“Verás la maravilla del Camino…”. En un soneto olvidado y peor interpretado, el autor de Soledades habla sin nombrarla de una ciudad emblemática en la ruta Jacobea en el que tal vez sea el poema más hermoso que dedicara a otra tierra que no fuera la suya.
Qué razón tenía Unamuno cuando exclamó: «¡Hay que reescribir la historia!», contrariado ante la ligereza y frivolidad con la que historiadores, críticos, estudiosos e investigadores lanzaban sus opiniones sobre un determinado acontecimiento, un escrito, o un suceso para convertirlo de inmediato en sentencia irrefutable, que a su vez es repetida por otros hasta adquirir categoría de axioma, entrando a formar parte del acervo cultural de un pueblo.
Una muestra de esta inveterada costumbre de afirmar sin investigar tuvimos la oportunidad de encontrarla en un soneto de Antonio Machado que se publicó, junto con otros cuatro, por primera vez en las páginas de la revista Alfar deA Coruña, en 1925 y tres años después (1928) en la segunda edición de Poesías completas, dentro de una serie llamada “Sonetos”, con el nº CLXV, II, en la parte final de “Nuevas canciones” (1917-1925), con algunas variantes del aparecido en “Los complementarios”.
VERÁS LA MARAVILLA DEL CAMINO
Verás la maravilla del camino,
camino de soñada Compostela
-¡oh monte lila y flavo!-, peregrino,
en un llano, entre chopos de candela.
Otoño con dos ríos ha dorado
el cerco del gigante centinela
de piedra y luz, prodigio torreado
que en el azul sin mancha se modela.
Verás en la llanura una jauría
de agudos galgos y un señor de caza,
cabalgando a lejana serranía,
vano fantasma de una vieja raza.
Debes entrar cuando en la tarde fría
brille un balcón de la desierta plaza.
Cuando los estudiosos se enfrentaron a la interpretación de este poema no dudaron en afirmar que el otoñal paisaje que describía no podía ser otro que el de su amada Soria. Incluso hubo alguno que señaló Segovia como la referencia más segura.
Así, el profesor Antonio Sánchez Barbudo, en su libro Los poemas de Antonio Machado (Lumen 1981), pág. 335, sostiene que la ciudad a la que se refiere Machado es Soria: “un recuerdo de Soria, a la que no se nombra. (…) Una Soria estilizada, idealizada en el recuerdo, apenas reconocible; pero bellísima”.
José Mª Valverde, en su Nuevas canciones y de un Cancionero apócrifo, Clásicos Castalia 1971, pág. 180, da otra vuelta de tuerca más y afirma con más detalles que “la ciudad que se pinta tal como la vería, de paso, un imaginario peregrino, se ha entendido que podría ser Soria. Pero quizá sea más exacto ver Segovia, con sus dos ríos cercando el Alcázar —el sitio que luego aparecerá en algunas poesías a Guiomar—. El balcón sería entonces el del poeta, dando a la plaza de San Esteban”. Y continúa diciendo: “ El color flavo, en v. 3 —Siena natural, aproximadamente—, puede ser igual de Soria que de Segovia”.
¿Para qué darle más vueltas? O es Soria o es Segovia, ciudades recurrentes en la singladura machadiana pero tan lejanas del Camino como su conocimiento de la geografía jacobea. Por otro lado, las palabras “camino” y “peregrino”, aparecen una y otra vez en toda su obra y esto les hace no ver más allá del folio que tienen delante. Lanzan conjeturas sobre la ciudad a la que Machado hace alusión y se enzarzan en una serie de disquisiciones que sólo llevan a crear mayor confusionismo, hasta el punto de obcecarse en su creencia de que se trata de Soria o Segovia, aun cuando ninguna de ellas está en el “camino de soñada Compostela”, en evidente alusión al “Camino Jacobeo”. De este modo van tejiendo una sarta de suposiciones más o menos floridas que otros, sin empacho alguno, las repiten en libros, artículos y conferencias, en lugar de contrastarlo con los manuscritos originales, por si hubiera alguna alusión, aclaración o notificación sobre el poema en cuestión. Pero sigamos esta retahíla de elucubraciones.
El profesor de la Facultad de Ciencias de París y catedrático de enseñanza media, además de académico de la Real Academia Española de la Lengua, Bernard Sesé (Neuilly-sur-Seine, Francia 1929), en su monumental A. Machado, el hombre, el poeta, el pensador, (Gredos, 1980, 2v.) pág. 532, apunta: “Es de nuevo el paisaje de Segovia —y no de Soria, como piensa A. Sánchez Barbudo— el que vemos, estilizado, en el bellísimo soneto (….) donde volvemos a encontrar la invocación al peregrino, una de las más antiguas obsesiones de Machado y que es, hay que repetirlo, como el doble de su conciencia desarraigada”.
No cabe duda que lo más fácil a la hora de otorgar una interpretación a la ciudad del poema —intentando mostrar por otro lado, lo bien que se conoce la obra machadiana— es hacer referencias permanentes a estas dos ciudades donde el poeta vive y en las que escribe la mayoría de sus poemas. De este modo el comentarista piensa que no corre jamás el riesgo de equivocarse y todo fluye como el agua de los ríos del soneto. Es más, Valverde se inclina por Segovia porque al hablar de los dos ríos, cree que Machado se está refiriendo al Eresma y al Clamores, que confluyen a la vera del Alcázar, como pueden verse en varios poemas dedicados posteriormente a Guiomar, al igual que el balcón que, siguiendo con el juego de interpretaciones, podría ser el de la casa segoviana del poeta, asomado a la plaza de San Esteban.
Cinco años más tarde (1976), en su libro (Antonio Machado, edt. Siglo XXI, pág. 113), y después de haber consultado el original de Los complementarios, Valverde rectifica y ya no piensa en Soria o Segovia como ciudad, muy a su pesar, a juzgar por la manera de pasar de puntillas sobre su error y ante el irrefutable testimonio de los versos tachados por el poeta sevillano. Sin embargo, los estudiosos de Machado continuaron atribuyendo durante años el soneto, según sus gustos y preferencias, a una de estas dos ciudades. Una excepción es Manuel Alvar, que en su edición de Poesías completas (Espasa Calpe,1987), sigue a Valverde y aclara: “El poema se publicó en «Nuevas canciones» con variantes con respecto al texto de «Los complementarios». Así v. 2, “si vas hacia la santa Compostela”, v. 3, “¡Oh el monte lila y flavo!…”; v. 11, “camino de lejana serranía,”, v. 13, “Debes entrar cuando en la tarde fría”; v. 14, “dore un balcón…”.
Los indicios
El lector familiarizado con el Camino Jacobeo francés y las ciudades por las que transita (nunca Soria o Segovia, alejadas totalmente de la ruta) bien podría llegar a deducir que “la maravilla del camino” que el peregrino se encuentra en ruta a “soñada Compostela” pudiera ser la ciudad de León, circundada también por los ríos Torío y Bernesga, con las sempiternas choperas que acompañan el lento discurrir de sus aguas. Si además añadimos que posiblemente el poeta viniera de tierras castellanas (desde Palencia), como más tarde se supo, haría su entrada por el alto del Portillo, de ahí su verso —¡oh monte lila y flavo!— jugando con los colores rojo-amarillentos que el atardecer deposita en las arcillosas lomas de La Candamia, vestidas en otoño de tonos pardos y lila. Por otro lado, la mención al “peregrino” vuelve a tener su lógica desde su doble vertiente, la alegórica que aparece siempre en la obra de Machado como eterno caminante, y la del auténtico peregrino que concluye aquí una etapa del Camino y se le muestra una nueva a las puertas de la ciudad, una ciudad que se le abre desde esta loma a sus pies, mostrándole la fértil vega leonesa. Es posible que don Antonio alcanzara a ver el bello crucero labrado en piedra y erigido en el alto del Portillo —el mismo que a mediados del siglo pasado fue trasladado a los jardines de San Marcos de la capital, donde desde 1998 puede verse en el monumento al peregrino del escultor Martín Vázquez de Acuña—, que complementó al primitivo crucero con la figura en bronce de un peregrino que acaba de llegar a León y deja sus sandalias al lado de sus ulcerados pies, mientras descansa su cabeza con los ojos cerrados contra el fuste de la cruz.
Pero, ¿qué más podía ver Machado desde este alto? Él nos habla de “un llano, entre chopos de candela” que si atendemos a lo que escribe de ellos Victoriano Crémer eran: “(….) ¿Qué digo chopos?, verdaderos galgos y no del paisaje, como quería Ortega, sino de los más celestes pastos. Porque llegaban al cielo. Más de treinta o cuarenta metros sobre el nivel de la naturaleza humana, se erguían fieles a su destino de bebedores de eminencias siderales, ágiles, góticos, floridos, levemente móviles, como dirigiendo la orientación de las brisas. En muchos kilómetros cuadrados no cabía contemplar espectáculo más sugestivo que el de esa arboleda en que desembocaba el caminante así que recorría el caminejo descuidado y cruzaba el puentecillo….”
Y continúa el poeta sevillano:
(“Otoño con dos ríos ha dorado / el cerco del gigante centinela / de piedra y luz, / prodigio torreado / que en el azul sin mancha se modela”).
Ese gigante centinela de “piedra y luz” sólo puede tratarse de la esbelta silueta de la catedral, con sus torres destacándose en la llanura, calificativos que por otro lado se repiten, una y otra vez, en los escritos de especialistas, escritores, arqueólogos, poetas cuando se refieren a la Pulcra: “prodigio de piedra y luz” la llama Mª Elena Gómez Moreno, o “maravilloso prodigio de luz y piedra”, que apunta Madrazo… o la hermosa descripción que la escritora inglesa Gertrude Bone en Old Spain, hace cuando divisa la ciudad y su alfoz en 1925, un año después que Machado lo hiciera :
“Atrevida y bella, la Pulchra Leonina se eleva sobre la pequeña ciudad de León como Ely sobre sus prados, divisada desde la lejanía en una llanura de horizontes marinos en cuya enorme extensión una montaña y una ciudad se perciben altas y solitarias, como en las tierras remotas nunca visitadas. Al final del ancho valle del río que atraviesa la ciudad, las montañas se ven azules y soleadas como las de Morven, en la transparente atmósfera de octubre, y el río (estanques de azul celeste unidos sobre el fondo plano gris de las piedras) envía una vibración de colores desgarrados bajo millas de chopos dorados”.
Luego vuelve la mirada a la llanura para ver una jauría de galgos, esos que anteriormente mencionara Crémer refiriéndose a los “agudos chopos”:
“Verás en la llanura una jauría / de agudos galgos y un señor de caza, /
cabalgando a lejana serranía, / vano fantasma de una vieja raza”
los mismos que Ortega contempló en su visita a León en julio de 1915.
(…) León es la ciudad de los chopos, del árbol fiel a toda meseta, árbol leonés y castellano. Dondequiera se encuentran sus fustes gentiles, acompañando un rato la carretera solitaria, agrupándose en torno a un manantial que las palomas frecuentan. Altos, esbeltos, sacudidos de hoja, algunos como altísimas banderas enrolladas. Es el galgo de los árboles. ¿Chopo, galgo?”…
Como puede verse, todas las alusiones a una ciudad concreta se encaminan hacia León, y no a Soria o Segovia, por las que no pasa el Camino de Santiago. Pero todas estas conjeturas más o menos fundamentadas necesitan ser avaladas por pruebas documentales mucho más sólidas que las que se pueden colegir de descripciones y paisajes alusivos a esta ciudad.
“Verás la maravilla…”
Indagando en la biografía machadiana, León apenas tiene presencia en su vida y la ciudad pasa fugazmente por sus recuerdos en dos ocasiones. La primera alusión a ella la encontramos en 1931, en una breve nota autobiográfica:
«Desde 1919 paso la mitad de mi tiempo en Segovia y en Madrid la otra mitad, aproximadamente. Mis últimas excursiones han sido a Ávila, León, Palencia y Barcelona (1928)».
«El motivo del incremento de visitas a León se debe a que su hermano menor, Francisco, funcionario de prisiones, fue destinado como director de la cárcel de esta ciudad desde el 19 de noviembre de 1929, fecha en la que toma posesión de su cargo, procedente de Barcelona donde permaneció escasos días, hasta enero de 1931. Su difunta hija Leonor nos recordó con especial cariño. « En León, nos dijo, conoció a los escritores Francisco Pérez Herrero y en especial al poeta Victoriano Crémer” Aqui comenzó a escribir un hermoso poema que, al igual que el de su hermano Antonio, fue atribuido a Toledo, incluso a la audiencia de Soria, y lleva por título El reloj de la cárcel”, que comienza: “Hay una luz redonda / en la plaza desierta; / el reloj de la cárcel / con su campana vieja. / Sus tañidos al viento / toda la plaza llenan, / cuando suenan las horas / parece que se quejan”.
Su hija Leonor hace especial énfasis en señalar que “el poema, que luego dio título a un libro, lo escribió en León para el reloj de la cárcel de Puerta Castillo de esa ciudad, donde mi padre fue director dos años y conoció y trabó estrecha amistad con un poeta muy especial que pasando el tiempo se convertiría en el gran Victoriano Crémer.”
La segunda la encontramos en su manuscrito Los complementarios, un cuaderno a modo de borrador que Machado comenzó a escribir en 1912 durante su estancia en Baeza y continuó en Segovia. Consta de 208 páginas con dos portadas sucesivas —en la segunda de ellas podemos leer: Apuntes / Antonio Machado / 1912 / Madrid-Baeza / 1919-1924 / Segovia /Madrid—, en las que fue anotando durante más de diez años, sus proyectos, esbozos de poesías, copias de textos, correcciones… Machado mismo, en la última página, afirma: “Contiene borradores y apuntes impublicables, escritos desde 1912, en que fui trasladado a Baeza, hasta el 1 de junio de 1925, en que terminamos, Manuel y yo, el primer acto de Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcarcel…”. Y más adelante, página 46: “Todo lo que contiene este cuaderno son apuntes que nadie tiene derecho a publicar. Pueden, sí, ser utilizadas las ideas. Pero téngase en cuenta que el autor, antes de darlo a la luz, lo hubiera revisado y puesto en correcta forma literaria”.
Pues bien, es en este cuaderno donde volvemos a encontrar (pg 177) una nueva referencia a León: «8 de noviembre de 1924. Salimos de Segovia Cardenal, Adellac y yo para Palencia y León». No dice más, ni escribe nada referente a la ciudad, ni comenta en su obra y notas si ha estado antes o después en ella, sin embargo por la fecha de su primera publicación, 1925, y el mes en que dice estuvo en León —noviembre— de 1924, bien pudo ser esta la vez que la vista de la ciudad en otoño inspiró a Machado este hermoso soneto.
Una lectura más detenida nos dará nuevas pistas de su paso por estas tierras, de sus amistades, así como de otro poema que copia de La verdadera poesía castellana de Julio Cejador, que lleva por título “Los prados de León”, sin que en él se mencione ni se haga alusión a esta ciudad.
En el “Cancionero” incluido en Los complementarios (pg, 89 v) hay un poema titulado “Caminando en noche de luna” que vio la luz en “Nuevas canciones” (grupo de “Viejas canciones”) y que posteriormente recogió Ricardo Gullón de un manuscrito de Machado a Juan Ramón Jiménez, que debajo del último verso escribe:
«La Bañeza, 1919 (copiada en 1922)». Posiblemente escrito durante ese año en que dice que pasaba la mitad de su tiempo entre Madrid y Segovia “con excursiones a Ávila, Palencia, León y Barcelona…”.
Respecto a las referencias a personajes leoneses a los que conoció o admiró por su obra poética o social, Machado nos habla en Los complementarios del poeta Froilán Meneses Burón, nacido en León en 1826 y muerto en 1893, al que le dedicó estos versos: “Aunque tú no lo confieses, / alguien verá, de seguro, / lo que hay de romance puro / en tu romance, Meneses”.
Otro leonés al que hace mención en el apartado “Historia y Política” de Los complementarios es a Gumersindo de Azcárate, (León 1840-1927), catedrático de Legislación comparada, republicano, salmeronista y, como filósofo, adscrito a las doctrinas de Grocio y Spencer. Dirigió la Institución Libre de la Enseñanza. De él dice Machado: “Anciano venerable, pero demasiado anciano”.
Y de nuevo son los manuscritos originales de Los complementarios quienes nos deparan la sorpresa y el hallazgo definitivo del nombre exacto de la ciudad a la que don Antonio hacía alusión en su hermoso soneto.
En el folio 178 v, y fechada entre vv. 12-13 “1902”, aparece el borrador de uno de los sonetos añadidos a “Nuevas Canciones” en 1928, “Verás la maravilla del camino”:
Verás la maravilla del camino
si vas hacia la santa Compostela,
(¡oh monte lila y flavo!) peregrino,
en un llano, entre chopos de candela.
Otoño, con dos ríos, ha dorado
el cerco del gigante centinela
de piedra y luz, prodigio torreado,
que en el azul sin mancha se modela.
Verás en la llanura un jauría
de agudos galgos y un señor de caza,
camino de lejana serranía,
vano fantasma de una vieja raza.
Debes entrar cuando la tarde fría
dore un balcón de la desierta plaza.
José Mª Valverde, en su libro antes citado, Antonio Machado, señala: “¿Significa esto que el poeta pone la fecha de su experiencia recordada, y no la de la redacción de los versos, que en este caso difícilmente sería 1902?”. Por su parte Alvar indica que estas variantes fueron el resultado de una serie de tentativas rechazadas.
En efecto, si se observan la serie de tachaduras, correcciones y cambios efectuados en el poema y en especial en los dos últimos versos podemos encontrarnos con variantes como: “Aguarda para entrar la tarde fría / en el balcón de la (“una” sobrepuesto) desierta plaza”. Estos versos aparecen tachados y en su lugar, escritos en el margen, figuran estos:
“Entra en León cuando en la tarde fría / brilla un balcón de la desierta plaza”
…que también fueron tachados. Como también está tachado otro que dice: “Aguarda para entrar la tarde fría”.
Por fin encontramos la misteriosa ciudad a la que se refiere Machado y que tantas elucubraciones produjo en los estudiosos mencionados anteriormente. “Entra en León…”, que al final eliminó porque realmente todas las claves ya las había dejado escritas en el soneto, sólo había que leerlo con cuidado y conocer la ciudad y alrededores, es decir ser un verdadero iniciado en el Camino.
Valverde, al consultar los originales, un lustro más tarde —el único de esa terna que debió de hacerlo— se topa con la cruda realidad y añade escuetamente: “Por si fuera poco, ocurre que la ciudad había sido vista como Soria —por Sánchez Barbudo— o como Segovia —por mí—, pero un verso tachado dice “Entra en León, cuando la tarde fría”. Volviendo inexplicablemente a equivocarse en la trascripción del verso al no incluir la segunda preposición (en) que figura en el verso original, como puede verse en la imagen del facsímil: “Entra en León cuando en la tarde fría”.
Y ante el fiasco bochornoso de haber errado de plano con el nombre de la ciudad concluye y pasa de puntillas diciendo: “Como botón de muestra de los enredos de este cuaderno, basten estos.”
¿Enredos?, ¿qué enredos? ¿Es que ahora a la falta de rigor en la investigación se la llama enredo y culpa sin sonrojo al autor? Menos mal que se le ocurrió visitar los manuscritos del sevillano. Si no, posiblemente, a estas alturas aún habríamos seguido hablando de los maravillosos paisajes de Soria o Segovia, y de la cantidad de peregrinos que pasan por allí todos los días (!), en sueños, claro.
De cualquier forma, no es habitual encontrar en Machado referencias a otras regiones que no sean Castilla y Andalucía. Cataluña aparece nombrada, como sucede con Asturias, Galicia, Aragón, Extremadura, Navarra, Santander y Zamora. Valencia es la excepción, al aparecer cantada en el poema «Canción»: («Ya va subiendo la luna…») y en “Amanecer en Valencia”, pertenecientes ambos a Otros poemas.
Los símbolos del poema
Una vez más Machado vuelve, en este soneto, a sus símbolos más queridos como camino, peregrino, balcón, desierta plaza, y estructura el soneto en tres partes que comienzan con los verbos “verás”, versos primero y noveno, y “debes entrar”, verso número trece. Vuelve de nuevo el verbo ver (verso noveno) para trasladarnos ante un imaginario cuadro en el que se ve, en la llanura, a la “jauría de agudos galgos” y “el señor de caza” que cabalga hacia una hipotética sierra, lo mismo que lo haría el fantasma de sus antepasados (“de una vieja raza”), una raza ya desaparecida a la que parece añorar en sus recuerdos.
Concluye el poema con dos versos escritos debajo de una fecha, 1902, y de sus iniciales A. M., versos por otra parte tachados y añadidos una y otra vez en el original, que nos muestran los frustrados intentos por conseguir un mejor ritmo en la estructura del poema.
Estos versos, que son la quintaesencia de todo el soneto, nos introduce en León en la que él considera la mejor hora para visitarla: “Debes entrar cuando en la tarde fría”, y nos da aún un dato más para ese encuentro que al poeta debió de causarle una imborrable impresión: el balcón iluminado en una “desierta plaza”, símbolo tan caro al poeta, posiblemente uno de esos balcones de Sierra Pambley, tan unido a la memoria de su amigo leonés Gumersindo de Azcárate, jurista, pensador, historiador, catedrático y político krausista, dentro del dédalo de calles y callejuelas que era el casco antiguo de la ciudad de León especialmente a comienzos del pasado siglo.
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BIBLIOGRAFÍA
- Antonio Sánchez Barbudo: Los poemas de Antonio Machado, Barcelona, Lumen, 1976.
- Antonio Machado: Nuevas canciones y de un Cancionero apócrifo, edición, introducción y notas Jose Mª Valverde, Valencia, Castalia, 1971.
- Antonio Machado: Los complementarios. Edición Manuel Alvar. Madrid, Cátedra, 1980.
- Bernard Sese: Antonio Machado (1875-1939), tomo II, Madrid, Gredos, 1980.
- Concha Zardoya: Poesía española del siglo XX, Tomo I, Madrid, Gredos, 1974.
- Miguel Díez y Mª Pilar Díez Taboada: «Poema sobre León de Antonio Machado», Revista de la Casa de León, 1981.
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