Son las seis de la tarde y no he parado de llorar desde las cuatro. En quince minutos debo hacer una entrevista telemática y, aunque lo intento, no consigo frenar el llanto. Como hace ya tiempo que he perdido la vergüenza, decido plantarme ante la pantalla hecha un mar de lágrimas. Tampoco creo que a Douglas Stuart le disguste tan exagerada reacción tras leer su segunda novela, Un lugar para Mungo, que acaba de publicarse en España.
Su primera novela Historia de Shuggie Bain (Sexto piso), aclamada por la crítica y ganadora del premio Booker, la leí hace apenas seis meses. Abrí el libro sin demasiadas expectativas y convencida de que me resultaría soporífera, cursi, victimista. Cuánto me equivocaba. Apenas pude despegarme de la historia de Shuggie, un niño sensible, amanerado y redicho que crece en Glasgow durante el proceso de desindustrialización y que se desvive por cuidar a su madre alcohólica. Había tanta ternura en aquel paisaje nefasto, pero tanta…
En esta segunda novela, por la que lloro sin parar desde hace dos horas, ocurre algo muy parecido. El protagonista en esta ocasión es un joven adolescente, Mungo, que intentará sobrevivir al entorno de un barrio obrero de Glasgow que sufre la retirada de subvenciones impulsada por Margaret Thatcher a los sectores estratégicos y el desmantelamiento de la minería. Esa ausencia de futuro, en ocasiones irrespirable, transpira en cada página de la obra de Stuart y te atenaza en cada capítulo.
Rodeado de adultos alcohólicos, violentos y brutales, Mungo descubre el amor. Su relación con James, otro chico de su edad, es lo único luminoso que surge en esa ciudad brutal. Tanto Mungo como Shuggie son criaturas únicas y conmovedoras que sortean la hostilidad de los hijos de los mineros, y aspiran a la normalidad y la felicidad como algo posible. Stuart fue uno de esos niños: cuidó de su madre alcohólica desde muy pequeño e intentó sobrevivir en una sociedad dominada por lo que él llama «una masculinidad asfixiante».
Soy renuente a las historias deliberadamente lacrimógenas y victimistas, porque resuelven con moralismos lo que no consiguen sostener con la prosa. Nada más lejos de eso que estos dos libros, que uno lee desde el pellejo de sus protagonistas, y desde la dignidad de sus detalles. Con Stuart aprende una a llorar como debe de hacerlo un hombre, y aunque no tengo idea de cómo o cuánto solloza un minero escocés o un hombretón alcohólico, me gusta asomarme al universo vulnerable y monstruoso en el que Douglas Stuart creció y que retrata con una belleza exquisita.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: