A Laura Restrepo le tomó siete años escribir esta novela. Durante sus viajes a Yemen, Somalia y Etiopía con Médicos Sin Fronteras, la escritora y periodista colombiana conoció a mujeres refugiadas, desterradas, violadas y empobrecidas. Al preguntar a cada una de ellas quiénes eran o de dónde venían, ellas contestaban: «Yo soy descendiente de la Reina de Saba». Aquella mujer a la que Andrés Malraux buscó a bordo de un aeroplano es el mito que da sentido a Canción de antiguos amantes (Alfaguara).
«En Yemen ocurren situaciones atroces, desde la mutilación genital femenina hasta la migración forzada. Pero, de alguna forma, siento que la niña asesinada en Los divinos sobrevive. Ese personaje que no pude defender en aquella novela reaparece y vence», explica Laura Restrepo ante un ejemplar subrayado de su novela. Para adentrarse en ese paisaje inclemente, la escritora se valió de un joven escritor, Boas Mutuas, el narrador que emprende su búsqueda de la reina de Saba, un hombre joven entregado al delirio que abona el territorio literario.
Graduada en Filosofía y Letras, y periodista desde hace décadas, Restrepo fue miembro de la comisión negociadora de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla del M-19. En 2004 ganó el Premio Alfaguara de Novela con Delirio. Sin embargo, había comenzado a publicar mucho antes: Historia de un entusiasmo (1986), La isla de la pasión (1989) o Leopardo al sol (1993). Ha escrito también Dulce compañía (1995), La novia oscura (1999), La multitud errante (2001), Olor a rosas invisibles (2002), Demasiados héroes (2009) y Hot Sur (2012). En esta conversación habla de la segunda vuelta electoral que enfrenta al candidato de izquierda Gustavo Petro y el populismo de Rodolfo Hernández.
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—¿Entre el mito y la realidad, entre la novela y el periodismo?
—Fui a Yemen, a la frontera de Somalia y Etiopía, a unos viajes organizados por Médicos Sin Fronteras. Esa región te remite inmediatamente a la reina de Saba. Conocía poco de Yemen, pero sí sabía que en un punto impreciso entre Somalia y Etiopía existía la figura de la reina de Saba y que André Malraux sobrevoló la zona para encontrarla. Nunca la consiguió físicamente, pero sí en su propio libro.
—No es la primera vez que escribe sobre mujeres desterradas. ¿Por qué?
—Llega un momento en que estas historias tan duras se vuelven invisibles. Acaban convirtiéndose en cifras, asuntos que no le importan al resto del mundo. Cuando les preguntaba a esas mujeres de Yemen cómo se llamaban decían: «Yo soy descendiente de la reina de Saba». Me di cuenta de que había que sacar el mito que vive en su interior. Son las herederas de una tradición fantástica. Se sienten herederas de una mujer que se ganó un lugar en la Biblia no por puta o virgen, sino por poderosa y sabia.
—«Aquellos eran tiempos oscuros en los que un hombre sabio debía pensar cosas que se contradecían entre sí», cita a Umberto Eco. ¿Cómo es posible eso en un tiempo que ha renunciado a la complejidad?
—Estamos viendo una guerra de las grandes potencias: el primer mundo por un lado y Rusia por otro. Nadie mueve un dedo para negociar y nos ponen a todos en riesgo. Dime si no vivimos en tiempos oscuros, donde una cosa es el relato oficial y otra aquello que ignoramos
—En Los divinos narró un delito basado en hechos reales. Aquí alimenta el relato con sus viajes a Yemen, Somalia y Etiopía.
—Eso es muy del periodismo. Son situaciones críticas que debes registrar para que no se las lleve el viento. Ahora, con la guerra de Ucrania, las potencias se están peleando por lo que todos conocemos como el granero del mundo. Los primeros afectados por una hambruna serán, sin duda, los habitantes de Yemen. Eso le da una vigencia atroz a la historia y permite llamar la atención, porque Ucrania no es el único damnificado.
—Periodismo y literatura. ¿Tiene sentido oponer una cosa a la otra?
—Hay un discurso oficial que es de piedra y resulta muy difícil de romper. Son las verdades que nos transmiten los gobiernos y los informativos. La literatura tiene que ir contra ese lenguaje. Eso te hace entrar en el terreno de lo político, incluso aunque estés hablando de los pétalos de una rosa. Los libros crean puentes, y por eso son fundamentales. Es una cadena de transmisión de sentido.
—Dijo que en Colombia escribir es una manera de agarrarse a la vida.
—Sigue siendo así y aún más en tiempos de pandemia. Mirando los libros que se han entregado tras la pandemia y cuando renacimos después del confinamiento, todos hicimos unos tochos de 500 páginas. Escribíamos como desaforados.
—¿Cómo ve la política en América Latina?
—Están surgiendo nuevos liderazgos en muchos países. En Chile hay un gobierno progresista, también en Bolivia. Lula volverá al poder, y lo de Petro es una votación del 40% de la población. Petro viene de la guerrilla, pero de una guerrilla que entrega las armas. Ves su programa de gobierno y es completamente democrático. Lo que pasa es que a la vieja clase política colombiana le dices «democracia» y se asusta.
—¿Es un cambio o una respuesta emocional, un hartazgo?
—Hay cambios. Debido a la pandemia no había podido volver a Colombia. Me fascinó el espíritu de creatividad política en la juventud. No quieren más muerte, sino una vocación de vida. Para ellos se acabaron las matanzas, no sólo los carteles de la droga sino la clase política. Yo voté a Petro en la primera y pienso hacerlo en la segunda vuelta. Colombia tenía hasta entonces la estabilidad de la violencia, con enorme violencia. Hay juventud que quiere un cambio en términos sensatos y pragmáticos: educación, comida y salud para la gente. Ojalá gane Petro, pero aun si no gana, ese espíritu de cambio no va a desaparecer.
—¿Fue su generación, a la que pertenecen Laura Esquivel o Marcela Serrano, quienes allanaron el terreno a las autoras de hoy?
—Siempre hubo espacio para las grandes escritoras en América Latina, pero permanecían nubladas por la falta de interés. Las nuevas autoras son más visibles por las lectoras que por las autoras. Era un mundo inédito, que se ha vuelto interesante. Todo fenómeno cultural es un acto de construcción. La tradición escrita por mujeres es universal, pero necesitaba de ese interés.
—Treinta y seis años de publicar su primer libro, ¿qué es la novela para Laura Restrepo?
—Es un campo de exploración. Siempre he querido romperle los límites y buscarle estructuras nuevas: ampliar la ficción, la no ficción, el ensayo, la poesía. No tiene ningún sentido aplicar normas estrictas. La novela decimonónica era un universo específico. Además, yo me gano la vida escribiendo novelas, y eso me gusta mucho.
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