Exhaustiva, densa, a ratos abrumadora, Los libros de Jacob es la primera novela publicada por Olga Tokarczuk tras la concesión del Premio Nobel de Literatura en 2019.
Jacob Frank, su protagonista, se autoconsideró el Mesías, y congregó en torno a su persona una secta que en sus mejores momentos contó con algo más de 50.000 seguidores y tuvo una considerable influencia política y social. A partir de la bibliografía existente y tras un minucioso trabajo de documentación e investigación que en absoluto lastra el vigor narrativo del texto, Tokarczuk alza un fresco monumental que recorre buena parte de la hoy denominada Europa del Este, crisol, conglomerado de pueblos, lenguas, religiones que el Congreso de Viena (1815) trataría de ahormar.
La autora sitúa el comienzo de la novela en Rohatyn, una pequeña ciudad polaca, perteneciente hoy a Ucrania, en el año 1752. En vísperas de celebrarse una boda en casa de los Shor, prominente familia judía de la localidad, Yenta, una anciana judía miembro de la misma, ingiere el papel donde consta inscrito un sortilegio. Esta palabra tragada surte un efecto milagroso en la conciencia de la vieja. Deviene poco menos que inmortal. Mientras su cuerpo amojamado yace a las puertas de la muerte, su espíritu se eleva, se desata de la materia y es capaz de sobrevolar el espacio y el tiempo, asistir, acompañar y narrar los acontecimientos de su familia, y por extensión de su país y de su religión, a lo largo de casi 70 años. Esa voz narrativa, articulada primorosamente en tercera persona por Tokarczuk, recorre a vuelo de pájaro las ciudades, los ríos, las aventuras y circunstancias de los contratalmudistas, cuyo eje principal es la carismática figura histórica de Jacob Frank. Una voz que en ocasiones lleva a pensar en el Victor Hugo de Nuestra Señora de París por la abigarrada recreación de ambientes, en el Stendhal de La Cartuja de Parma por el nervio aventurero de las peripecias (confinamiento en castillo incluido) y en el Tolstoi de Guerra y Paz por la ambición histórica, moral, totalizadora.
Esta voz, este punto de vista, de ser el único convertiría la novela en una montaña dificultosa de escalar. Pero Tokarczuk lo administra y combina sabiamente con otros que confluyen en el principal y lo alimentan. El de Nachman, uno de los discípulos de Frank, seguidores de primera hora del místico, que lo acompaña en multitud de vicisitudes y cuyo diario en primera persona constituye una suerte de evangelio de la vida y milagros del pretendido mesías. Lo que la mirada omnisciente de la narradora observa a vuelo de pájaro, el relato testimonial de Nachman lo acerca hasta convertirlo en experiencia de vida y aprendizaje. Asistimos, gracias a él, a las sucesivas diásporas y exilios del líder y sus seguidores más cercanos: Esmirna, donde hallan el amparo del sultán otomano cuando pintan bastos en tierras polacas; Varsovia, donde tras un nuevo giro doctrinal la comunidad se convierte al catolicismo, siendo de este modo protegidos por la nobleza y la curia episcopal; y finalmente en Offenbach del Meno, actual Alemania. A esta mirada del discípulo se suman otras, como la del párroco Benedykt Chmielowski, cura de aldea con aspiraciones enciclopedistas que percibe, pese a la distancia, el alborear en Francia de una nueva época. La correspondencia que cruza con una dama noble aficionada a las belles-lettres supone el contrapunto, con su tono de idilio, a los pasajes más ásperos de la novela.
Novela fluvial, estructurada en cinco libros que encajan uno en otro y cuyos títulos evocan los avatares de la alquimia, el hermetismo y la literatura bizantina (El Libro de la Niebla, El Libro de la Arena, El Libro del Camino, El Libro del Cometa, El libro del Metal y del Azufre), son varios los ríos que recorren sus páginas, y en cuyos márgenes se desarrolla el argumento: el Dniéster, el Prut, el Warta y por supuesto el Danubio, verdadera columna vertebral de tantos paisajes, culturas, pueblos y naciones, y al que Claudio Magris dedicó páginas memorables. Novela total, porque los acontecimientos históricos se incorporan a la obra hasta hacerlos convivir con las circunstancias de los protagonistas: el cameo del gran Giacomo Casanova en un palco de la ópera de Viena tratando de seducir a la hija de Frank, el emperador José II o el zar Alejandro. Novela soberbia llena de recovecos, detalles, descripciones servidas en una prosa de intenso lirismo: «Los prados ondean y tiemblan como si estuvieran vivos. Recuerdan a la piel de caballo que se estremece y tiembla cuando se posa en ella un abejorro. Con cada soplo la hierba revela su claro bajo vientre, verde y gris como el pelaje de un perro a contrapelo» (pág. 637).
Tras sobrevivir a los exilios y las persecuciones, aprovecharse del amparo doctrinal de las grandes religiones, primero el islam y luego el catolicismo, para conservar en secreto la astuta llama de su credo y saborear las mieles del éxito político, económico y social, la comunidad fundada por Jacob Frank se corrompe, se hunde y se disgrega. Su propia hija, amante del emperador y autoconsiderada shejiná, encarnación femenina de la divinidad, vivirá una vida principesca llena de carruajes, lujos y lacayos que llevarán a la ruina las finanzas de la congregación. Antes, las ratas ya habrán abandonado discreta o precipitadamente el barco.
En la cueva donde está enterrado el cuerpo de Yenta, la anciana inmortal, han cristalizado estalactitas en forma de lágrimas afiladas. Muchos de los primeros seguidores de Frank y sus descendientes, han cristianizado sus nombres judíos y han dejado atrás todo aquello. En los campos de batalla de toda Europa, el corso Napoleón hace corvetear a su caballo.
Pero esa, como suele decirse, ya es otra historia.
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Autora: Olga Tokarczuk. Traductores: Agata Orzeszek y Ernesto Rubio. Título: Los libros de Jacob. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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