Sin duda ya vamos con retraso en el homenaje que Zenda —tan dispuesta siempre a reconocer el esfuerzo editorial— debe a una colección cuyos años de presencia en los anaqueles de las librerías necesita de dos dígitos para expresarse. Nos referimos a Los Ilustrados, de la pequeña pero empeñosa editorial navarra Laetoli, que desde 2008 ha sacado, si no llevamos mal la cuenta, 19 títulos, a cuál más interesante.
La colección reúne, como su nombre indica, textos de autores identificados con ese movimiento filosófico que, mediante el uso de la razón, pretendía disipar las tinieblas de la ignorancia y sacar al ser humano de su minoría de edad (Kant dixit). Pero hay ilustrados e ilustrados. Los que selecciona Laetoli no son afables profesores como el paseante de Könisberg, o pulidos hidalgos tal cual nuestro Jovellanos, no…. Estos muerden.
Veamos: de las casi dos decenas de obras aparecidas, la mitad corresponde al barón de Holbach, un personaje singular que empleó su fortuna en financiar la Enciclopedia y organizar veladas filosóficas para atizar el fuego de la Revolución Francesa; la cual, lamentablemente, por poco no alcanzó a ver. En otras palabras, un influencer del siglo XVIII, si no fuera porque era él el que ponía el dinero en vez de recibirlo. A Holbach le podemos colgar mil etiquetas, todas admirables: culto, ateo, materialista, radical, utópico, determinista, comecuras… Cómo sería nuestro hombre que hasta el mismísimo Voltaire le tenía por demasiado extremista.
La obra capital de Holbach, Sistema de la naturaleza, sirvió para abrir el catálogo. Era la misma traducción, ya inencontrable, que en su momento preparó José Manuel Bermudo para la Editora Nacional. Un libro de los que hay que tener, pero, reconozcámoslo, de lectura algo densa… Afortunadamente, la perspicacia del editor nos regaló a continuación otros textos menos esquemáticos, de corte panfletario y, por lo tanto, mucho más entretenidos. El buen sentido, Ensayo sobre los prejuicios, Cartas a Eugenia… son libelos extraordinarios, donde el tema recurrente no es prioritariamente el ateísmo, sino la crítica a la religión establecida. Porque hay que ver lo mal que les caía la casta sacerdotal a estos ilustrados, y con qué fría —y caliente— lógica lo argumentaban. Cuánta ironía (distante, y también cercana). Qué pasión… y qué indiferencia. A la religión se la toman por lo personal; algo así como una afrenta íntima. Qué menos.
Además de esta muy completa selección de los trabajos de Holbach, la colección ofrece otras joyas en su catálogo, como la Memoria de Jean Meslier, un cura ateo en la línea del Abate Marchena —quizá más refinado, pero ni por asomo menos virulento— por el que Voltaire sentía especial devoción (si se nos permite la palabra). O el Diccionario de ateos, de Sylvain Maréchal, precursor del comunismo utópico, fundador de la Sociedad de Hombres sin Dios… Además, obras de Condorcet, el infaltable Diderot, y hasta de Spinoza, cuyo desfase en lo cronológico queda compensado por lo pertinente de la elección, el Tratado teológico político, del que podemos decir sin exagerar mucho que es el texto fundacional del librepensamiento europeo.
En resumen, se trata de liberar a los espíritus de los estrechos lazos de la religión (Lucrecio) combatiendo a los apóstoles de la superstición, cuyo propósito fue y será siempre anular la razón humana para ejercer impunemente su poder sobre los hombres (Holbach). Y algo más: los que ya fungimos de ateos también necesitamos airearnos de vez en cuando y darnos un tiempo para reflexionar; no respecto al tema de fondo —la absurda pretensión de que exista un dios—, sino sobre los motivos por los que la causa antirreligiosa no logra progresar en nuestra sociedad.
Sociedad de la que diríamos —superficialmente— es cada vez más laica. Pero solo en apariencia: a poco que se repare, caeremos en la cuenta de que la religión, real o revestida de superstición —o consumismo, o moda— sigue estando muy presente a todos los niveles. Ni siquiera en el campo científico y tecnológico, refugio secular de la razón, se ha podido conseguir unanimidad en esto, y ahí tenemos a Richard Dawkins, que con su Foundation for Reason & Science lidera un movimiento —bastante inoperante, por desgracia— para defender la necesidad de extirpar la nefasta interferencia de la religión en la ciencia (y más allá de ella).
Nuestro agradecimiento sin límites, pues, a la editorial Laetoli. Porque publicar estos libros no es sino un asunto de beneficencia, de salud pública.
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