Me pasó algo curioso el otro día, cuando terminó la cuarta temporada de True Detective, y fue que había adivinado la resolución de su argumento. Después de ver el primer episodio hace un mes, hice una crítica decepcionada de la serie y dejé de verla. En esa crítica anunciaba quién había matado a Annie, y el motivo de que los científicos hubieran aparecido petrificados en una llanura de hielo. También dije que “las” culpables se irían de rositas. Ahora, finiquitado el show, he leído por ahí resúmenes de su sinopsis que me confirman gratamente como futurólogo. Veo finales.
El 19 de enero aventuré cómo iba a acabar «True detective: Noche polar», cuyo último episodio se emite hoy.
Lo clavé.
No es magia: es mala televisión.
(1, mi predicción; 2 y 3, textos de Albertini en Espinof). pic.twitter.com/8totk2o0D8
— Alberto Olmos (@alb_olmos) February 19, 2024
La mediocridad de True Detective: Noche polar es doctrinal. Toda su primera hora, de seis que tiene, se muestra amordazada por los clichés de nuevo cuño. Según estos clichés, las mujeres son siempre las buenas, los hombres los malos, y nadie con una “identidad” históricamente repudiada puede representar un papel negativo. Así las cosas, la creatividad muere, la imaginación se estanca, las posibilidades de desarrollo de un argumento son muy limitadas, y el espectador —salvo que tenga más de feligrés que de espectador— se aburre y embrutece.
Estos clichés contemporáneos, como es obvio, son malos por ser clichés, no por las buenas intenciones que los animan. Al igual que la prescripción religiosa o stalinista sobre las artes, o el Código Hays, decirle a un artista lo que tiene que crear y lo que no puede crear, lo que no puede concluir y lo que no puede expresar acaba con la pulsión primigenia de las artes, que es la exploración. Si Issa Lopez, artífice de Noche polar, ya sabía lo que quería contar con su cuarta temporada de True Detective, es que no tenía nada que contar.
Nic Pizzolatto ha sido muy crudo: “…personajes falsos con una emocionalidad forzada y artificial… el trillado y moralista mensaje que ofrece como un llamado a la indignación emocional y moral de la audiencia”. Notemos cómo el cliché, “lo trillado”, está siempre muy cerca de “lo moralizante”.
Cherry picking
La desafección por el primer episodio de True detective fue masiva y muy comentada. Haya escuchado o no términos como “desautomatización” o “función poética del lenguaje”, que indican desde la narrativa escrita la necesidad de descubrir más que de describir, a cualquier espectador debían rechinarle los mecanismos empleados por Issa Lopez en su serie, esa sensación palpable de previsibilidad, obediencia, lugar seguro y adoctrinamiento.
Sin embargo, recurriendo al siempre triunfal cherry picking, se eligió, de todos los comentarios negativos hacia la serie en su debut, los más garrulos e indocumentados, que decían sentirse decepcionados porque las protagonistas eran dos mujeres, porque no salían hombres o porque esas dos mujeres eran “de fuerte carácter”. Así, se señaló enseguida que la serie no gustaba, no por ser malísima, sino porque la protagonizaban mujeres. También la excelente Big Little Lies la protagonizaban mujeres, más mujeres, de hecho, y los hombres eran tontísimos, todo lo cual no impidió que alcanzara grandes críticas y audiencias.
Carlos Boyero consideró “inane” Noche polar, y alguien en Twitter ironizó con la capacidad del crítico para saber que una serie es mala habiendo visto sólo su primer capítulo. Quizá por eso alguien llega a crítico, amigo. No le hace falta sufrir de más.
Otros, como Mikel Iturriaga, escribieron: “Dos razones poderosas para ver True Detective: Noche polar: los bros la odian porque salen muchas mujeres, y a Boyero no le ha gustado nada”. Iturriaga enlazaba una noticia de El País titulada: “La campaña de odio machista contra la nueva temporada de True Detective”.
Dos razones poderosas para ver «True Detective: noche polar»: los bros la odian porque salen muchas mujeres, y a Boyero no le ha gustado nada. https://t.co/81pBHuVKUr
— Mikel López Iturriaga🏳️🌈 (@mikeliturriaga) January 21, 2024
Todo, en fin, perfectamente disparatado, agotador, desilusionante, ridículo. Realmente da mucha pereza tener que ponerse ahora a explicarle a adultos formados qué es el arte.
Pensando en las películas o series que uno se niega a ver, que deja a la mitad o cuyo visionado demora hasta ese momento en que lleguen a las plataformas, me acorde de algo que cuenta Luis Buñuel en sus memorias, Mi último suspiro. Parece que Buñuel y un amigo suyo, también persona de cine, habían diseñado unos esquemas argumentales infalibles, a base de ver películas sin parar. Así, bastaba que uno le contara al otro el comienzo de una película para que el otro pudiera adivinar con total acierto cómo terminaba.
Estos días, de hecho, ando resistiéndome a ver dos películas que me apetecía ver y, al mismo tiempo, sé que no me van a gustar. Una es Pobres criaturas, de Yorgos Lanthimos, y la otra Perfect Days, de Wim Wenders.
Las imágenes que me llegan (el tráiler) de Poor Things me empachan y, por mucho que a todo el mundo a mi alrededor le haya fascinado la película, soy incapaz de imaginarme sobreviviendo en medio de tanta pastelería cinematográfica. Desde, por lo menos, Delicatessen (1991), sé que no soporto el barroco visual, algo curioso cuando el barroco literario (el exceso en la prosa) suele recrearme.
Perfect Days, por su parte, me paraliza la cartera (pago por el cine, sí) por otros motivos. Sé que quiere decirme que la vida sencilla también es disfrutable, incluso si esa vida sencilla se ocupa en limpiar retretes en Tokio. Todo es luz. El mundo está bien hecho. Celebremos el mero hecho de respirar.
Para confirmar estas tres frases, no me veo pagando 10 o 12 euros y perdiendo dos horas de mi vida. Aquí, con todo y que Wim Wenders es un cineasta inmenso, se impone esa sensación de previsibilidad absoluta que destruye el arte: los creadores de Perfect Days saben lo que quieren contar, yo sé lo que me van a contar, ir a ver su película es como ir a misa: una especie de obligación social.
Por lo general, uno debería fiarse de estos presentimientos en relación a distintos espectáculos artísticos, sobre todo si tiene más de cuarenta años y ya ha pagado el peaje juvenil de ser sucesivamente estafado y engañado. A esta estafa ayudan las secciones culturales de los periódicos, y lo hacen en las dos direcciones: convenciéndote para que vayas a ver cosas horribles y disuadiéndote de que conozcas obras valiosas.
Yo aún lamento no haber visto en cines ni Babylon ni Dune, que desistí de contemplar por una manía absurda: hacer caso a los demás.
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