Mucha verdad, acaso demasiada, nostalgia de un ‘viejoven’ de 23 años que duda de modo inteligente de sí mismo. José Antonio Montano ha publicado, que no escrito, su segundo libro. Es de diarios, se llama Oficio pasajero, y muestra su yo más auténtico. Hay poco humor, un tropel de lecturas, bicicletas y música brasileña.
El viaje eterno a Madrid. Esos años en el Johny, el Colegio Mayor San Juan Evangelista, no son los de este diario, pero se percibe en las 47 páginas que ya he leído y que seguiré con fruición este fin de semana y los días que falten, ese amor a la capital que fotografía en su alma. Él sí que es un letraherido.
Andújar y Palomo como amigos inseparables. Un padre que espera muchísimo más de él y Montano que estudia oposiciones para tener una seguridad para poder dedicar las tardes y los fines de semana a la escritura, una pasión. Un libro de poemas que ya ha acabado y corrige y corrige, incapaz de colocar el punto final y de enviarlo a una editorial.
Su propio diario lo denomina “colosal mentira”, en un ataque de nihilismo del autor que no confía en sus posibilidades; una edad de tantas dudas, interrogantes y donde el futuro se enmarca en una eterna nebulosa. Arranca el 1 de enero de 1989 y abarca toda una década donde no para de leer, de vivir y de intentar amar. “Me he pasado todo el día leyendo y al caer la noche he salido a la calle en busca de la Belleza. O mejor dicho: de una belleza que me emocionara. A veces he creído ver a Mar. Pero otros rostros también me han parecido bellos”.
Los placeres de Montano. Leer a Savater sobre todas las cosas y encontrarse con popes de la Cultura que le animan a convertirse en un hombre de provecho. Venga, Montano, haga algo en la vida. Y Montano naufraga en noches de alcohol en Pedregalejo, en medio de un universo de palabras, un lento viaje hacia no se sabe dónde. Por algún lugar. Es el 24 de febrero de 1991 y la Guerra del Golfo invade toda la actualidad, que detesta. También el Periodismo, que estudió. Quiere irse de la ciudad, la provincia que ata, pero le atrae la luz, el caminar y perderse por los Montes.
“Perdí muchos años intentando ser precoz”. “Escribir es una farsa. Es divertido, pero no sirve para la vida”. Montano hizo bien en no tirar a la basura este cuaderno de bitácora, espejo de un diarista de brío que nos sirve para enmarcar a un autor de gran fondo intelectual y que al mismo tiempo goza con el Mediterráneo sureño.
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