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Lobotomía para una adelantada - Zenda
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Lobotomía para una adelantada

Pobrecita Frances Farmer. Las pagó caro. Cómo fue a ocurrírsele, hace más de medio siglo, exigir autodeterminación e igualdad de derechos frente a sus pares masculinos en el mundo del espectáculo, en Hollywood, nada menos. Para los que no la recuerden, Frances Farmer —de la película Frances actuada por Jessica Lange— fue una actriz bella,...

Pobrecita Frances Farmer. Las pagó caro. Cómo fue a ocurrírsele, hace más de medio siglo, exigir autodeterminación e igualdad de derechos frente a sus pares masculinos en el mundo del espectáculo, en Hollywood, nada menos. Para los que no la recuerden, Frances Farmer —de la película Frances actuada por Jessica Lange— fue una actriz bella, muy talentosa, y que brilló a principio de los años treinta, actuando junto a hombres del tamaño de Tyrone Power o Cary Grant. Fue la hija única de una familia católica y conservadora de Seattle y dejó el hogar muy joven, asfixiada, para probar suerte en el teatro. Este fue siempre su gran pasión, el cine le resultaba secundario. En Nueva York, a través de actores y dramaturgos, conoció las ideas de la izquierda política y se sumó a ellas, llegando incluso a viajar por la entonces Unión Soviética. Esto no le gustó nada a su madre, que insistía en adueñarse de ella. Pero Frances no se doblegó. El resultado: fue acusada de desobediencia y de ser víctima de los “rojos”. Esto provocó el primer quiebre profundo con la familia, que la convertiría más tarde en peregrina de hospitales siquiátricos.

"Su gran pecado era no bastarle con ser la rubia bonita"

Su éxito en Hollywood fue enorme pero los directores no la querían: les discutía, no los reverenciaba y exigía papeles con sentido y buenos guiones. Ponía las mismas condiciones de trabajo que los actores (hombres) y los obligaba a tratarla como a una profesional. El juicio negativo sobre ella fue vociferado y unánime. Su gran pecado era no bastarle con ser la rubia bonita.

Luego de un par de matrimonios fallidos y de conflictos tanto familiares como laborales comenzó a alcoholizarse. En alguna crisis, la madre aprovecha su vulnerabilidad para llevarla de vuelta a la casa paterna y luego al hospital. Empezaron los primeros electroshocks. Furiosa Frances por lo que le hacían, amenaza a su madre con matarla. Esta última pide entonces una lobotomía para su hija: para enderezarla, para extraerle todo germen de trasgresión, para transformarla en un ente pasivo. La encierra en casa por largo tiempo  —inventándole que está bajo arresto domiciliario— y la usa como su sirviente. Hasta que  ella escapa. (Me ha tentado a veces usar a esta madre para algún personaje de mis novelas pero la he desechado: nadie creería en tal perversión).

Allí se le pierde el rastro. Sabemos que murió sin pena ni gloria, transformada en una mujer común y corriente que aceptó lo que su género conllevaba y se adecuó a una vida mínima.

Frances FarmerA raíz de la publicación de su autobiografía, las mujeres empezaron a estudiar su caso y a rescatarla. Hasta Kurt Cobain la transformó en su ídolo y llamó a su hija Frances por ella. ¿Cuál fue su gran error? Hay dos alternativas. O Frances Farmer fue una loca de atar o simplemente una mujer a la que solo lograron aplacar con el demencial invento de la lobotomía, por haberse atrevido a aspirar a lo que hoy aspiramos todas. Frances fue una precursora. Quemada en la hoguera, bruja como tantas, pagó por ser una adelantada.

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Marcela Serrano

Novelista, hija de escritores, se dedicó en un principio a las artes plásticas y no publicó su primera novela, Nosotras que nos queremos tanto, hasta 1991, siendo la revelación de ese año. Sus siguientes novelas, entre las que figuran El albergue de la mujeres tristes y Nuestra señora de la soledad, han contado con el mismo reconocimiento. Marcela Serrano (Chile, 1951) es una de las escritoras más destacadas de América latina y una de las más leídas en España e Italia.

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