Son los propios libros, en una terrible campaña de mercadotecnia, los que nos han descrito al lector compulsivo como un ser huraño, sociópata o incluso enemigo del mundanal ruido y de las fatigas que entraña vivir en sociedad. Según esos relatos, uno o una se encierra en ficciones, a ser posible retorcidas y reflejos solo simuladamente de la vida, para olvidarse de sus dolores cotidianos. En el caso del trozo de península y las islas que nos corresponden, esta rutinaria pena es quizá más intensa, así que cabría pensar que la Literatura nos hace más falta aquí que en ningún otro lado. Sin embargo, los datos de lectura españoles no se corresponden con los datos de dolores y rutinas, ya que existen otras distracciones tanto o más válidas que los libros y, desde luego, más efectivas en muchos casos. En ese caso, tal vez sea posible otra hipótesis: ¿y si nuestro interés por la lectura no viene de un afán de negación de la vida, sino de un intento de afirmarla? ¿Se puede querer leer por vivir mejor, por entender mejor, y por amar mejor a nuestros conciudadanos?
Esta forma de leer, que entiende la literatura como una fuente de imaginación para formular mejores y más valientes deseos para los demás, es quizá el punto de partida del libro de cuentos y poemas de Tomás del Rey Tirado, publicado por la editorial sevillana Maclein y Parker y titulado Yo, que tantos hombres he sido. Los ecos borgianos que circulan por todo el libro permiten una reflexión sobre la literatura que nos hace disfrutar de personajes muy queridos desde diferentes ópticas: Cide Hamete Benengeli decide presentar una queja formal contra Cervantes sobre su atribuida autoría, Penélope se ha convertido en una emprendedora afanosa al habérsele ido el marido a por tabaco a no sé qué isla, el cíclope decide devolverle el truquito al sabiondo de Ulises y los servicios sociales detienen a la cigarrera de Andersen.
Pero estas vueltas de tuerca literarias no se quedan en un ejercicio retórico o en un mero juego, porque Tomás del Rey, que sabe perfectamente que la fina línea que separa los textos de los lectores no es una frontera, sino un puente, da forma a esas lecturas y las abre con cariño a nuevas miras. Su mirada de docente de Lengua y Literatura lo libra del solipsismo del escritor, su continua búsqueda en la lectura de claves para los otros le ayuda a fabular mejor y, sobre todo, con un especial cariño. El beso de tornillo que condenó a Francesca de Rimini en la Divina comedia salva aquí a unos adolescentes de una aburrida tarde de calor en Sevilla, mientras unos guiris, salidos del infierno, buscan la Alameda con desesperación. El Inca Garcilaso, inmigrante sin papeles, ofrece al mundo todo lo que este, en su egoísmo, le rechaza. El deseo utópico de estos relatos y poemas, que algún cínico podría tachar de ingenuo, sirve en este libro para despertar el deseo de querer ser mejores. Los libros no prescriben las fórmulas, la vida puede estropear este deseo (los alumnos suspenden, no todas las obras de teatro salen bien) y, en términos generales, a veces hay poco que hacer. La literatura, como la entiende Tomás del Rey, que es además codirector del grupo de teatro joven La Troupe junto con Eva Labrador, es contraria a la autoayuda, porque no exige a los lectores que modifiquen el curso de su vida, ni culpa en ellos el miedo, la cobardía, o el desastre. Hay también muchos momentos de placer inmenso en estos cuentos, que se leen de corrido y con una sonrisa en la cara, también hay momentos de justicia poética que solo son posibles en el reducido espacio del microrrelato. Tomás del Rey ha escrito un libro que es también una promesa —la de imaginar mundos mejores— y una esperanza —la de poder robar ideas del mundo de los libros—.
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Autor: Tomás del Rey Tirado. Título: Yo, que tantos hombres he sido. Editorial: Maclein y Parker. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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