Zenda reproduce la introducción y la versión en español del poema Lo que verán los otros, de Manuel Ruiz Amezcua, originalmente publicado de forma bilingüe en español y griego moderno por el sello editorial Comares.
EL ARQUITECTO ANDRÉS DE VANDELVIRA, PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD
La verdad viene del tiempo, nunca de las autoridades.
GALILEO
Buenos días. Tanto el presente como el pasado suelen estar más que manipulados. A los que nos dan la Historia ya construida a su manera (o sea: a base de coartadas), nosotros debemos ofrecerles lo contrario: nuestra propia deconstrucción. Y al mismo tiempo regalarles aquella sentencia de Heráclito: Todo cambia, nada permanece.
Con Andrés de Vandelvira se han cometido muchos atropellos, casi todos relacionados con el olvido. Junto al miedo, el olvido ha sido la otra arma poderosa de la Historia. Resulta saludable no olvidar nunca que la verdad viene del tiempo y no de las autoridades, como nos recuerda Bertolt Brecht en boca de Galileo.
Son las obras de Vandelvira las que proclaman su grandeza. El arquitecto Andrés de Vandelvira trabajó siempre en las provincias, refugio y sitio de vencidos para los romanos del latín. De ahí que sea menos conocido que los arquitectos de la Corte, rodeados de pompa y propaganda. Los centros de poder, los reinos del auténtico poder eran otros. Por eso sus planteamientos constructivos y sus resultados estéticos no han sido todavía valorados como se merecen. Tampoco sus otros valores trascendentales, que van más allá de lo arquitectónico o de lo religioso, aunque vengan de ahí.
En una época de tantas desilusiones colectivas, de tanta necesidad de modelos, Vandelvira nos ofrece el Arte como modelo de vida. Merece la pena dedicar la vida, toda una vida, al trabajo gustoso, al trabajo bien hecho. Merece la pena la presencia real del trabajo, no la maldad de su ausencia. Merece la pena poner, por encima de todo, el esfuerzo, y no el éxito a cualquier precio. La ética del esfuerzo antes que el éxito o el fracaso. Vandelvira, como D. Quijote, pudo afirmar siempre: «Podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible».
Producto de mi esfuerzo, producto de mi trabajo, repite Vandelvira en algunos de sus escritos. En España al que trabaja no se le admira si no es famoso, si no le acompaña la propaganda amenizada del espectáculo. Al que trabaja, al que es producto sólo de su trabajo, se le oculta, quieren que desaparezca como sea. Con el olvido y con el silencio sobre todo. La universal de los mediocres conspira siempre para eso y para otros muchos males. Como decían los griegos: Féron cacá: tramando males. Y no pocas veces consiguen sus objetivos. Hoy asistimos en el mundo que nos rodea a una de esas apoteosis de la mediocridad.
El maestro Vandelvira nos demuestra con su ejemplo que merece la pena la lucha continua para saber si es posible ser un individuo. Esa lucha que empezó hace muchos miles de años y que no acabará nunca. Esa búsqueda más allá del éxito o el fracaso, pero en el sitio justo donde el Arte se convierte en el precipicio al que no hay más remedio que asomarse. Allí donde las preguntas se hacen indispensables y se convierten en las grandes preguntas, las que nunca tienen respuesta y siempre son corrosivas.
La vida en no pocas ocasiones, y para muchos, es algo muy raro. Tan raro que a veces herejes y santos acaban quemados por las mismas dudas. Porque se han hecho las mismas preguntas. Preguntas que yo formulo en este poema de 40 versos que leeré a continuación. Preguntas de siempre en la mente de un hombre del Renacimiento español, volcadas en ese modelo que los clásicos de todos los tiempos, desde los griegos, han llamado monólogo dramático. Ahí, donde un hombre se enfrenta a su destino a través de las palabras, haciendo y haciéndose las preguntas de siempre. Y todo ello en los viejos versos castellanos de ocho sílabas, mezclados con algunos de once y nueve, en los que Vandelvira, como todos los grandes, no hace más que buscar el sentido de la vida y el sentido de su vida. Y el que busca, encuentra. Nos lo cuenta el genio del maestro arquitecto en este poema mío, monólogo dramático donde él mismo toma la palabra.
LO QUE VERÁN LOS OTROS
(El arquitecto Andrés de Vandelvira sueña sus iglesias, sus palacios)
A Juan de Dios Vico
La vida no está en un sueño,
sino en muchísimos sueños.
Sueño en la soledad de tanta piedra
el refugio que merecemos.
Sueño en la soledad de tanta noche
el rostro que nunca veremos.
Sueño en la soledad de tanta sangre
la voz de todos nuestros muertos.
Al amparo de la piedra.
Al amparo de lo eterno.
Al amparo de los siglos.
Al amparo de los sueños.
Cobijando en la paciencia
la construcción del silencio.
Imaginando en el mundo
la perfección de lo eterno.
Suplicándole a la piedra
que me entregue su misterio.
Pidiéndole eternidad
a la oscuridad del cielo.
Buscándole su verdad
a la leyenda del tiempo.
Buscando la resistencia
de las verdades del miedo.
Buscando sobre la sombra
la luz del entendimiento.
Así consumo mis días:
oyendo la luz del viento.
Así consumo mi mente:
imaginándome un sueño.
Buscando siempre en la vida
algo que parezca eterno.
Buscando siempre consuelo
donde nunca puede haberlo.
Buscando, siempre buscando
las claridades que encuentro.
Buscando, buscando siempre
entre las piedras el fuego.
Buscando la salvación
en la mente de lo eterno.
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