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'Los miserables': ¿La maldad nace o se hace? - Zenda
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‘Los miserables’: ¿La maldad nace o se hace?

Anteayer terminó en la BBC su adaptación en seis episodios del novelón de casi dos mil páginas publicado por Victor Hugo en 1862. No tiene, pues, nada que ver con el famoso musical que lleva rodando por el mundo desde 1980, y cuya versión cinematográfica con Hugh Jackman, Russell Crowe, Anne Hathaway y Eddie Redmayne...

Anteayer terminó en la BBC su adaptación en seis episodios del novelón de casi dos mil páginas publicado por Victor Hugo en 1862. No tiene, pues, nada que ver con el famoso musical que lleva rodando por el mundo desde 1980, y cuya versión cinematográfica con Hugh Jackman, Russell Crowe, Anne Hathaway y Eddie Redmayne ganó tres Oscars en 2012. Cuando se publicó la novela, Hugo era uno de los poetas más famosos de Francia, y hasta el New York Times se hizo eco del proyecto dos años antes de que saliera al mercado, a pesar de que el autor prohibió a sus editores divulgar sumarios o extractos del libro. O mejor dicho, libros, porque la primera edición salió en seis volúmenes, dos en abril y dos en mayo. Las críticas estuvieron muy divididas, con calificativos negativos como inmoral, sentimentalista, artificiosa o decepcionante. Flaubert la llamó infantil, dijo que carecía de verdad o grandeza, que los personajes son estereotipos y que hablan todos igual, y que en suma suponía la caída de un dios. Baudelaire la calificó de inmunda e inepta, y aunque alabó su preocupación por algunos problemas sociales, también dijo que eso era propaganda, no arte. La iglesia católica la puso en el Índice de libros prohibidos. Hoy se la considera uno de los clásicos incontestables de todos los tiempos.

[Aviso de destripes de barras de pan en todo el texto]

La serie comienza entrelazando tres tramas desde el principio: en una de ellas, el coronel Georges Pontmercy, tras haber sobrevivido milagrosamente a la derrota francesa en Waterloo, vuelve a París a visitar a su suegro, Monsieur Gillenormand, y a su hijo, Marius. El abuelo del chico, feroz monárquico antinapoleónico, está encantado de las derrotas del «pétit cabrón» (cita de otra obra diferente), al que ha servido su yerno, y ahora en represalia le prohíbe ver a Marius, jurando además que criará a su nieto para que odie a su padre. En la segunda trama, una bella joven grisette (mujer de clase trabajadora media-baja, así llamada por sus típicas ropas grises o descoloridas), llamada Fantine, empieza un romance con el acomodado estudiante Félix Tholomyès, que la abandona cuando tienen una hija, Cosette. Y en la tercera, un preso común, Jean Valjean, encarcelado por robar una barra de pan para alimentar a sus siete sobrinos, es liberado tras diecinueve años de trabajos forzados (cinco por el robo, doce por cuatro intentos de fuga y dos por peleas con los guardas). Al salir, dos de las primeras cosas que hace es afanar los cubiertos de plata de un obispo que le dio alojamiento durante una noche y robarle a un pobre niño una moneda que se le había caído al suelo.

Como se ve, son tres personas en estado realmente miserable. Pero, según explica el propio autor en una de sus muchas digresiones (que según algunos cálculos llegan a ocupar hasta la cuarta parte de la novela), el libro es «un progreso del mal al bien, de la injusticia a la justicia, de la mentira a la verdad, de la noche al día, del apetito a la consciencia, de la corrupción a la vida, de la bestialidad al deber, del infierno al cielo, de la nada a Dios».

El primer paso en esa dirección lo da el obispo Myriel (interpretado aquí por el mismísimo Claudio de Yo, Claudio, Derek Jacobi), que no solo perdona a Valjean su robo, sino que evita que lo vuelvan a apresar (esta vez sería de por vida) y encima le regala otros dos objetos de plata más, dos candelabros, con la condición de que con el dinero que saque con ellos empiece a hacer el bien. Valjean, descrito como un tipo grandote y capaz de proezas físicas como cargar con grandes pesos, no se toma nada bien la propuesta, diciendo algo así como que a ti te querría yo ver sufrir veinte años como forzado para luego andar creyendo en la bondad de la gente. Y sin embargo… el primer episodio acaba con un arrepentido Valjean corriendo tras el pobre Gervais para devolverle su moneda. La semilla ha germinado.

Cinco años más tarde, Fantine, desesperada, deja a Cosette hospedada en una posada, lo cual le cuesta casi todo el dinero que tiene, regentada por la familia Thénardier. Son un matrimonio con cinco hijos, en el que el padre es un ladrón que al intentar robar al coronel Pontmercy su anillo en Waterloo creyéndolo muerto lo despertó de su estado inconsciente, salvándole así la vida. Fantine llega al pueblo cercano de Montreuil y entra a trabajar en una fábrica de abalorios, fundada por Monsieur Madeleine, un benefactor que llegó allí hace tres años y que ha revitalizado a toda la localidad. Madeleine no es otro que… Valjean, bajo nombre falso. Se ha afeitado, se ha forrado de dinero, ha usado su descomunal fuerza para salvar a dos niñas de un incendio, y ahora el pueblo entero come de su mano hasta el punto de haberlo elegido alcalde. ¡Se nos ha reformado!

Estos encuentros de Fantine con Thénardier y Valjean enlazan las tres tramas entre sí, y es la primera de las varias «casualidades» que abundan en la historia, en las que personajes que se han perdido la pista hace tiempo vuelven a coincidir sin buscarse y, a veces, sin reconocerse, recurso muy de culebrón decimonónico. Eso exactamente es lo que ocurre a continuación, cuando el comisario Javert, uno de los que le hizo la vida imposible a Valjean en la prisión, aparece de repente en Montreuil, donde ha sido nombrado nuevo jefe de la policía, y visita al potentado Madeleine sin saber que es su antiguo y odiado Valjean, a quien había predicho antes de su liberación que en menos de un año volvería a estar preso. Cuando ambos mantienen una tensa conversación sobre si el hombre es malo por naturaleza o depende de cómo se lo trate, algo parece sospechar Javert, y esto se confirma cuando «Madeleine» vuelve a demostrar su fuerza ayudando a sacar a un hombre de debajo de un carruaje roto. Resulta que aquella vez hace años, Valjean no pudo encontrar al chaval al que robó la moneda, este lo denunció y Javert lleva tras su pista desde entonces, solo para poder demostrar que tenía razón al pensar mal de Valjean. Quizá no era tanta casualidad, entonces…

Mientras tanto, a Fantine todo le va de mal en peor. Los Thénardier han resultado ser unos buitres que cada vez le piden más dinero, y que con sus mentiras acaban haciendo que sea despedida por haber ocultado que tenía una hija a Valjean, a su vez cabreado por la vuelta de Javert (en el libro no es Valjean quien la echa, sino la bruja de la «capataza», Madame Victurnien, sin el conocimiento de su jefe). En una de las imágenes más desesperadas de la novela, Fantine acaba vendiendo su cabello y sus dos incisivos a un fabricante de prótesis itinerante, luego se prostituye, Javert la apresa cuando se defiende de un cliente pelma, Valjean intercede por ella, pero la joven acaba muriendo tras haber enfermado en las calles y, cruelmente, sin poder ver a su hija una última vez. A raíz de las desgracias de Fantine, dignas del naturalismo más descarnado de un Émile Zola, y de la noticia de que un hombre ha sido apresado en Arras por el robo a Gervais, tanto a Javert como a Valjean parece darles un repentino ataque de rectitud moral masoquista: Javert dimite por haber sospechado que «Madeleine» era Valjean, y Valjean sale a toda pastilla para Arras para confesar su culpabilidad y ser encarcelado de nuevo, justo cuando haberse quedado quieto y callado habría resuelto todos sus problemas… salvo el de conciencia. Si de verdad Valjean busca su redención, no podía hacer otra cosa, incluso teniendo en cuenta A) su promesa a la moribunda Fantine, B) la ridiculez del robo de una sola moneda hace años, y C) el ensañamiento policial de Javert con él, bordeando lo patológico. Todo esto eran razones suficientes para que Valjean se hubiera evadido de su propia responsabilidad pero, como él mismo sabe, la dureza de la condena que le espera al falso acusado, un modesto ruedero llamado Champmathieu, no es ninguna broma.

Pasan dos años. Con una simple imagen de Valjean sacándose un trozo de metal de una muela, la serie elide que Valjean en el libro se escapa, lo vuelven a capturar, lo sentencian a muerte, le conmutan la pena por trabajos forzados de por vida en el puerto de Toulon, salva a un marinero (en una nueva demostración de facultades físicas, tema ya un tanto repetitivo), la gente pide su liberación y finge su propia muerte en el mar. Cuando lo volvemos a ver es yendo a buscar a Cosette, aún una niña, que ahora vive básicamente esclavizada por los Thénardier en la misma posada de siempre. En un toque de genio del veteranísimo adaptador de la obra, Andrew Davis, se introduce la idea de que quizá la muñeca que Valjean le compra a Cosette lleve cosida a su cabeza el mismo cabello que vendió su madre, ya que el cortador de pelo y el vendedor de juguetes son la misma persona, una especie de buhonero itinerante que da bastante yuyu.

A partir de aquí, la historia pasa de nivel. Hasta ahora, con el mero toque distante de Waterloo, la acción estaba ocurriendo, dentro de las circunstancias del XIX francés y a pesar de las digresiones del autor en el libro, en su propia burbuja de los personajes, sus avatares y sus implicaciones morales. Pero a partir de ahora, la acción pasa a París, donde lo que les siga ocurriendo va a quedar magnificado por el marco histórico de varias convulsiones sociales de gran importancia. Y cuando digo que la acción pasa a París es que TODOS los personajes acaban en París. Los Pontmercy, a los que tenemos abandonados desde el primer episodio, viven ya en la capital, Javert fue destinado allí tras dejar la policía de Montreuil, Valjean y Cosette acaban de llegar, y pronto se les unirán los Thénardier, que a pesar del pastón que hicieron pagar a Valjean por la niña, acaban en la ruina y también se dirigen a la Ciudad de la Luz a ver qué pueden rascar.

Allí el recurso de los encontronazos con gente del pasado vuelve a usarse con cada vez más carambolas. Esto del uso de las casualidades es, más o menos conscientemente, una de las decisiones que tiene que tomar cada autor de una obra de ficción. Grosso modo, cada cosa que pasa en ellas puede ser A) decisión libre y premeditada de los personajes, B) casualidad, C) producto de las circunstancias, o D), una mezcla de las anteriores. Elegir una u otra tiene gran impacto en los personajes, en la moralidad de lo que hacen, en la imagen que se deja en el lector o espectador y hasta en la propia creencia del autor en temas de libre albedrío versus predestinación. Por ejemplo, sabemos que Valjean es culpable de robo, al menos tres veces, pero el pan fue por necesidad ajena, la plata por necesidad propia y la moneda como fuente de arrepentimiento y decisión firme de cambiar de vida. No es lo mismo que todas estas cosas hubieran ocurrido por otros motivos. De igual manera, no es lo mismo que Valjean se encuentre con Cosette por casualidad que porque vaya a buscarla ex profeso, para cumplir la promesa que hizo a Fantine.

Volviendo de esta pequeña digresión al estilo huguiano, en el guion de la serie Davis se enfrenta a todas estas concatenaciones de manera diversa. Por ejemplo, Javert encuentra a Valjean en París otra vez, no porque se lo cruce por la calle, lo cual daría una lectura completamente diferente de este hecho, sino porque hay incluso posters de «se busca» de Valjean por la ciudad, lo cual aumenta mucho las posibilidades de que alguien se chive si lo ve. Cuando Valjean, huyendo del policía con la niña, entra en el convento de Petit-Picpus, en la serie se produce la casualidad de que una de sus monjas había vivido antes en Montreuil, donde conocía a Valjean como el bondadoso Père Madeleine, lo cual les franquea el paso de la clausura. En el libro, a quien Valjean se encuentra en el convento es a Fauchelevent, el hombre a quien rescató de debajo de la rueda rota de un carruaje, que ahora trabaja allí de jardinero. Afortunadamente, a pesar del cambio, estas dos casualidades son de las que pueden «perdonarse» hasta cierto punto, porque intentan ilustrar el punto concreto de que no hay bien que por bien no venga: el heroísmo de Valjean con el futuro jardinero y su carácter de benefactor del pueblo entero se ven recompensados más adelante en París, en su hora de necesidad, cuando necesita el gran favor de recibir refugio seguro. Pero ¿cuántas veces hemos visto adaptaciones que cambian completamente la personalidad de un personaje a base de modificar alguna de las cosas que hace en el original, o las circunstancias que rodean a ese acto? El propio carácter de Valjean puede verse reinterpretado aquí por el hecho de que fuera él o no quien decidió despedir a Fantine. ¿No fue él? Desgracias de la vida y caso de fuerza mayor. ¿Fue él? Pues ya no es tan virtuoso como pretendía ser, o la lección que aprendió al usar una segunda oportunidad para enderezarse no quiere extenderla a otros. O, dado que ese día estaba enfadado por la vuelta de Javert a su vida, cúmulo de circunstancias. O simplemente, búsqueda de un mayor dramatismo, hecho desde las teclas del ordenador, del que se hizo originalmente con la pluma y la tinta.

Episodio cuatro. Pasan ocho años. Ya es 1832. Cosette y Valjean siguen aún en el convento en plan hija y padre, él trabajando de manitas y ella estudiando con las monjas. La muchacha ya tiene 16 años y empieza a sentir curiosidad sobre el mundo exterior, del que Valjean la ha tenido apartada, así que se mudan a su propia casa, con piano y sirvienta negra y todo, pero manteniendo la rienda corta, que el mundo de ahí fuera está muy mal. Por su parte, Marius Pontmercy, ¿lo recuerdan?, también es mayor ya, estudiante de derecho, y le ha salido liberal en vez de monárquico al abuelo, con lo cual este lo echa de casa. Obligado, pues, a mudarse, acaba alojado… en el mismo pisucho que usaban Valjean y Cosette cuando Javert los encontró por última vez ocho años antes. Quel coinsidáns. Marius empieza a pasar más tiempo en tugurios y asambleas, donde su añoranza napoleonista se transforma en republicanismo revolucionario. Y lógicamente, si hay un joven soltero y una joven soltera en el mismo lugar de la misma historia decimonónica, ambos han de conocerse y enamorarse, aquí tras verse fugazmente en los jardines de Luxemburgo, pero Valjean se da cuenta y no vuelve a llevar a Cosette allí. Obviamente, esto lleva a la típica conversación de «esto es como una prisión / tú no sabes lo que es una prisión» entre los dos.

Mientras, un día Marius mira por una rendija que hay hacia el piso contiguo y ve por ella a una buena moza, mulata y pelirroja, que responde al mirón con unos movimientos insinuantes, antes de cortar abruptamente el espectáculo. Al día siguiente, esa misma chica se le presenta en casa, intentando el mismo movimiento sugerente de hombros, pero Marius parece estar demasiado ensimismado pensado en Cosette. Esto no viene así en el libro, pero Davis siempre ha tenido como uno de sus sellos de adaptador de historias el buscar ocasiones para añadir a sus guiones un poco de picante sexual más o menos comedido (suyo es, por ejemplo, el Colin Firth en camisa chorreante de agua de la miniserie Orgullo y prejuicio, que Jane Austen nunca habría puesto por escrito). ¿Quién es esta muchacha? Pues nada menos que Éponine… Ah, que no lo había dicho… Éponine es una de las hijas de los Thénardier. Que ahora son vecinos pared con pared de Marius. ¿Cuándo saldrá Waterloo a relucir entre los dos? Por el momento no, pero este es quizá el punto en el que el asunto de las coincidencias como recurso, incluso explicándolo como alegoría de qué pequeño es el mundo, y de reducir toda una gran ciudad al microcosmos casi de escenario teatral de una pared compartida, y tal y tal, puede sonar un poco burdo y vengayá a algunos. A esto no queda más que decir: si Hugo es un genio, y Melville era un genio, y Tolkien era un genio, y Cervantes era un genio, pues dejemos que hagan digresiones y coincidencias y biología de ballenas y páginas y páginas de árboles y preparativos de viaje durante 17 años y novelas extra encontradas por el camino.

Pero no se vayan todavía, que aún hay más: Thénardier padre anuncia que pronto vendrá un filántropo local que va a ayudarlos, y que para dar pena hay que estropear el piso más y poner cara de (a falta de palabra mejor) miserables para que se apiade más y poder robarle a conciencia. Cuando entra por la puerta, el filántropo resulta ser… Valjean. Y resulta que Marius les oyó planearlo todo. Y resulta que fue a la poli a denunciarlo. Y resulta que el único poli de toda Francia es… obviamente… ¡Javert! Y se arma la marimorena en el piso, con pistolas, y cuchillos, y tiros, y ladrones, y Valjean haciendo como Viggo Mortensen en Alatriste y quemándose el brazo aposta para acojonar al enemigo y, contra todo pronóstico, nadie herido ni muerto, cortando aquí otro trozo de meandro de la novela original en el que Valjean está preso unas horas a manos de Thénardier, que intenta chantajearlo. Bueno, pues serán muchas coincidencias, pero al menos producen drama en grandes cantidades, eso es innegable. Después del susto, y harto de andar ocultándose de Javert y Thénardier, Valjean decide irse a Inglaterra con Cosette. Ella y Marius encuentran la manera de verse a escondidas, se declaran su amor mutuo y él pide a su adusto abuelo permiso para casarse. Él se lo niega debido a la baja clase social de ella, y le dice rijosamente que en vez de casarse, que la tenga como amante. Marius se ofende y se larga, pero ya no es capaz de encontrar de nuevo a Cosette.

Al tiempo que todo este drama vital y sentimental aumenta de tono, los acontecimientos históricos se unen al concierto. El 1 de junio de 1832 muere en París el general Jean Maximilien Lamarque, uno de los últimos militares del tiempo de Napoleón que aún sobrevivía oponiéndose a la restauración borbónica. La pérdida de este bastión antimonárquico en la vida pública, junto al hecho de que no se le vaya a enterrar con honores, anima a los revolucionarios republicanos, y al día siguiente comienzan las barricadas, sin chalecos amarillos ni nada. Javert, que como buen fanático nunca cambia ni de opinión ni de tema, está convencido de que Valjean estará en el ajo, y se disfraza de plebeyo para ver si le echa el ojo, pero Gavroche, el hijo de Thénardier, lo reconoce, se chiva y los revolucionarios lo atan a un poste. En la barricada, descrita con todo lujo de detalles por el autor, hasta el punto de que podría ser todo un manual de cómo hacer una, hay tiros, muertos y un soldado que dispara a Marius, y que lo habría matado si no se hubiera interpuesto alguien en el medio en plan guardaespaldas del presidente. Ese alguien es Éponine, que, ahora moribunda, revela que ella es la causante de que Marius no pudiera hallar a Cosette, al haberle ocultado una nota donde Cosette le decía dónde podía encontrarla. Antes de morir, Éponine le declara su amor, demasiado tarde.

Llegamos al último episodio. Valjean se presenta en la barricada, donde matan a Gavroche Thénardier poco después que a su hermana, y a pesar de que se le presenta la ocasión perfecta para matar al amarrado Javert, en vez de eso Valjean lo libera, dejando al policía definitivamente confuso, creyente como es en la intrínseca maldad de Valjean. Después toma a hombros a Marius, el amado de su adoptada Cosette, y se lo lleva de allí por las cloacas (a cuyo diseño, historia y funcionamiento Hugo dedica unas quince páginas). Perdido y bloqueado, oye una risa a su espalda. ¿Quién es? ¡Thénardier! Que, a diferencia del libro, aquí sí reconoce a Valjean, y que le vende cara la manera de salir de allí. ¿Cuántos cuartos le ha sacado ya? Valjean sale por fin, aún cargado con Marius, ¿y a quién se encuentra? ¡A Javert! Que todavía le pone mala cara. Entre los dos llevan a Marius, medio moribundo, a casa de su abuelo, y de vuelta en el carruaje, Javert se queda aún más to loco de que Valjean haya salvado generosamente al hombre que va a apartar de su lado a su amada Cosette. Atenazado por la angustia de su recta y a la vez retorcida moral, que por un lado aún le pide apresar a Valjean por la moneda del pétit Gervais a la vez que recompensar a quien le ha perdonado la vida, Javert se acaba suicidando tirándose al Sena.

Después de la tempestad, la calma. El abuelo de Marius conoce a Cosette y ahora piensa que es la sal de la Tierra, antes incluso de que Valjean se abra de cartera y aporte una dote de 650.000 francos (en el libro, por alguna razón, no llega a 600.000). Valjean entonces cuenta a Marius todo su pasado: que es un delincuente buscado, que ha pasado veinte años en varios trullos y que no es el padre biológico de Cosette. Esto además de que Marius piensa que Valjean mató a Javert, ya que ninguno de los estudiantes volvió a ver al policía vivo tras el encuentro de ambos en la barricada. En la serie esto ocurre antes de la boda de los dos jóvenes, y en el libro después, pero el resultado es el mismo: tras el disgusto de Marius, Valjean se aparta de la vida de la pareja, retirándose al campo a dejarse envejecer. Pero al poco aparece Thénardier, cada vez más convertido en conveniente deus ex machina, y al intentar extorsionar a Marius lo que hace es aclarar todos los malentendidos entre Valjean y Marius: este averigua que fue Valjean quien lo salvó en las barricadas y que su suegro no mató a ningún poli. ¿Lo demás que le confesó? De poca monta en comparación. Para librarse de una vez del incordio de Thénardier, le dan un fajo de billetes para que pueda comenzar el nuevo plan que tiene: irse al Nuevo Mundo a ser traficante de esclavos. Al poco, Valjean muere, quizá tempranamente pero feliz tras la reconciliación con su hija y yerno. Como última imagen de la serie, dos nuevos críos pidiendo por las calles, gorra en mano.

Siendo una historia cuyo autor anuncia en ella una intención moral, habrá que explorar esa intención una vez terminada. Y la verdad es que hay para todos los gustos, desde los sufrimientos sin medida, justicia, merecimiento ni paliativos de Fantine hasta el caradura de Thénardier, que sobrevive cual cucaracha para seguir medrando a base de aprovechar la desgracia humana. Por el medio quizá sí que pueda decirse que Valjean dio un giro deliberado a su vida, y que lo mantuvo contra viento y marea, llegando a un final si no feliz al menos satisfecho consigo mismo. Por su parte, Javert acaba preso de sus propios prejuicios, y del error de haberlos convertido en regla de vida. Sin embargo, el uso continuado de las coincidencias oscurece mucho la medida de hasta dónde un personaje puede influir en su propio destino y hasta dónde la lección recibida es que todo en el mundo ocurre demasiado al azar como para poder fiarse de nada. O quizá no sea el azar, sino unas leyes ocultas, llenas de diagonales cósmicas, que solo una mente sobrehumana puede calcular cual ajedrecista que descarta millones de probabilidades en unos pocos segundos.

La serie tiene toda la calidad marca de la casa BBC, desde Davis como guionista hasta Dominic West como líder del reparto, pasando por secundarios, niños (quizá lo más difícil), diseño de producción, vestuario e incluso encontrando una gota extra de glamour en el hecho de que Olivia Colman (la señora Thénardier) fuera nominada al Oscar por La favorita al tiempo que se emitía la serie. Como es ya tradición moderna, hay papeles desempeñados, sin comentario alguno al respecto dentro de la serie, por actores no blancos, como en este caso Javert por David Oyelowo, nacido en Oxford de padres nigerianos, y Adeel Akhtar, nacido en Londres de madre keniana y padre paquistaní como Thénardier, lo cual a su vez provoca una descendencia de hijos mestizos (entre ellos Éponine y Gavroche).

Sin embargo, la serie no ha tenido el éxito de audiencia de otras propuestas similares anteriores. En la semana previa al último episodio salió la noticia de que cada vez más gente en el Reino Unido está dejando de pagar su TV licence (allí hay que pagar 150 libras al año para poder ver los canales por antena convencional: así es como las varias BBCs se mantienen libres de publicidad y se paga la estupenda programación que tienen) y se está pasando a los diversos Netflix, Amazon Primes y demás. De hecho, ya hay incluso quien espera a que los productos de las cadenas «normales» pasen a estos proveedores por internet para verlos, de la misma forma en que antes había quien no iba al cine para ver alguna película en concreto y esperaba a que saliera en vídeo o DVD o se la pusieran por el Plus. Quizá en el futuro la tita Bebecé acabará también por hacerse un servicio de pago, abierto a todo el mundo (ahora está geobloqueada, desde antes del Brexit y todo), y la gente podrá ver bajo demanda esta y otras grandes adaptaciones, como por ejemplo los Austens o Dickens que hicieron hace unos años. Vive la révolution!

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