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'Los Commitments': Música negra en la isla verde - Zenda
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‘Los Commitments’: Música negra en la isla verde

Hace poco hablábamos de una de las mejores novelas sobre música que existen, Alta fidelidad, y esta es otra de ellas, escrita una década antes. Es la historia, tan breve como el propio libro (144 páginas) de un grupo de jóvenes de clase trabajadora (o «lo seríamos si hubiera trabajo») que intentan asomar la cabeza...

Hace poco hablábamos de una de las mejores novelas sobre música que existen, Alta fidelidad, y esta es otra de ellas, escrita una década antes. Es la historia, tan breve como el propio libro (144 páginas) de un grupo de jóvenes de clase trabajadora (o «lo seríamos si hubiera trabajo») que intentan asomar la cabeza por encima de la ruina urbana del norte de Dublín en los años 80, por el procedimiento de formar un grupo musical que los saque del lumpen. El estilo elegido, a contracorriente de los sintetizadores de la época es el soul, interpretando clásicos de los 60 de artistas como Otis Redding, Aretha Franklin, Marvin Gaye, Al Green, Wilson Pickett o Sam Cooke. Cuando alguien menciona la diferencia de pigmentación en la piel entre este grupo de irlandeses paliduchos y los artistas afroamericanos cuyas canciones van a versionar, el irreprimible manager de la banda, Jimmy Rabbitte, les expone su misión: «Los irlandeses son los negros de Europa, los dublineses son los negros de Irlanda y los dublineses del Northside son los negros de Dublín. Así que decidlo una vez y decidlo bien alto: soy negro y estoy orgulloso («say it once and say it loud: I’m black an’ I’m proud»).

[Aviso de destripes de baterías y botellas de Guinness en todo el texto]

La historia dura solo unas pocas semanas, durante las cuales Rabbitte levanta el grupo a base de anuncios por palabras y de patearse la ciudad bolsón a cuestas, consigue que suenen más o menos decentes sin partirse la crisma (todavía) y se les presenta una oportunidad de esas de una vez en la vida. ¿Conseguirán la fama? No. Pero como dice Joey «The Lips» Fagan al final de la película, «el éxito del grupo era irrelevante: has mejorado las expectativas de sus vidas, les has elevado el horizonte. Claro que podríamos haber sido famosos, y grabar discos, pero eso habría sido demasiado predecible. De esta forma es… poesía». Es un buen resumen de las dos horas anteriores, esas que empezaron con todos en un tren cantando «le dije al de la estación ‘quiero un billete solo para uno’ (…), destino a cualquier parte, hacia el este o hacia el oeste, no me importa'», y durante las que diez chavales irlandeses de barrio son capaces de colaborar durante un rato antes de que su natural belicosidad, y una gota de sempiterna mala suerte, arruine el proyecto. La historia en la vida real, sin embargo, fue muy diferente: The Commitments es una verdadera película de culto, considerada de las mejores de la historia cinematográfica irlandesa y que goza de una popularidad perenne, de esas que hace que no importen un carajo las críticas y los criticones sobre si la dirección mimimí, el guion mememé o las interpretaciones mumumú.

Uno de los mejores elementos de la película es la forma en la que dibuja e individualiza a su gran número de personajes sin que a cada momento se detenga el metraje para hacerle una ficha a cada uno. La dificultad aumenta cuando se considera que estos no son un cuarteto a lo Beatles, o Queen, sino una banda grande con vocalista, guitarrista, bajo, batería, trompeta, saxo, teclados y tres coristas, o sea, diez componentes que en sus ratos no libres trabajan vendiendo fish and chips, o en un matadero, o en una conservera de pescado, o de cobrador de bus. Y el que no tiene curro, como Dean el saxofonista, acabará confesando que se siente mucho mejor siendo un músico en paro que un fontanero en paro. Rabbitte, el manager, es el motor de la historia, un joven remangado y nacido para esto, siempre a la última, que «sabía quiénes eran Frankie Goes To Hollywood alguien que nadie, y también cuándo empezaron a ser una mierda», que recorre los mercadillos vendiendo copias de cintas de audio y vídeo («¿tienes Arde Mississippi?» «¿tienes algo de los Hothouse Flowers?») y que sueña con dar entrevistas que en el futuro serán consideradas un clásico a periodistas famosos como Terry Wogan. Obviamente, es supersnob musicalmente, y su única pregunta a los que responden a su anuncio en la prensa antes de cerrarles la puerta en las narices es «¿quiénes son tus influencias?», que es snob hasta en la manera en que se le pregunta a alguien, básicamente, qué música le gusta. Su dedicación es encomiable, metiéndose incluso en líos con prestamistas de los que tienen bulldogs en la nave industrial. Luego llega hasta el punto de que a pesar de conseguir sibilinamente que la guapa del barrio, Imelda, se apunte al proyecto, luego rechaza andar persiguiendo a ninguna de las tres vocalistas para evitar lo que después acaba ocurriendo: que el s-e-x («Sex, Jimmy?», «Sex, Terry») sea uno de los elementos que lo arruine todo.

Siendo una trama que mira por encima del hombro a otras músicas, inmisericorde con el country o el folk, hasta a la gloria nacional de U2 le caen varias chinitas, desde que Jimmy padre les diga «los de U2 se deben de estar cagando», como burla por los torpes inicios de la banda de su hijo, hasta que el cantante, Declan, decida que quiere que lo llamen Deco (igual que llaman Bono a Paul Hewson, el vocalista de U2), pasando por el detalle superextraño de que el chaval que aparece en las portadas de dos de los primeros discos de U2 (Boy y War) interpreta aquí años más tarde a uno de los muchos rechazados en el casting (es el chico que no se atreve a cantar desde la calle y que luego se va tan tranquilo en su monopatín). Los castings reales, por cierto, también sirvieron para que varios de los músicos que no fueron elegidos aparecieran en las escenas en las que Jimmy hace su propio casting en la casa familiar. Entre ellos estuvieron los hermanos Corr, del futuro grupo The Corrs, todos los cuales aparecen en pantalla (Andrea, la vocalista, es una de las tres hermanas de Jimmy). El padre de Jimmy, interpretado por el que interpreta a todos los irlandeses en Hollywood, Colm Meaney, se hace un hueco memorable en el guion con su obsesión por Elvis. Muerto solo hace una década, Jimmy padre no consiente que hablen mal de él, piensa que es Dios, y no se cree ningún rumor sobre su adicción a las drogas. Y hasta el cura de la parroquia de barrio tiene un conocimiento mayor de lo esperable sobre letras que hablan de vírgenes vestales o de quién canta «When a Man Loves a Woman», si Marvin Gaye o Percy Sledge.

La banda sonora es el gran personaje estelar de la película. En lugar de irse más por el estilo Motown de la novela original, el film elige clásicos del soul más propiamente dichos, aunque dentro de un esquema más rockero y apropiado para exprimir su potencia en directo, sobre todo ante poca gente: la mayoría son o temas para dar saltos ante el escenario o para mecerse ante un lento derretidor. Jimmy dice que busca música que hable de amor y de sexo, pero no en plan sensiblerías como «quiero tomarte de la mano» (referencia al «I Wanna Hold Your Hand» de los Beatles), y también dice que el soul es la música del «montar», en el sentido sexual, del follar, pero al mismo tiempo los temas escogidos, de entre una lista inicial de varios cientos, tratan ese tema desde un punto al tiempo apasionado, considerado y respetuoso con la persona amada, sobre todo con la mujer. La canción que abre la película dice que «quiero contarte una historia que todo hombre debe saber: si quieres un amar bien, tienes que empezar lento. Ella te va a amar esta noche si la tratas bien ahora (…). Si practicas mi método lo más duro que puedas te vas a hacer una reputación de buen amante, y cada noche estarás alegre de que la trataras bien». Más adelante se recomienda «probar con un poco de ternura: abrázala fuerte, no te metas con ella, nunca la abandones». También hay canciones donde a uno le atrapa la desesperación («ningún lugar a donde correr, ningún lugar en el que esconderse», «Me llaman Mister Lamentable, pero nadie parece entender qué puede poner a un hombre tan triste, porque perdí a alguien como tú»), el engaño («cadena de tontas: durante cinco largos años pensé que eras mi hombre, pero me enteré de que soy solo un eslabón en tu cadena. No soy más que tu tonta. Me trataste mal, fuiste cruel conmigo, cadena, cadena, cadena, cadena de tontas») o lo contrario, donde te agarras a ti mismo de las solapas tras una decepción sentimental («no vale de nada llorar para siempre, porque hay demasiados peces en el mar»).

La trama mide muy bien la calidad del grupo, mostrando cómo de malos eran al principio, sin al mismo tiempo martirizar al espectador con varias actuaciones deleznables al comienzo. Con Deco a la voz tienen mucho ganado: resulta irreprochable desde el inicio, un verdadero hallazgo, y con un simple «puedo cantar lo que sea» no necesita pulirse más, y ni siquiera acepta lecciones de presencia sobre el escenario de James Brown. Su intérprete, Andrew Strong, era hijo de otro cantante que hacía de coach de voz en la película y al final fue él quien se quedó con el papel. Se queda uno muerto al enterarse de que tenía dieciséis años en el casting, diecisiete en la peli y que el estreno se produjo antes de que él cumpliera los dieciocho. Desde luego, parece mucho mayor. Y la voz es totalmente suya. Con él y el inigualable «Labios» Fagan como experimentado veterano, hay una base creíble en el grupo que arrastra a los demás. El actor que hace de Fagan, por cierto, Johnny Murphy, era el único que no era músico, sino actor de teatro y no tocaba en pantalla, sino que solo fingía. Bernie cantaba en la iglesia, a Natalie se la presenta desde el principio como alguien con buena voz e Imelda es la que da la sorpresa sabiendo cantar a la vez que está cañón. Con esto cubierto, son el guitarrista, el pianista, el batería y el saxo quienes tienen que mejorar (eligiendo el pezón adecuado de Kim Basinger y dejándose de solos de jazz por el camino), y eso se va demostrando en cada nuevo bolo.

La película además no oculta que es una comedia, y tiene golpes bastante buenos en muchas escenas. Cuando Jimmy padre pregunta que qué quería Joey y su hijo le responde que «lo ha enviado Dios», él le replica: «¿En una puta Suzuki?». En otra escena Bernie se ha de traer a su nuevo hermano, aún un bebé, al ensayo, y cuando este no para de llorar, Steven, el pianista exmonaguillo y empollón de medicina salta: «Al menos el pequeño cabrón no desafina». Mickah Wallace, el segurata psicópata convertido en batería suplente, es a la vez terrorífico y descacharrante.

Durante toda la película subyace la intriga de si Joey es de verdad quien dice ser, un session player que ha trabajado en discos de casi todos los grandes de dos décadas antes («puedo tener la edad de tu padre, pero aun así soy 16 años más joven que BB King») (que por cierto acababa de grabar con U2 en Rattle And Hum). Con su calma zen, su cháchara de misionario del soul y su constante «brothers and sisters», parece que todo es cierto, pero por otro lado mucho nos tememos de que en algún momento desaparezca la alfombra bajo los pies, sobre todo cuando se va ligando una tras otra a las «Commitmentettes» a pesar de que le gusta poner de fondo el tema central de Shaft e incluso imitar sus intros de chuleta sobrao de barrio con voz cavernosa. ¿En serio el de «all you need is love, da-da-ra-da-da» de los Beatles era él? ¿En serio conoce a Wilson Pickett tanto como para que acepte irse de jam session con unos desconocidos a un tugurio dublinés? Pues sí, resulta que era verdad, y solo el hecho de que su chófer se perdiera por Dublín, sin GPS ni nada de aquella, hace que Pickett llegue tarde, aunque posiblemente ya era demasiado tarde de todas formas en otro sentido: Deco, que lleva casi desde el principio en plan divo, tiene ofertas para grabar en solitario, Dean quiere «expresarse» más con su saxo, la sección de cuerda pasa de ponerse los elegantes trajes negros de rigor («de enterrador, más bien»), las chicas se dicen unas a otras cosas peores que los babosos machismos de sus compañeros, y todos acaban a torta limpia justo cuando les había quedado un bolo perfecto, para enmarcar, con un cuarteto de canciones («Mustang Sally», «I Never Loved a Man», «Try a Little Tenderness», «Midnight Hour») para el recuerdo. Quizá esta es la razón por la que Irlanda no domina el mundo.

Al final, en su entrevista imaginada, que quizá ya no lo es tanto, se nos cuenta qué fue de cada uno de los Commitments más adelante, y algunos parecidos con la realidad son notables: mientras que Deco grabó discos pinta en mano y se portó cada vez más como un insoportable, Andrew Strong también ha hecho carrera como cantante, volando bajo en el radar de los éxitos, eso sí. Se dice que Natalie se convirtió en una estrella famosa de la canción, de las que graban baladas en blanco y negro, y la actriz que la encarna, Maria Doyle Kennedy, Catalina de Aragón en Los Tudor, y luego parte del elenco de Downton Abbey, ha hecho fortuna actuando y cantando. El guitarrista pelirrojo, Glen Hansard, que nunca quiso ver la película hasta veinte años más tarde, reapareció en las pantallas ganando el Oscar a mejor canción original por «Falling Slowly», para la película Once. Dado que Outspan Foster acaba Los Commitments como músico callejero en Grafton Street y comienza Once haciendo eso mismo en ese mismo sitio, y su personaje no tiene nombre (a los protagonistas de Once se los conoce simplemente como Guy y Girl, «Tío y Tía»), hay fans a quienes les gusta pensar que es el mismo personaje, dieciséis años más tarde. La mayoría de los demás no han llegado a hacer nada más famoso, aunque Bernie aparece por ahí de cameo en la Pulp Fiction de Tarantino, en la famosa escena de la aguja en el corazón de Uma Thurman. El éxito de la película fue tal, o mejor dicho fue tan marcadamente del tipo que crea fans acérrimos, que más allá de sacar no uno, sino dos discos de banda sonora se llegó a pensar en hacer una secuela, pero no habría funcionado. Incluso Roddy Doyle, que llegó a coger manía a esta novela por lo mucho que ocultaba al resto de su producción (de hecho, es solo una de las tres partes de la llamada Trilogía de Barrytown), aceptó que esto había sido como atrapar un rayo en una botella, y que mejor no tentar a la suerte. Akan Parker, el director, la considera la película que más ha disfrutado en su carrera, entre otras cosas porque está llena de referencias a varias de sus películas anteriores (Birdy, Fama, El muro, o la ya mencionada Arde Mississippi). Lo que sí se han hecho han sido conciertos, a veces incluso con el reparto original, y hay una banda-homenaje más o menos oficial que mantiene viva la llama.

Cuando todavía no habían ensayado juntos siquiera, Jimmy impresiona a los neófitos con un apasionado speech sobre lo que significa la música soul: «Es la música que la gente entiende. Es básica y simple. Pero es algo más. Algo especial. Porque es honesta y sin mierdas. Habla directa desde el corazón. Hay mogollón de música con la que te puedes poner, pero el soul es más que eso. Te lleva a otra parte. Te agarra por los huevos y te eleva de la mierda». No es el análisis más elegante ni el más detallado, pero es auténtico.

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