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Leopoldo María Panero, poeta póstumo - Zenda
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Leopoldo María Panero, poeta póstumo

Este libro presenta varias latirás de la obra de Leopoldo Mª Panero, por el catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la universidad de Zaragoza, Túa Blesa, quien en la introducción escribe: «Leopoldo María Panero, el último poeta fue el título de mi libro de 1995 y, dada la cantidad de textos...

Este libro presenta varias latirás de la obra de Leopoldo Mª Panero, por el catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la universidad de Zaragoza, Túa Blesa, quien en la introducción escribe: «Leopoldo María Panero, el último poeta fue el título de mi libro de 1995 y, dada la cantidad de textos del poeta publicados con posterioridad, ponerlo al día suponía reescribirlo prácticamente todo, de manera que, como tributo al poeta, a quien además quería de verdad, pareció más conveniente preparar un libro nuevo. Nuevo, si bien recogiendo en él algunos trabajos anteriores, que han sido revisados y retocados en parte, a veces significativa. El resultado, este Leopoldo María Panero, poeta póstumo (publicado por Visor en su colección Visor Literario), que desde el título ya dice que, mejor que como último poeta, ahora lo presento como poeta póstumo, cuya obra toda es, por tanto, la de alguien que había conocido la experiencia de la muerte”.

Zenda reproduce para sus lectores el prólogo a esta obra. 

PRÓLOGO

El 5 de marzo de 2014 moría Leopoldo María Panero en el Hospital Psiquiátrico de Las Palmas de Gran Canaria, donde estaba ingresado desde 1997, institución a la que había ido a parar después de su salida del Manicomio de Mondragón, establecimiento que era su residencia desde 1986, y un breve paso por la casa de Claudio Rizzo. En uno de los poemas de Conjuros contra la vida de 2008 comenzaba diciendo: «Vivo desde hace quince años en un manicomio […] la vida cotidiana es un suplicio consentido» (Panero, 2012: 484) y en Estantigua se lee «El manicomio es un campo de exterminio» (2015: 121), cuando más bien, aunque la reclusión no parezca un estado ideal, desde luego que no, se debe a ella y a los cuidados médicos que conlleva, el que la vida de Panero se alargase durante décadas. Cosa distinta es que los tratamientos tan prolongados en el tiempo no tuvieran a su vez efectos perniciosos. Enrique González Duro, psiquiatra, que trató a Panero en diferentes momentos ha escrito que «a veces llegó a tomar hasta 31 comprimidos diarios» (González Duro, 2018: 153) y tras aludir a las obsesivas declaraciones o denuncias de que se le envenenaba comenta que

no mentía, al menos metafóricamente. No era un síntoma supuestamente delirante o psicótico, sino una paranoia de base completamente real. De hace tiempo se viene comprobando, reiteradamente, por pasiva y por activa, que el abuso continuado y creciente de psicofármacos los convierte, con el tiempo, en verdaderos venenos o tóxicos cerebrales que transforman las sinapsis neuronales, con malas consecuencias para el futuro de los enfermos (154).

Pronunciarse sobre esto excede mis conocimientos y sería de todo punto imprudente hacerlo. Las palabras antes recogidas son solo algunas de las muchas lamentaciones o protestas del poeta por su situación que no era como él la contaba. De hecho, salía a diario de los dos centros mencionados y, tutelado, podía viajar a conferencias, congresos, etc., incluso a otros países. Así, en noviembre de 2004 viajó a Santiago de Chile para participar en el III Encuentro de Fronteras y en octubre de 2010 fue invitado a la Feria Internacional del Libro de Guayaquil, en años en el que el deterioro era ya sobresaliente, viajes de los que han quedado relatos (Montané Krebs, 2014, 2016; Galán, 2018), cuya lectura, muy especialmente la de Yo maté a Leopoldo María Panero de Henar Galán, ilustra bien el comportamiento del poeta, plagado de incomodidades hacia quienes ejercían su tutela. El trato con Panero, nada fácil, no inspiraba, por otra parte, sino piedad y es un hecho que su estado impedía que tuviese una vida normal, independiente. Si en algún momento hablo en estas páginas de su locura o lo nombro como loco, no es tanto en un sentido clínico, para lo que no estoy capacitado, sino en el uso coloquial de la palabra, loco y locura, condición que si en ocasiones él negaba, otras afirmaba e incluso reivindicaba, «la locura [..] no es carencia de sentido, sino experiencia nueva y principio de otra vida» (Panero, 1997: 85) o «mi poesía es una mística herética y delirante, por cuanto sólo en la locura se encuentra a Dios, sólo en la catástrofe, que “allá donde muere un hombre, las águilas se reúnen”» (2014a: 372) y quien haya tenido un cierto trato con él sabe que en la conversación no era raro que se calificara de loco. No se vea, pues, en mis palabras nada peyorativo.

Las dificultades de trato con Panero habían comenzado años antes, la bebida, las drogas —los excesos en lo uno y en lo otro habría que decir—, la actitud de desafío radical a todo, habían ido haciendo que sus amigos se fueran alejando o le rehuyeran. J. Benito Fernández ha dado cuenta de todo ello en su imprescindible El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero y Luis Antonio de Villena, que lo trató con cierta frecuencia durante la década de los setenta, ya en conversaciones sobre literatura, ya como camarada de «cacerías», etc., fue testigo directo del deterioro que lo llevó de ser, como dice, «perfectamente tratable» (de Villena, 2014: 17) a ser «un tipo de aire sombrío y sórdido, cada vez más pirado, cada vez menos accesible» (70). Agravado todo ello, o quizá promovido, por el quebranto de la salud mental, que lo llevó a ser, al menos para algunos, la figura de un apestado a quien no convenía acercarse y así lo dice en uno de los poemas de Escribir como escupir, libro de 2008, «Mis amigos y mi familia me escupen / como apestado de la Luz» (Panero, 2012: 449). Pese a todas las incomodidades que conllevaba, lo cierto es que Leopoldo María Panero siempre encontró la compañía y el apoyo de unos pocos.

A la extensa obra poética de Panero en el momento de su muerte y que incluía libros escritos en coautoría, más un conjunto de narraciones y ensayos, han venido a sumarse, póstumos, buen número de textos inéditos en los libros de poesía Rosa enferma y Estantigua sin arma que dé carne al imperium —dictados los poemas en italiano en 2008 a Ianus Pravo, el libro se había publicado en 2011, de nuevo en 2014, las dos ocasiones en Italia, y de 2015 es la publicación en España en edición bilingüe con traducción del propio Panero— y los misceláneos Acerca de un posible testamento —contiene poemas y ensayos desconocidos, junto a otros más ya publicados anteriormente—, y Los papeles de Ibiza 35 —que incluye el libro No, no somos ni Romeo ni Julieta ni estamos en la Italia medieval además de traducciones y ensayos todos ellos inéditos—. Con todo ello, a día de hoy, la obra de Leopoldo María Panero puede decirse que está completa, salvo las exhumaciones derivadas de los papeles que a su muerte había en su habitación, algo de los cuales ya se ha publicado.

Una obra que, curiosamente, suscita desde años entre los lectores un interés raro en lo que es el mercado de la poesía. Los poemas de Panero parecen estar entre los imprescindibles de este tiempo a juzgar por su reiterada presencia en las antologías publicadas en los últimos años; algunos de sus libros han conocido reediciones, están, además de alguna antología, las recopilaciones en dos volúmenes de sus libros de poesía Poesía completa, 1970-2000 y Poesía completa, 2000-2010 (Panero, 2001, 2012) y son nada menos que seis los libros editados después; sus narraciones fueron recopiladas en Cuentos completos (2007b), Traducciones/Perversiones reunió sus traducciones o perversiones de textos poéticos (2011a) y una parte de sus ensayos están reunidos en Prosas encontradas (2014a). Y a todo ello hay que añadir todavía en el haber del poeta los catorce libros de la serie Panero-y-X, textos escritos en colaboración, dos de ellos publicados póstumamente, además de una antología de poemas de esa serie.

A esta presencia casi permanente en las librerías ha de añadirse que algunos de sus poemas han pasado a ser letras de canciones en discos por diferentes músicos y, por otra parte, además de las dos películas en las que intervino, los espléndidos documentales El desencanto de Jaime Chávarri (1976) y Después de tantos años de Ricardo Franco (1994), hay disponibles en internet varios otros vídeos, como Merienda de negros de Elba Martínez (Martínez, 2003). Su imagen ha servido a artistas y a fotógrafos —entre otras imágenes, la impactante de Alberto Schommer (Schommer, 1991: 88), la de Thomas Canet publicada en la portada de Cuentos completos (Panero, 2007b), las de Michela Scalia (Scalia, 2012) o las no menos impactantes, bien que en otro sentido, que se rescatan aquí en el capítulo 10—. Desde hace años, su obra es materia de la investigación académica en los estudios literarios y también de psicología y psicoanálisis. En suma, en un mundo que tantas veces se dice se desentiende de sus poetas, Leopoldo María Panero es una excepción.

Leopoldo María Panero, el último poeta fue el título de mi libro de 1995 y, dada la cantidad de textos del poeta publicados con posterioridad, ponerlo al día suponía reescribirlo prácticamente todo, de manera que, como tributo al poeta, a quien además quería de verdad, pareció más conveniente preparar un libro nuevo. Nuevo, si bien recogiendo en él algunos trabajos anteriores, que han sido revisados y retocados en parte, a veces significativa. El resultado, este Leopoldo María Panero, poeta póstumo, que desde el título ya dice que, mejor que como último poeta, ahora lo presento como poeta póstumo, cuya obra toda es, por tanto, la de alguien que había conocido la experiencia de la muerte. De ello trata el capítulo 1.

El capítulo 2 examina la obra de Panero desde la perspectiva de la teoría de la literatura y muestra, creo, que su escritura y su pensamiento son postestructuralistas, práctica del postestructuralismo en un tiempo, ya en la década de los 70 del siglo pasado, en que al ambiente cultural español, el académico incluido, salvo muy excepcionales excepciones, no había llegado ese ideario, lo que hace de sus escritos pioneros y deudores, por su parte, de textos del pensamiento literario francés. No estará de más añadir que la literatura de vanguardia, y sus continuaciones, y la de Panero tiene esa filiación, había entrado ya en el postestructuralismo. En «Leopoldo María Panero, poeta no español», el capítulo 3, propongo que su escritura toda es no española por cuanto ajena a tal tradición y ese rechazo va más allá e implica el repudio de España y lo español sin más. Reúno en esas páginas las citas de literatura en lengua española que Panero insertó en sus textos, si no de manera exhaustiva, sí extensamente, además de sus juicios sobre los poetas de esta lengua, salvo excepciones, muy críticos y en la mayor parte de los casos injustos. Un trabajo que diera cuenta de lo que de la tradición hispana y de lo proveniente de otras mostraría cómo se privilegia a esta en sus escritos, modelos y pensamiento literario en general.

Con palabras del poeta, «la papilla rudimentaria de la metafísica», he titulado el capítulo 4, dedicado a examinar la presencia de (algunas) lecturas de la filosofía que se ponen de manifiesto en sus escritos, poemas, prosa y ensayos y cómo alcanzan esa caracterización demoledora de la metafísica, producto en definitiva de una actitud de insumisión generalizada, de demolición del pensamiento aceptado por el sistema. «Destrucción», sin que se especifique de qué por lo que invita a leer que de todo, es palabra que se lee ya en un poema de Así se fundó Carnaby Street (2001: 35), «laberinto de la máxima destrucción» se lee en su siguiente libro, Teoría (87) y en «Cigarrillos», texto de Esphera, «Desde niño soñé con destruir a Dios […] Y era como una brasa ardiente señalando a la nada, como el sol, como el mundo, que anhelaba destruir con mi cigarrillo» (2012: 513), por citar unos pocos casos.

El capítulo 5, «El flatus vocis de la escritura», está dedicado a las varias formas en que el silencio se abre paso en el texto, usos del lenguaje que dicen el silencio, realización de una poética que desde sus inicios pretendió no decir nada, «Hay que construir el poema sin decir nada, pero aparentando que se dice algo» declaró en Infame turba (Campbell, 1971: 21). La interjección no ya en su función habitual, sino como contenido del decir, como en «hombre sin sombra, cuya boca dice ¡oh! y ¡ah!, sobre un papel para siempre en blanco» de Prueba de vida (2002: 70) o «Arconte del silencio y de la nada, y del poema que dice oh y ah» que se lee en Erección del labio sobre la página (2012: 183), los hápax logofágicos «Verf» o «Abrasor», voces dichas sin decir nada, el uso del criptograma, inscripción sin lectura ni significado, y expresiones como «dolor sin dolor», «herida sin herida» y varias otras más, realizaciones del oxímoron absoluto en el que el signo ha sido de-signado, escriben el silencio.

A las múltiples citas que se insertan en los escritos de Panero está dedicado el capítulo 6, titulado «X dixit», y no tanto por ese hacer propia la palabra ajena, que también, sino porque muchas de esas citas dan lugar a una frase de atribución de la que se acompañan. Sin ser una innovación del poeta póstumo, sí lo es, creo, su enorme frecuencia y sin duda ninguna es muy característico de su escritura el que a las diversas formas que representan el X dixit Panero agrega en muchas ocasiones la circunstancia en que X habría dicho o escrito lo citado, por ejemplo, «muerte / callada hondura / como dijo mi padre / chupándome el pene» (259) en un poema de Esquizofrénicas o La balada de la lámpara azul o «“Gime el lebrel en el cordón de seda” / Góngora lo dijo, a una cuerda atado / Para blasfemar contra la vida y el alma», versos de Mi lengua mata (431), extravagancias humorísticas o vejatorias y que suponen una variante de lo que ha de tenerse por una figura retórica que añadir al repertorio ya conocido. Por otra parte, hay ocasiones en que el X de la fórmula X dixit no es en la escritura de Panero Pound o Mallarmé, etc., sino un heterónimo; a los muy evidentes y ya señalados por la crítica se añaden aquí varios otros más.

Los capítulos 7, «Glosa a «“Glosa a un epitafio”», y 8, «“Proyecto de un beso”. Una lectura», son, como se indica en los títulos, lecturas de dos poemas.

«La obra como Ciencia del Odio», el capítulo 9, pretende dar cuenta de cómo la obra de Panero sería, según él mismo la califica en algún momento, una Ciencia del Dolor, dolor que sería consecuencia del fracaso, bien que entendido como «la más resplandeciente victoria», del desastre, ahí está Buena nueva del desastre, lo que a su vez produce el odio, el odio a Dios, al proletariado, al hombre, y es, por tanto, una Ciencia del Dolor, un dolor que, como se dice reiteradamente en esta obra, es amarillo.

El capítulo 10, «Leopoldo María Panero “entre los animalitos del Top-less”», es en último término la edición de dos fotografías, ya que no inéditas, pues se publicaron en su momento, sí que desconocidas, me atrevo a decir, para los estudiosos y toda la cofradía de forofos de Panero y su obra. Imágenes que rompen con la tradición iconográfica de escritores e intelectuales en general, al tiempo que prolongan dos series pictóricas clásicas y que, por otra parte, responderían a la juerga —es palabra del poeta—, a la revuelta, en fin, al détournement situacionista. Todo muy paneresco.

Se apreciará que en algunos pasajes se amontonan las citas de la obra paneresca. No solo se trata de mostrar la frecuencia con que aquello de lo que se habla se manifiesta en sus textos, sino también de reproducir en estas páginas esa pulsión por la repetición temática y formal que es tan característica de la escritura del poeta, de que, a su modo, desde otra serie de la textualidad, estas páginas sean reflejo de las del poeta. Decir y volver a decir, decir lo mismo como marca de identidad, de lo que Panero era consciente, y me remito a citas que recojo en el capítulo dedicado a la fórmula, fórmula que regresa una y otra vez, «X dixit», y que en el poema que cierra Rosa enferma Panero vincula con la muerte: «Repetirse le da a todo un ritmo de río de Caronte» (2014c: 89). Además, no son pocas las ocasiones en que una cita que incorporo al texto, cita a veces que ya lo es en el texto de Panero, lleva a excursos que persiguen la presencia de tales palabras en otros escritos del poeta o del autor citado, lo que hace del discurso, más que una línea recta, un recorrido laberíntico.

Queda expresar mi gratitud a todos aquellos que respondieron a mis consultas de no pocos asuntos. Y muy especialmente a mis amigos y compañeros de la Universidad de Zaragoza Juan Carlos Pueo y Alfredo Saldaña, que tuvieron la paciencia de leer el texto y me hicieron sugerencias que sin duda lo mejoraban. Por supuesto, la responsabilidad de los errores que hayan permanecido en las páginas siguientes es mía. Por muy tópico que sea se ha de dejar constancia.

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Autor: Túa Blesa. Título: Leopoldo María Panero, poeta póstumo. Editorial: Visor. Venta: Fnac 

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