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Lixiviado emocional (Arresto domiciliario 28) - Xavier Velasco - Zenda
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Lixiviado emocional (Arresto domiciliario 28)

–¡A esta casa no entra un cajón de muerto! —sentenció aquella noche mi santa madre, nada más le informé a mis diecinueve años que pensaba adquirir un ataúd para mi colección de discos LP. –¿Aunque esté sin usar? —apelé inútilmente al pragmatismo, pero ni eso la desespeluznó. Si quería yo un féretro en mi recámara,...

–¡A esta casa no entra un cajón de muerto! —sentenció aquella noche mi santa madre, nada más le informé a mis diecinueve años que pensaba adquirir un ataúd para mi colección de discos LP.

–¿Aunque esté sin usar? —apelé inútilmente al pragmatismo, pero ni eso la desespeluznó. Si quería yo un féretro en mi recámara, más valía ir comprando otro para ella.

"Mal puede uno llamar coleccionista a un amontonador de bagatelas. Hace falta no sólo ser paciente y constante, sino además metódico, puntilloso, estoico y hasta un poquito ñoño para recopilar sistemáticamente"

”Colección”, dije, a modo de sarcasmo, porque el coleccionismo es exigente. Mal puede uno llamar “coleccionista” a un amontonador de bagatelas. Hace falta no sólo ser paciente y constante, sino además metódico, puntilloso, estoico y hasta un poquito ñoño para recopilar sistemáticamente timbres postales, cajas de cerillos, botellas de cerveza, portavasos, estampas deportivas o cáscaras de nuez, entre tantos acervos esenciales. De haber podido hacerme con el ataúd y acomodarlo a medio metro de mi cama, lo probable habría sido que en un año albergara no solamente música, sino además papeles, libros, llaves, medicinas, cables y el resto de esa suerte de sargazo doméstico que hasta hoy sigue invadiendo cada mueble donde meto las manos. Armarios, entrepaños, cajas y cajones son fragmentos de un mismo desbarajuste.

Escribo, mientras tanto, comiendo ansias (no debería hacerme responsable por la congruencia de estas reflexiones o la sintaxis que las aglomera). Justo en este momento, a no más de cien pasos de aquí, mi correclusa libra una batalla frente a dos entrepaños de mi closet. “Narnia”, le llama ella al mueble entero, indecisa entre el morbo entomológico y el pánico pandémico, alegando que de su entraña ignota podría emerger cualquier representante de los reinos animal, vegetal o mineral. ¿Cómo es que pese a todo se ha aventurado ahí, como el temerario Axel de Julio Verne? No digo que le vaya a caer lava, pero tampoco puedo asegurar que no hallará un arroyo de lixiviado.

"Entiendo que mi Narnia en miniatura es tan indefendible como la iniciativa de comprar un sarcófago con fines meramente ornamentales, por eso veo volver a mi correclusa y corro a darle trato de heroína"

“Líquido residual, generalmente tóxico, que se filtra de un vertedero por percolación”, nos dice el diccionario sobre el lixiviado. ¿Y qué más, sino lixiviado emocional, es toda aquella papelería caduca que escamoteole uno al basurero a saber en qué década precedente? Siempre que me propongo escombrar Narnia, termino por perderme en las ensoñaciones más improductivas, derivadas de la toxicidad acumulada en unas gafas rotas, un pase de abordaje del 2004 o el instructivo de una máquina de fax. Recuerdas, recompones, especulas, invocas,  reacomodas y acabas por tirar unos pocos recibos deslavados. Nada que empequeñezca el magno tiradero.

Entiendo que mi Narnia en miniatura es tan indefendible como la iniciativa de comprar un sarcófago con fines meramente ornamentales, por eso veo volver a mi correclusa y corro a darle trato de heroína. Fanfarrias, por favor. Tal parece que nada la mordió, ni presenta salpicaduras tóxicas. Llego hasta el closet y me falta el aire, o en realidad me sobra porque el efecto espejo no se hace esperar y ya desaparecen ciertas telarañas que se arremolinaban dentro de mi cabeza, donde súbitamente sopla una tersa brisa de mentol. Es como si en lugar de urbanizar una zona de Narnia, mi correclusa hubiera entrado a fumigarme el sistema nervioso. Tiene que haber, me temo, exhumaciones menos horripilantes.

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Xavier Velasco

Autor, entre otras novelas, de Diablo Guardián (2003), Éste que ves (2007), Puedo explicarlo todo (2010) y La edad de la punzada (2012).

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