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Leila Guerriero: "Sigue habiendo heridas abiertas" - Zenda
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Leila Guerriero: «Sigue habiendo heridas abiertas»

En La llamada (Anagrama), Guerriero hace un retrato desde la investigación periodística de Silvia Labayru, quien a fines de los sesenta, con trece años, hija de una familia de militares, se transformó en una militante aguerrida y acabó integrándose en los Montoneros, un grupo armado de extracción peronista. Tras el golpe de los militares en Argentina,...

La escritora y periodista argentina Leila Guerriero, que aborda en La llamada la historia de Silvia Labayru, antigua miembro de los Montoneros, que fue secuestrada y violada durante la dictadura militar, piensa que «mucha gente votó a Milei a pesar de su negacionismo» de las víctimas.

En La llamada (Anagrama), Guerriero hace un retrato desde la investigación periodística de Silvia Labayru, quien a fines de los sesenta, con trece años, hija de una familia de militares, se transformó en una militante aguerrida y acabó integrándose en los Montoneros, un grupo armado de extracción peronista.

Tras el golpe de los militares en Argentina, Silvia, embarazada de cinco meses y con veinte años, fue secuestrada por los militares en diciembre de 1976 y trasladada a la ESMA, la Escuela de Mecánica de la Armada, donde funcionaba un centro de detención clandestino en el cual fueron torturadas y asesinadas miles de personas.

Allí tuvo a su hija —que, una semana más tarde, fue entregada a los abuelos paternos— y fue torturada, obligada a realizar trabajo esclavo, violada reiteradamente por un oficial y forzada a representar el papel de hermana de Alfredo Astiz, un miembro de la Armada que se había infiltrado en la organización Madres de Plaza de Mayo, un operativo que terminó con tres madres y dos monjas francesas desaparecidas.

La liberaron en junio de 1978 y en el avión rumbo a Madrid, junto a su hija de un año y medio, pensó: «Se acabó el infierno».

En una entrevista con EFE, Guerriero ha dicho que entró en contacto con Silvia Labayru en 2021 en plena pandemia a través de un amigo común, el fotógrafo argentino Dani Yako, cuando estaba a punto de publicarse la sentencia contra un represor de la dictadura por agresión sexual.

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«Hablamos en el balcón de su piso, con mucho frío y ambas con mascarilla y en principio pensaba hacer un artículo», explica la autora, quien decidió escribir finalmente un libro por la «singularidad» de este caso.

«Era una mujer joven, secuestrada cuando estaba embarazada, obligada por los militares a acompañar a ese ser diabólico, Alfredo Astiz, que se hacía pasar por el hermano de un desaparecido para infiltrarse en el movimiento de las Madres de Mayo, que, una vez liberada, fue repudiada por sus antiguos compañeros montoneros, y con una historia de amor con su pareja actual, que había quedado truncada en secundaria, pues ella le mandaba cartas sin obtener respuesta, pensando que también la repudiaba, pero en realidad era la madre de éste quien las destruía».

Era además, remarca Guerriero, «una de las tres mujeres que acabaron denunciando a un militar por haber sido violada».

Condenas por violaciones

La sentencia condenatoria fue importante, añade, porque «confirmaba que hubo militares que además de torturadores y ladrones también se transformaron en violadores».

Si dura fue su experiencia, no menos lo fue sentirse rechazada por los exiliados a su llegada a Madrid, porque «se había corrido el rumor de que ella había sido la que había ido con Astiz a esas reuniones con las Madres de Mayo, de las que derivó uno de los momentos más escabrosos de la dictadura, que tuvo repercusión internacional».

Pero, en realidad, agrega: «A pesar de ser torturada, nunca dio una cita ni reveló el nombre de sus antiguos compañeros, y eso la mantuvo entera. No pudo evitar que la violaran o que la obligaran a acompañar a Astiz, pero la trataron como una traidora absoluta».

Reconoce Guerriero que la propia Labayru fue de mucha ayuda en el contacto con sus hijos, exparejas, excompañeros de militancia, conocidos y amigos: «El terror fue algo con lo que tuvieron que lidiar estas familias, quedaron muy dañas por lo que pasó y por lo que se dijo».

EFE/Toni Albir

La principal conclusión que Guerriero extrae del personaje es que «no se quedó a vivir como una especie de víctima eterna, sino que Labayru es una mujer muy bella, elegante, que vive con Hugo, su actual pareja, es disfrutona de la vida, que va al cine, al teatro, queda con los amigos, viaja».

Admite la periodista que, «a pesar de que todos los militares fueron juzgados, incluido el que la violó, que tiene varias cadenas perpetuas acumuladas, sigue habiendo heridas abiertas, durante la dictadura hubo desaparecidos, gente arrojada de aviones, bebés retenidos y entregados a familias de militares, que hoy tienen más de 40 años y no saben su origen verdadero o ni siquiera lo sospechan».

Para Guerriero, que la vicepresidenta argentina Victoria Villarruel, pusiera en duda la cifra de 30.000 personas desaparecidas, aceptada por las organizaciones de derechos humanos a nivel internacional, es «alarmante», pero no cree que los millones de personas que apoyaron a Milei «le votaran porque sean negacionistas, sino por el hartazgo, la pobreza, la inflación o lo mal que lo hicieron los anteriores gobiernos».

Guerriero no puede ocultar su «alarma» por el hecho de que en un país como Argentina, que ha sido ejemplar a nivel mundial en temas de memoria, haya ganado esta fórmula, justo un año después de que se estrenara la película 1985, de Santiago Mitre y protagonizada por Ricardo Darín, sobre el juicio contra las juntas militares, y fuera vista por más de un millón de espectadores, sobre todo jóvenes.

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