Al igual que no puedo imaginar la Lisboa de librerías de viejo y suaves colinas junto al mar sin pensar en Fernando Pessoa, su más metafísico y, a la vez, su más popular poeta, no puedo escuchar hablar de Barcelona en estos difíciles días sin pensar en Ramón Miquel y Planas y la bibliofilia catalana. Imagino que las nuevas generaciones de letraheridos relacionarán Barcelona con Carlos Ruiz Zafón. Y algunos menos jóvenes, con Eduardo Mendoza. ¿Qué pensaría este bibliófilo catalán fallecido en 1950 sobre lo que está pasando ahora en Cataluña?
Dejemos las elucubraciones para otro momento y sigamos con los ocho volúmenes restantes que nos quedan para concluir con esta maravillosa serie de Pequeña Colección del Bibliófilo, catorce libros publicados en la década de los veinte del siglo pasado. Se lo recuerdo por si no leyeron la primera entrega.
VII. Tomás de Iriarte: Fábulas literarias (1925). 188 páginas. 500 ejemplares. Edición ilustrada con un retrato del autor grabado en cobre por José Torné y veinticuatro composiciones de José Longoria. Estas 67 fábulas se publicaron por primera vez en 1782, casi al mismo tiempo que las de su amigo Félix María Samaniego, que vieron la luz en 1781, aunque fueron editadas como “la primera colección de fábulas enteramente originales”. En el prólogo reivindica ser el primer español en introducir el género. Ambos mantuvieron una larga contienda por este tema. Tomás de Iriarte les puso al final un índice “de las fábulas y de sus asuntos”, donde resumía en prosa la moraleja de cada una, y otro de los “géneros de metro usados en estas fábulas”, nada menos que cuarenta en total. La obra fue satirizada por Juan Pablo Fornier en su fábula El asno erudito.
VIII. Leandro Fernández de Moratín: La comedia nueva (1926). 248 páginas. 500 ejemplares. Edición ilustrada con seis composiciones de José Longoria fuera del texto. La comedia nueva fue representada por primera vez en 1792, con el subtítulo El café para indicar el lugar donde tiene lugar la acción. La comedia consta de dos actos escritos en prosa. La acción transcurre en un café de Madrid próximo a un teatro. Allí, varios personajes muy reconocibles para el público de su época manifiestan sus miserias y sus afanes en una estampa donde el protagonista, trasunto del propio Moratín, reclama un gran proyecto de reforma del teatro que sirva de instrucción y deleite para una nueva sociedad. Un clásico de la literatura española.
IX. Alfred Bonnardot: Espejo de bibliófilos (1926). 168 páginas. 500 ejemplares. Traducción al español de Rafael V. Silvari. Con 92 ilustraciones originales de José Longoria. Esta novela satírica se abre con una advertencia en la que se nos previene que el carácter del protagonista no es, en su conjunto, el retrato de ningún bibliófilo, sino un compuesto de rasgos tomados por el autor, “quien ha tenido ocasión, a menudo, de estudiar a sus colegas en bibliomanía; y, para completar su diseño, en algunos pasajes se ha satirizado filosóficamente a sí mismo”. Juan Vechel es un coleccionista de libros hasta tal punto apasionado, que los adquiere con gran desesperación de su mujer y su hija. Este quiere casar a su hija con su rival, Durandel, pero se entromete Eugenio, que conquista a las dos mujeres. El joven finge ser bibliófilo aprendiéndose el Manuel du libraire, de Brunet, consiguiendo el beneplácito de Vechel. Una delicia para los enfermos de los libros.
X. José Feliu y Codina: Un libro viejo. Comedia en tres actos (1926). 224 páginas. 500 ejemplares. Nueva edición adornada con un retrato del autor grabado en cobre por José Torné y con nueve composiciones y dos gráficos de Juan D’Ivori. El protagonista de esta comedia publicada en 1891 es un erudito casado con una mujer joven, de la cual apenas se ocupa, con lo que ella cae en los brazos del ayudante de su marido. Por medio hay una carta comprometedora para los amantes, olvidada entre las hojas de un Donatus incunable. Un culebrón para bibliófilos con moraleja.
XI. Diego Saavedra Fajardo: República literaria… (1926). 202 páginas. 500 ejemplares. Con doce ilustraciones de José Longoria. La obra fue publicada después de la muerte de este diplomático murciano tomando como base una copia sin corregir de 1655 titulada Juicio de Artes y Ciencias, aunque esta edición de Pequeña Colección de Bibliófilo es de un texto de 1670 corregido en vista de las ediciones posteriores. Este ensayo filosófico-literario reflexiona sobre el papel de los artistas y literatos en la sociedad del momento. Saavedra Fajardo revista subjetivamente todo lo que es el saber humano producido y adquirido por los libros. La cultura libresca, que tanto preocupaba a los eruditos de su siglo, es la más atacada en esta obra inmortal.
XII. Ricart de Bury: El Philobiblion, muy hermoso tratado sobre el amor a los libros (1927). 212 páginas. 600 ejemplares. Traducido directamente del latín por el Padre Tomás Viñas de San Luis, Sch. P. Ilustraciones de José Triadó. En esta obra de Ricart de Bury (1287-1345), obispo de Durham, Canciller del monarca inglés Enrique III y amigo íntimo de Petrarca, demuestra ser un apasionado amante de los libros –él se refería a los manuscritos de su época, pero esa pasión se puede extrapolar a los que conocemos–, que “se han de preferir a las riquezas y a los placeres corporales”. Según Antonio Basanta Reyes, “es una obra única e inagotable, sembrada de anécdotas, de reflexiones, de hechos, de sentimientos, que de los libros nacieron y a ellos vuelven en una perpetua ceremonia de gratitud y afecto”. De lectura imprescindible.
XIII. Ramón Miquel y Planas: El purgatorio del bibliófilo (1927). 296 páginas. 600 ejemplares. Traducción al español de L.C. Viada. Con ilustraciones de José Triadó. Esta novela fantástica se publicó en catalán en 1920. El protagonista, un bibliófilo, como no podía ser de otra manera, recibe una noche la visita del diablo, que dice ser el autor de Las confidencias de Juan Buenhombre, y se lo lleva de excursión nocturna por Barcelona. Entre otras aventuras, asisten a una subasta en la librería de Babra, con Bonsoms, Font de Rubinat y el resto de los mejores bibliófilos de la época. Al final despierta de la pesadilla con gran alivio, como sucede en la obra de Asselineau, en la que se inspiró Miquel y Planas. Otra joyita divertidísima.
XIV. José Cadalso: Los eruditos a la violeta (1928). 328 páginas. 500 ejemplares. Con ilustraciones de José Triadó. Con el subtítulo Curso completo de todas las ciencias, dividido en siete lecciones, para los siete días de la semana, publicado en obsequio de los que pretenden saber mucho estudiando poco, que hace alusión al perfume de la violeta, el favorito de los jóvenes que en el siglo XVIII querían ir a la moda. Porque estamos ante una sátira feroz publicada en 1772 contra ciertos personajes de la sociedad dieciochesca que, a pesar de su superficialidad, pretendían dárselas de ilustrados. Italo Calvino afirma que lo que convierte una obra en un clásico es su capacidad de adaptar su significado a lo que los lectores de cada época necesitan. Un clásico absoluto.
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