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Lorenzo Silva: "La identidad castellana es la más vilipendiada y menospreciada" - Zenda
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Lorenzo Silva: «La identidad castellana es la más vilipendiada y menospreciada»

A la revuelta de los comuneros añade Lorenzo Silva la propia revuelta interior, donde algo parecido a una identidad se fue conformando con los años y acabó gritándose en 300 páginas: que uno es castellano, y con orgullo.

Lorenzo Silva defiende estos días Castellano (Destino), su libro quizá más epifánico. A la revuelta de los comuneros añade el autor la propia revuelta interior, donde algo parecido a una identidad se fue conformando con los años y acabó gritándose en 300 páginas: que uno es castellano, y con orgullo. Esto, de tan provocador, pasa casi desapercibido. “Es Castilla, sufridlo”, advirtió ya Claudio Rodríguez.

—Lo primero que te diría es que la edición me parece preciosa.

—Sí, sí; aunque hay a quien no le gusta, porque espera que en una novela histórica haya un cuadro en la portada, historicista. Cuando me lo sacaron me pareció un acierto, no es idea mía. El diseño conecta mucho con lo que es el libro. La batalla de Villalar fue una batalla de caballería, fue un hombre con una lanza cargando como Fernán González. Juan Padilla fue como Fernán González o como El Cid.

—Como castellano, segoviano en concreto, el libro me apela directamente. Me parece muy provocador hasta el título. Yo creo que “castellano” es la identidad menos popular de España.

—Y la menos reivindicada, la más vilipendiada, la más desprestigiada, la más postergada, la más olvidada… Pero yo quería tanto reivindicar la identidad y el carácter castellano como la lengua.

—Dijo Philip Roth sobre sus últimas novelas que trataba de escribir sobre acontecimientos históricos estadounidenses que, a pesar de haber sido importantes en su vida, nunca había visto en una novela. Yo lo de “Padilla, Bravo y Maldonado”, tan repetido en la escuela segoviana, tampoco lo había visto nunca en novelas muy promocionadas.

"Hasta tú, que eres de Segovia, o yo, que soy de Madrid, sabemos quién era el general Custer, cuando se trata de un personaje ridículo e insignificante"

—Para ser exactos hay novelas sobre los comuneros. Hay zarzuelas, hay dramas, en el siglo XIX Martínez de la Rosa hizo una obra de teatro sobre María Pacheco. Sí hay una bibliografía literaria sobre los comuneros, incluso contemporánea, como La comunera, de Martínez de Lezea, o Pueblo sin rey, que acaba de salir no hace mucho… Sí hay novelas, pero por alguna razón es una historia que no ha trascendido. Su reflejo en la ficción, en la mentalidad española contemporánea, no tiene huella visible. Son libros que alguna gente ha leído, pero tú sales a la calle y preguntas quién era Padilla, qué hizo… y no lo saben. Yo sí identifiqué que era un episodio histórico insuficientemente conocido a mi alrededor, y por tanto quizá insuficientemente contado. El relato que se ha hecho sobre él no ha acertado a ser relevante. Piensa que por ejemplo el relato que se ha hecho sobre una escaramuza sin importancia como Little Bighorn ha llegado a ser tan relevante que hasta tú, que eres de Segovia, o yo, que soy de Madrid, sabemos quién era el general Custer, cuando se trata de un personaje ridículo e insignificante. Nosotros no hemos sabido hacer relevante esta historia.

—Luego está la cosa de la identidad castellana.

—Sí, estaba este tema de la identidad. Cuando yo hace diez años me sentí interpelado a indagar en esta historia, que para mí era como para ti, los tres nombres y poco más, el reinado de Carlos V y sus tensiones, y empecé a encontrar personajes fascinantes, con muchísimo potencial dramático, me dije «esto lo tengo que hacer», porque además era otra forma de indagar en la cuestión de la identidad, algo que yo nunca he sentido con vigor dentro de mí mismo y que casi te diría que he sentido con alergia, pues yo nací en la España de Franco y a mí se me trasladó la identidad española de la España imperial, que era una identidad innegociable, como sucede en este tipo de regímenes.

—Con todo, te diría que cuando empecé a leerlo, y vi que te identificabas como castellano, me dije: «¿Tú que vas a ser castellano? ¡Tú eres de Getafe!».

"Pues Getafe y Madrid siempre han sido Castilla. Es tan Castilla que la vanguardia del ejército comunero que libera Segovia es la milicia de Madrid"

—Pues Getafe y Madrid siempre han sido Castilla. Es tan Castilla que la vanguardia del ejército comunero que libera tu ciudad es la milicia de Madrid. De Toledo y Madrid. Getafe es castellanísima. Es tan castellana que allí está el hospitalillo de san José, una antigua entidad benéfica del siglo XVI, castellano a más no poder, o la iglesia de la Magdalena, que es una iglesia castellana también del siglo XVI.

—En el libro alternas el relato de la revolución de las comunidades con tu peripecia identitaria, que pasa por Cataluña. De hecho, no sabía que te habías vuelto.

—Me volví en 2015. Quiero aclarar que no me volví huyendo del procés.

—Pero sí cuentas que la cosa se fue exacerbando y el improperio “mesetario” se hizo más común…

—Todo lo que cuento en el libro es real. Yo he oído a alguien en la radio, tú que eres segoviano, yo he oído a alguien en la radio haciendo burla de un tertuliano porque iba a ir a Segovia, como si fuera a ir a Nairobi. Cuando ese tipo de discurso, que es normal en un bar con tres cervezas, se convierte en algo que uno puede decir en público, en una emisora, una radio española, cuando eso se normaliza hasta tal punto, aquí pasa algo grave. Pero el problema lo tienen ellos, no lo tiene Segovia.

—Yo en Segovia he oído hablar pestes de Cataluña toda mi vida, eso también es verdad. Por eso me gusta la mítica fotografía de Miguel Delibes con Esther Tusquets tomando el sol en la meseta, tan conciliadora.

"De repente me encontré que en el ágora catalana había como una especie de deporte, que era el menosprecio a Castilla y a lo castellano"

—Y Delibes fue socio permanente de Josep Vergés, el alma de Destino. Yo mismo soy castellano y estoy desde hace veintipico años en una editorial catalana, y estupendamente. Cuando fui a Cataluña fui, bueno, como cuento en el libro, con admiración, con afecto, y he encontrado y sigo encontrando allí afecto, pero de repente me encontré que en el ágora catalana había como una especie de deporte, que era el menosprecio a Castilla y a lo castellano. Me chocó. Tú podrás decir que en Castilla en una charla de bar te han hablado mal de Cataluña, pero yo no veo en el ágora pública madrileña un discurso de desprecio a lo catalán o a lo vasco. Todo lo contrario.

—Revuelta de las comunidades: primera revolución moderna, dices, aunque hay otras interpretaciones, como que fue una cosa de señorones que no querían pagar impuestos.

—No yo, así la invocan los liberales del siglo XIX, idealizándola, así en cierto modo la invoca Azaña, en un opúsculo suyo que está escrito en el año 31. Eso lo dice José Antonio Maravall, pero lo dice de una manera que a veces se malinterpreta. No dicen que sea la primera revolución moderna, como la revolución Francesa —faltan muchas categoría intelectuales intermedias—, pero sí es verdad que la revolución de las comunidades plantea por primera vez un concepto que es sobre el que luego se edificará la idea política de la modernidad, que es romper la mística medieval de la monarquía.

—El rey y el reino, vamos.

—El rey y el reino forman un cuerpo único, y plantean un concepto que los comuneros explican con toda claridad: el rey y el reino son cosas distintas, y como son distintas pueden tener intereses contrapuestos, y si hay conflicto de intereses entre el rey y el reino, no prevalece el capricho del monarca, como pretendía Carlos V, sino el interés del reino. Incluso el reino tiene la potestad no sólo de defenderse a sí mismo, sino de defender al monarca contra sus propios errores.

—Tiene cierta actualidad, en efecto.

"El rey no se puede servir del reino, el rey puede regir el reino en la medida que sirva al reino"

—Eso está puesto por escrito por los comuneros, está en Tordesillas, en Valladolid, en muchos documentos. Anticipa la constitución de Cádiz, donde la soberanía pasa a ser del pueblo y no del monarca, y está prefigurando la monarquía actual. El rey no se puede servir del reino, el rey puede regir el reino en la medida que sirva al reino. Eso es lo que inspira la monarquía que tenemos ahora en todos sus discursos. Han entendido que su única forma de supervivencia es hacerse útil al pueblo.

—También me parece muy actual el binomio corrupción/impuestos que justifica en cierta medida la revuelta, la sensación de que se pagan impuestos para que algunos se aprovechen y enriquezcan.

—Sí, claro. El tema de los impuestos es muy interesante en esta revolución. ¿Cuál era el sistema fiscal? Había un impuesto directo, el IRPF, para entendernos, y había un sistema de impuestos indirectos. Había varios, pero el principal era la alcabala, que venía a ser como el IVA, lo que gravaba todo. La alcabala a los ricos les pesaba poco, como el IVA. Al que le pesa es al que no tiene para comer. Pero sobre el impuesto directo hay una peculiaridad, que es que lo pagaban los pobres; los nobles estaban exentos de ese impuesto, que es el que desencadena la revolución. Es decir, Padilla no se rebela para dejar de pagar impuestos él, y lo dice María Pacheco, muerto ya su marido: «Mi marido se ha rebelado para que no os pongan impuestos a vosotros», porque el impuesto indirecto recae sobre los pecheros, que son los no nobles. Pero es que además Padilla tenía juros, deuda pública, por los cuales se llevaba un porcentaje de los impuestos indirectos. O sea, que Padilla se rebela por un impuesto que no paga él, y para dejar de pagar un impuesto del que él recibe un porcentaje. Por tanto, decir que es una rebelión antifiscal, al menos en el caso de Padilla, no cuadra mucho. Hay otros que puede que lo hicieran, por ejemplo los burgueses de tu ciudad, que eran pecheros, tenían dinero y pagaban bastantes impuestos.

—Pero ¿quién robaba exactamente aquí?

"Los castellanos saben que esos impuestos van encaminados a pagar el soborno a los príncipes electores alemanes"

—Tiene que ver con eso que tú dices. Los castellanos no sólo sienten que les están subiendo unos impuestos que no pueden pagar, sino que además saben que esos impuestos van encaminados a pagar el soborno a los príncipes electores alemanes, que vendían su voto, y que los consejeros flamencos de Carlos V compraron generosamente, endeudándose, y tenían que devolver los préstamos. Y por otra parte ven cómo a toda esa corte de flamencos que ha venido le han dado todos los cargos. Los cargos los han vendido, y el dinero se lo han llevado fuera. Es que es exactamente igual a ahora. El cardenal Cisneros en una carta lo dice claramente: cuantas veces se ve que gentes que vienen sin ningún patrimonio al cabo de cinco años de ocupar un cargo público se hacen “grandes casas”. Parece que siempre es igual, parece que siempre hay que hacerse una gran casa. A costa del erario.

—Sobre la esencia castellana, te repito los tópicos: sosos, sobrios, ahorradores, de derechas… Ése es el sambenito de los castellanos.

—De derechas yo no diría.

—Bueno, en la propia Castilla y León gobierna la derecha desde hace 35 años.

—Ya, y aquí en Madrid, pero yo no diría que los madrileños son de derechas. Hay de todo. Toda mi familia castellana era de izquierdas. Lo que sí tiene lo castellano son rasgos de austeridad, de sobriedad, con ese reverso de orgullo, de rigidez. Pero eso para mí es anecdótico, aunque no deje de tener algo de verdad, pero me sitúa en un campo que me interesa menos, pequeñas cosas, las minucias. Lo que me interesa es lo que resalto al final de libro: yo me reivindico castellano porque a mí Castilla me ha dado mucho, me ha dado cosas que valoro enormemente. Si no las valorara no reivindicaría esa identidad. Me ha dado dos cosas que tienen un inmenso valor. Una es el idioma, que como dice Unamuno es el fruto de la gente que lo crea; y por otra parte, Castilla desde el principio, desde Fernán González, cuando está rodeado con muy pocos por tres reinos, el de Navarra, el de León y el califato de Córdoba, y los suyos le dicen que están cansados de luchar, y él dice, o luchamos o “de señores que somos, vasallos nos haremos”. Esa aversión al vasallaje es algo que me remueve profundamente.

—¿En qué sentido?

"Castilla está edificada sobre esa aversión al vasallaje. Y precisamente por esa aversión el emperador la aplastó"

—Yo he trabajado en muchas organizaciones, públicas y privadas, desde el Ibex a empresas pequeñas, y he visto proliferar a mi alrededor el vasallaje, y he aprendido a detestarlo, porque el vasallaje no sólo es malo para el vasallo, no sólo es malo para quien se degrada, también es pésimo para el señor, que acaba estando mal aconsejado, y pésimo para la comunidad, porque señores mal aconsejados por vasallos inertes conducen a las comunidades al precipicio. Y Castilla está edificada sobre esa aversión al vasallaje. Y precisamente por esa aversión el emperador la aplastó.

—Te sigo desde tus inicios, y siempre he querido preguntarte sobre ese paso de la ficción hecha con lo que uno ve a la ficción muy documentada, como exigen las novelas sobre sucesos históricos.

—No creas, en eso estoy un poco desde siempre. Yo desde el principio, desde la primera novela, Noviembre sin violetas

—¿La de Ediciones Libertarias, no?

—Sí, un ejercicio muy marciano, pero no reniego de él. Si lees ese libro hay elementos que provienen de realidades concretas. Tengo en mi lugar de trabajo, en la pared, una frase de Stendhal: “Detalles, más detalles, porque sólo en los detalles está la verdad”. Tú en tu cuarto puedes tener grandes ideas, pero si sales de tu cuarto y haces el esfuerzo de mirar y captar detalles concretos, esos detalles concretos cuentan muchas cosas, cosas que no vas a ver desde tu cuarto. Y si mezclas esos detalles con tus intuiciones, ahí es donde sale la chispa de lo que para mí es la gran literatura. Luego uno lo intenta y sale o no.

—Tú para documentarte has vivido experiencias tremendas, también.

"Sacar un fardo de 30 kilos del agua, que pesa bastante, con un bichero, y subirlo por encima de la borda, todo eso te da unos destellos de la verdad de esa historia"

—Para hacer una novela de Bevilacqua pedí salir una noche en una patrullera de la Guardia Civil en el Estrecho. Salí varias noches, y una de ellas tuvimos una persecución, y acabé con los guardias sacando los fardos del mar. Y esos detalles concretos de sacar un fardo de 30 kilos del agua, que pesa bastante, con un bichero, y subirlo por encima de la borda, todo eso te da unos destellos de la verdad de esa historia.

—Y disparaste un cetme también.

—Un máuser, para escribir Niños feroces. Cuando estás ahí no sólo descubres cosas que vas a buscar, sino cosas que no buscabas. Por ejemplo, a las cinco de la mañana, con un hombre que lleva 20 años en el Estrecho, que es el patrón, pues de repente empieza a hablar de los muertos. Y te cuenta que a una chica marroquí muy jovencilla la sacó tres veces del agua. Y como era más o menos guapa se acordó de ella la segunda vez. Y sobre todo se acordó de ella la tercera vez. Porque la tercera vez la sacó muerta. Pues esa historia te dice tantas cosas, y te la he contado en seis segundos…

—Con todo, también me refiero a sentarse a leer manuales y documentos, que no parece tan apasionante.

—Es lo mismo, es un viaje pero lo haces en tu biblioteca.

—Comparado con ir en una lancha se diría muy aburrido.

"Para mí era maravilloso estar con un libro de hace 130 años leyendo lo que Juan de Padilla le escribía a la ciudad de Valladolid"

—No lo es, no lo es. Yo no me aburro nada. Es otro tipo de territorio de aventura. Para Castellano lo que he hecho es que todos los libros que he encontrado me los he comprado. Tengo un ejemplar de la Historia crítica y documentada de las comunidades, de Manuel Danvila, que es de 1890 y tantos, no se ha vuelto a reeditar. Lo compré en Iberlibro. Para mí era maravilloso estar con un libro de hace 130 años leyendo lo que Juan de Padilla le escribía a la ciudad de Valladolid. Estaba descubriendo algo. La aventura se puede vivir en la biblioteca. Hombre, si te lo tomas como un deber escolar, es un coñazo…

—La documentación aparece en el libro, de hecho, en la parte donde te expones como personaje.

—No cuento intimidades, yo hablo de cosas de mi vida que son relevantes para la historia. Hechos biográficos, viajes, pero también los viajes en la biblioteca, Fernán González, el Mio Cid, el Quijote, Delibes, los del 98… Tener ese otro plano narrativo me permite contar la historia superando las insuficiencias de la novela decimonónica.

—¿Podemos encontrarnos de pronto con un auge de Castilla y lo castellano? A lo mejor va y se pone de moda.

—Castilla, como dice Delibes —no lo digo yo—, ha sido metódicamente destruida, deshecha. Es muy difícil que esa Castilla deshecha durante cinco siglos se recupere.

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Alberto Olmos

Alberto Olmos (Segovia, 1975) es escritor y columnista. Ha publicado nueve novelas, entre las que destacan Trenes hacia Tokio (2006), Alabanza (2014) o Irene y el aire (2020). Su primer libro de relatos se tituló Guardar las formas (2016), y su primer ensayo, Vidas baratas: elogio de lo cutre (2021). Es premio Ojo Crítico RNE de Narrativa (2009) y I Premio David Gistau de Periodismo (2020). Escribió y locutó el podcast sobre literatura Todo está en los libros (2022). Vive en Madrid.

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