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Leonard Cohen y un remordimiento mezquino - Zenda
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Leonard Cohen y un remordimiento mezquino

El remordimiento actúa como un ruido sordo e intermitente, como una sombra íntima del pecado original que, cuando asoma, te recuerda que jamás fuiste un santo. Freud lo definió como aquel “sentimiento de culpabilidad consecutivo a la falta realmente realizada” que implica la “disposición a sentirse culpable, es decir, una conciencia moral”. Nietzsche lo comparó...

El remordimiento actúa como un ruido sordo e intermitente, como una sombra íntima del pecado original que, cuando asoma, te recuerda que jamás fuiste un santo. Freud lo definió como aquel “sentimiento de culpabilidad consecutivo a la falta realmente realizada” que implica la “disposición a sentirse culpable, es decir, una conciencia moral”. Nietzsche lo comparó con “la mordedura de un perro a una piedra”. Por su parte, Leonard Cohen (Montreal, 1934 / Los Ángeles, 2016), en una canción titulada “Amen”, irónico y sin esperanza, pidió a Dios que le avisara “cuando las víctimas estén cantando, cuando las leyes del remordimiento hayan sido restauradas”.

Entre perfiles, reseñas de discos o de biografías y análisis de canciones, he escrito más de cuarenta textos sobre el genio canadiense: cinco o seis en Libertad Digital, unos treinta en un blog que pilotaba —Acordes Modernos—, y otro en esta bendita casa. Siempre y cuando la cosa no caiga en patología, creo que para amar hay que obsesionarse. Por el bardo no he huido «el rostro al claro desengaño» ni he bebido «veneno por licor suave», pero sus canciones —como las de David Bowie, Nick Cave o Bob Dylan— han estado y siguen estando tan siempre ahí, tan marcadas a fuego en mi alma, que sólo se me ocurre el vocablo «amor» a la hora de referirme a lo que ha implicado, en mi vida, la obra del maravilloso responsable de discos como I’m Your Man, The Future o You Want It Darker. Quien lo probó lo sabe.

"Me remonto a mi Génesis coheniano. La primera vez que escuché al cantautor de Montreal fue por primero o segundo de bachiller, simplemente, porque le gustaba a Sabina."

He publicado más de cuarenta textos sobre Cohen, decía. Bien, pues me faltaba este: desde hace justo un año, yo tenía la necesidad urgente de apagar, a golpe de tecleo (clac-clac), un remordimiento mezquino, quizá exagerado —ay, la mitomanía—, pero latente, caray, todavía demasiado latente.

Me remonto a mi Génesis coheniano. La primera vez que escuché al cantautor de Montreal fue por primero o segundo de bachiller, simplemente, porque le gustaba a Sabina. Por entonces, para mí, el ubetense era como Dios Padre, y si el autor de «Y nos dieron las diez» decía «Fulanito es un genio», yo me acercaba a la obra de Fulanito. Reconozco que, al principio, Cohen me pareció un absoluto coñazo. Probé con sus primeros discos, y no hubo manera. Seguía escuchándolo de vez en cuando, pero como por obligación y, sobre todo, por postureo.

En realidad, el Paráclito me lo proporcionó, de un modo involuntario, una chica con la que tuve un rollo. Fue por segundo de carrera. Estábamos jugando al amor con el Spotify puesto cuando, oh, no, este tostón no, empezó a sonar «Suzanne«. Resoplé y, después de escuchar los primeros veinte o treinta segundos, fui a cambiar de canción. «¿Qué haces —preguntó, indignada y agresiva, la implicada—? ¡Si es preciosa!». Cualquiera contradecía. ¿Qué hubo en esa audición –ahórrense los chistes previsibles-? Ni idea, pero vi la luz. Fue entonces cuando prendió la llama. Empecé con New Skin for the Old Ceremony, que me embrujó, y seguí por el directo Live in London, que acababa de salir. Me abrumó Songs of Love and Hate y me hipnotizó I’m Your Man. No tragué —ni he tragado— el disco que produjo Phil Spector. Fui al último concierto del cantautor en Madrid, en octubre de 2012. «No sé cuándo nos volveremos a ver, pero les aseguro que esta noche les daremos todo lo que tenemos», dijo.

"La muerte del artista me pilló de vacaciones en Roma, en mitad de un viaje de esos que hacen/hacemos los amigos solteros y postadolescentes creyendo que chingaremos —con perdón— más que Salomón."

En estas, Cohen se me reveló como un refugio, como una alerta lúcida, como un conquistador cínico, como un pesimista piadoso y, en definitiva, como un modelo a seguir. El año pasado, a finales de octubre, lanzó su último álbum de estudio: You Want It Darker. Sonaba a despedida, tenía un deje mortal —como el Blackstar de Bowie o el Skeleton Tree de Nick Cave, por su hijo—, pero yo preferí pensar que al bardo le quedaba gasolina, más aún cuando, en la presentación, declaró que se proponía «vivir hasta los 120 años«.

La muerte del artista me pilló de vacaciones en Roma, en mitad de un viaje de esos que hacen/hacemos los amigos solteros y postadolescentes creyendo que chingaremos —con perdón— más que Salomón —el monarca tuvo setecientas esposas y trescientas concubinas—…, para luego acabar con telarañas en la entrepierna. Pongamos que la noche fue larga —¡arriba los eufemismos!— y, tres horas después de llegar a la habitación donde nos alojábamos, un compadre me despertó para comunicarme que había muerto Cohen. «¿Y para eso me despiertas?», le dije encabronado. Dormí un par de horas más.

"Escohotado y Bunbury cantaron las alabanzas de Cohen y apuntaron que le hubieran dado antes que a Dylan el Nobel de Literatura."

Tras el cachondeíto (im)pertinente, me disculpé con el mensajero y le di vueltas al suceso. Recé un padrenuestro —siempre lo hago cuando muere alguien querido— y me maldije por haber reaccionado así. En vano, intenté librarme del remordimiento escribiendo una reseña de una biografía reeditada —antes citada— y una crónica de un homenaje infame —por cutre y por cenizo— que se le brindó en el Círculo de Bellas Artes. En entrevistas para Zenda, Escohotado y Bunbury cantaron las alabanzas de Cohen y apuntaron que le hubieran dado antes que a Dylan el Nobel de Literatura. Creo que, con este texto, he dinamitado, por fin, ese sentimiento de culpabilidad. El clac-clac suena más aliviado. Sólo espero que el genio canadiense, Dios lo tenga en su gloria, acepte mi disculpa.

Y usted, querido peregrino de Ruritania, perdone la batallita.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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Ricarrob
Ricarrob
2 años hace

Y digamos que sea el río el que conteste a nuestro «por siempre Leonard»… Quien hizo posible que todos quisiéramos viajar con ella, con la loca del río…

Belen
2 años hace

Nunca fui mucho de Leonard Cohen, sinceramente me parecía aburrido (no se enfade nadie) quizá porque no hablo inglés. Tras leer este relato creo que tendré que escucharle de nuevo. Muchas gracias.

ricarrob
ricarrob
2 años hace
Responder a  Belen

Nunca es un delito tener gustos propios u opiniones diferentes. Quizás hay música que se puede oir en cualquier momento, o no. Quizás hay música que solamente se oye en determinados momentos, o no. Quizás hay música especialmente dirigida a determinadas idiosincrasias, o no. Quizás lo que parece aburrido en general puede parecer tremendamente sugerente en circustancias especiales, o no. Creo que, con LC, hay que dejarse arrullar en momentos tranquilos, relajados, en los que los sentimientos de nostalgia, de amor, los recuerdos, nos invadan de lleno, cómodamente repatingados o derramados en nuestra mejor butaca, paladeando poco a poco un buen brandy, y, a ser posible, tomando la mano tendida de nuestra loca o loco del río particular. Tomando la mano tendida o siguiendo el ritmo pausado de su música… haciendo otras cosas… e imaginando estar a la orilla del río. Creo que LC es el último romántico y que hay que serlo también o convertirse para apreciar su música, su ritmo pausado, sus elocuentes silencios entre frases… su poesía. Porque el romanticismo es mágia.

ricarrob
ricarrob
2 años hace
Responder a  Belen

Mis disculpas por mis palabras. Tenga usted en cuenta que son palabras de un viejo lobo cansado al que los recuerdos le sumergen en la nostalgia…

Juan
Juan
2 años hace

No me sorprende que Leonard Cohen haya crecido en el barrio judío de clase media acomodada de Westmount, y me alegra el día saber que, de adulto, escogiera la mucho más viva y étnicamente rica vecindad francófona de Rachel/Saint Laurent, cerca de lo que fue la casa de mis padres.

Juan
Juan
1 año hace

Hermosa descripción del «coin» de mis padres en Rachel, y también de los hermosos cementerios de Notre Dame des Nieges y Mont Royal, donde descansa mi padre.

Kike
Kike
1 año hace

Léonard descansa con su familia en el cementerio judio (español-portuges).
Sus admiradores, siguen dejando un mensaje o piedra junto a su lapida. Dep

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