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¡¡Los aplausos no suenan igual!! - Ana Godoy Cossío - Zenda
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¡¡Los aplausos no suenan igual!!

“Fiesta en el tejado: estallido blanco de cohetecillos, baile de rocíos congelados, aplausos del viento”. (Azpur) Era fácil aplaudir desde las ventanas, balcones y terrazas, libres de las mascarillas y a salvo del virus. Eran aplausos que se iban con el aire, como aves al vuelo. Aplausos bañados en lágrimas que la muerte sorda no...

Fiesta en el tejado: estallido blanco de cohetecillos,
baile de rocíos congelados, aplausos del viento”.
(Azpur)

Hoy, mientras me duchaba, una frase vino a mi mente “los aplausos no suenan igual en todas partes”. Me pregunté, ¿en verdad es así? ¿Suenan igual cuando termina un discurso, una presentación, una obra de teatro, un espectáculo artístico o un musical? Pensaba que sí, pero recordé que, durante el confinamiento por la pandemia, los aplausos de todas las tardes, dedicados al personal sanitario que se sacrificó para salvar vidas, no sonaban igual. Aquellos aplausos exteriores, no tenían la misma fuerza emotiva que los de alegría y agradecimiento, después de una función o un evento. ¡No! Estos aplausos de gratitud estaban entremezclados de miedo, tristeza, impotencia, súplica y revestían ecos de inmensa congoja por la muerte. Al final, las palmas quedaban juntas en actitud contrita y los aplausos se transformaban en oración, en sonido blanco de ruego.

Era fácil aplaudir desde las ventanas, balcones y terrazas, libres de las mascarillas y a salvo del virus. Eran aplausos que se iban con el aire, como aves al vuelo. Aplausos bañados en lágrimas que la muerte sorda no oía. Aplausos perdidos en los techos, enredados entre las ramas de los árboles, confundidos con el viento airado y las campanadas. Aplausos azules de esperanza que demandaban el derecho a la vida, a la salud. Aplausos unísonos, sin edad, ni categoría que se congelaron con la llegada de la borrasca Filomena. Para muchos, regalo de nieve que devolvió la sonrisa, lavó las pisadas, enjugó el llanto. Aplausos convertidos en bandera blanca de paz y tregua entre la salud y la enfermedad.

"En realidad, son aplausos que imploran paz y el fin de la guerra. Aplausos que alientan a seguir en pie, a resistir, a amar la vida"

Tres años después, todo parece un sueño. Nadie recuerda aquellos aplausos, aunque la salud es el presente y el futuro de todos. Se dice que “para vivir la vida hay que mirar hacia adelante, pero para entenderla hay que mirar hacia atrás” y, quizás tendríamos que volver a los aplausos como remedio de todos los males. Sócrates decía que “el secreto del cambio era enfocar la energía, no en la lucha contra lo viejo, sino en la construcción de lo nuevo” y cuánta razón tenía. Nuestros aplausos de hoy deberían ser los pilares del mañana.

Cada 8 de marzo, los aplausos tienen diversos tonos y traspasan los techos que libran las mujeres en los distintos ámbitos, públicos o privados. Son aplausos masivos que resuenan en todo el mundo y buscan la igualdad en los derechos. Son la suma de innumerables aplausos propios y ajenos que despiertan, remueven, renuevan y reconstruyen una nueva realidad, más equitativa, más libre, lejos de toda marginación y discriminación. Son aplausos de protesta y condena ante la violencia machista que siembra desolación en las familias, mientras las autoridades se debaten entre la ley del ¡sí es sí!, como si esa fuese la única solución. En realidad, son aplausos que imploran paz y el fin de la guerra. Aplausos que alientan a seguir en pie, a resistir, a amar la vida. El arte y la cultura, como las bailarinas de la Compañía de Kiev, que siguen con la música y el baile. Ellas demuestran que la mujer de hoy es árbol, refugio, alimento, sombra y camino.

"Son la mesa imaginaria de la literatura, como lo fue para Virginia Woolf y Simone de Beauvoir, mujeres-columna del feminismo del siglo XX"

En el caso de las escritoras, los aplausos son la habitación propia para alzar la voz sin miedo y dejar volar la extremada sensibilidad femenina. Son la mesa imaginaria de la literatura, como lo fue para Virginia Woolf y Simone de Beauvoir, mujeres-columna del feminismo del siglo XX. Actualmente, Isabel Allende, fiel discípula, cumple este ritual cada 8 de enero, día de iniciación y siembra. Un triunfo de la escritura que supera la página en blanco. ¡¡Aplausos de júbilo y celebración!!

En realidad, cuando uno escribe, oye los aplausos adelantados y silenciosos de los lectores. Traza las propias huellas con cada latido lento y apresurado de las palabras. Sigue la receta de la mente y siente la respiración agitada. Se pregunta ¿el porqué de las cosas?, como titulaba el álbum que coleccioné en la niñez. Los aplausos ayudan a completar las fichas del rompecabezas vital y reinician o rebobinan la cinta del pasado.

"Cuando niña, en mi calle llamada Libertad, conocí las historietas de Mafalda y sus amigos y a través de ella, la desigualdad y la injusticia fusionadas con ironía y humor"

Escribir es dejarte llevar por el bolígrafo y conectarte a los cables de tu cibermáquina mental que te escanea y transparenta. Es vivir todas las dimensiones posibles e imposibles y recibir la luz primordial, el soplo de aire fresco. Es filosofar sobre la propia existencia y trocearla para extraer la esencia pura o impura de nuestro ser. Penetrar en nuestro interior y buscarnos a nosotras mismas, sin la influencia exterior. Mirar y sentir los ruidos, sin los afanes pasajeros, ni los tambores lejanos o la luz artificial que deslumbra. Es dialogar contigo mismo y con otros seres de tu creación, sin las nubes que encubren, sin las sombras de otros tiempos, ni los pensamientos fantasmas ¡¡Son los aplausos del viento con cada palabra!!

Cuando niña, en mi calle llamada Libertad, conocí las historietas de Mafalda y sus amigos y a través de ella, la desigualdad y la injusticia fusionadas con ironía y humor. En esas circunstancias, aunque no comprendía aún el verdadero valor de ser libre, los aplausos estaban fusionados con los gritos reivindicativos de ¡libertad! de los adolescentes y con la melodía de «I want to break free», del Grupo Queen. Hoy los aplausos me recuerdan estos versos anónimos, en femenino plural:

No te rindas, aún estas a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,
liberar el lastre, retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso,
continuar el viaje,
perseguir tus sueños,
destrabar el tiempo,
correr los escombros y destapar el cielo.

No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños.

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Ana Godoy Cossío

Investigadora hispano-peruana. Doctora en Literatura Hispanoamericana y Máster en Literatura Española por la Universidad Complutense de Madrid. Licenciada en Ciencias de la Educación, con especialidad en Lengua y Literatura. Es autora del ensayo Arquetipos femeninos: Francisco Umbral y Mario Vargas Llosa. Obra y vidas paralelas. Ha publicado diversos artículos de crítica e investigación sobre literatura española, peruana y latinoamericana en varios libros colectivos y en diferentes revistas: Anales Hispanoamericanos de la Universidad Complutense de Madrid, Actio Nova, de la Universidad Autónoma de Madrid, Contrapunto de la Universidad Alcalá de Henares, Colección Biblioteca Áurea Digital de la Universidad de Navarra, Aprender a pensar, Avuelapluma, El Digital de Castilla la Mancha, Ínsula Barataria, Letralia, entre otras.

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