas culturas son un rico muestrario de usos, oficios y enseñanzas relacionadas con ella. Nos interesará la escritura en España, con algunas calas en el Nuevo Mundo, pero si hay una historia que no se deja reducir a fronteras políticas ni temporales es la de la escritura. Con frecuencia tendremos que alejarnos de la Península para luego volvernos a acercar. No será una historia exhaustiva (que, caso de poder hacerse, abarcaría muchos volúmenes como el presente), sino más bien de una selección de casos concretos que pueden ilustrar una evolución compleja y extendida en el tiempo.
(…).
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Autor: José Antonio Millán. Título: Los trazos que hablan. Editorial: Ariel. Venta: Todos tus libros.
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