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Las terrazas han ganado - Zenda
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Las terrazas han ganado

V13, la profunda crónica que Emmanuel Carrère hace de este juicio, comienza con un viaje al otro lado de la cortina, que se rasgó en los alrededores del Estadio de Francia, en las terrazas del distrito X y en la sala de conciertos Bataclan aquella noche fatídica. En las primeras jornadas, cuando la prensa internacional...

Lo dice una de las fiscales del Tribunal Supremo durante el juicio por los atentados ocurridos el viernes 13 (V13) de noviembre de 2015 en París: “El pavor es la desaparición de la cortina tras la cual se oculta la nada, que normalmente nos permite vivir en paz. El veredicto del tribunal no podrá reparar la cortina rasgada”.

V13, la profunda crónica que Emmanuel Carrère hace de este juicio, comienza con un viaje al otro lado de la cortina, que se rasgó en los alrededores del Estadio de Francia, en las terrazas del distrito X y en la sala de conciertos Bataclan aquella noche fatídica. En las primeras jornadas, cuando la prensa internacional ya se ha ido con su foto y sólo quedan los que están decididos a soportar las sesiones que están por venir, el relato de las víctimas pintará el retrato de ese horror con todos los matices. Las ráfagas disparadas contra las multitudes que el buen tiempo ha congregado en las terrazas, los ríos de sangre que corren hacia las alcantarillas. Los cadáveres apilados sobre la pista del Bataclan, los tiradores husmeando entre ellos para ejecutar tiro a tiro a los que aún viven. Y, como en los cuadros de El Bosco, en el horror no faltan las escenas grotescas, como la de aquel superviviente que reptó por el suelo del restaurante Le Petit Cambodge, entre mesas volcadas, cuerpos abatidos y ventanales hechos trizas, para descolgar un teléfono que no paraba de sonar y escuchar al otro lado a alguien haciendo un pedido a domicilio.

"Llegados a este punto, cabe preguntarnos qué es lo que ha traído a Carrère a esta temporada en el infierno. El primer motivo que menciona es que le interesa la justicia"

Después vendrá el desconcierto: el vistazo al otro lado de la cortina también hace que afloren sentimientos mezquinos. Se alzarán en Facebook asociaciones de supervivientes lideradas por personas empeñadas en cribar a los supervivientes reales de entre los “individuos turbios que gravitan alrededor de la desgracia ajena”, y se acabará descubriendo que esos mismos líderes son farsantes que, a pesar de no haber vivido el horror, buscan compañía y consuelo en esa comunidad extrema. Habrá que calibrar la categoría de víctima (desde luego, el padre al que han matado a su hija es una víctima del terrorismo, pero ¿lo es la persona bien remunerada que, por el estrés postraumático de estar en el Estadio de Francia cuando afuera sonaban las bombas, perdió la oportunidad de ocupar un puesto de trabajo aún mejor pagado?).

Llegados a este punto, cabe preguntarnos qué es lo que ha traído a Carrère a esta temporada en el infierno. El primer motivo que menciona es que le “interesa la justicia”. No es un interés inédito en la literatura francesa. El propio André Gide publicó en 1913 una colección de textos sobre sus experiencias como jurado en el tribunal de Ruán, que tituló “No juzguéis”, recordando que la tarea de impartir justicia no corresponde al cronista, sino al juez. Esta es una norma que no olvida Carrère, que se deja convencer tanto por los alegatos de la defensa como por las acusaciones de la fiscalía. De la misma manera en que expone los padecimientos de los familiares de las víctimas, nos habla de las penurias que algunos acusados menores están pasando para asistir el juicio, como aquel que vendió su coche para poder pagarse un cuartucho en París, y de las mentiras que dicen a sus hijos para justificar la ausencia en casa durante el proceso (algunas delirantes, como el que dijo que le había salido un trabajo en París y más tarde, cuando su hijo vino a visitarlo a la prisión en la que aguardaba la vista, que se trataba de un puesto como carcelero). Carrère incluso acaba congeniando con unos y otros en los bancos del juzgado, frente a la máquina de café y en el restaurante Les Deux Palais, donde muchos de los que están haciendo la dura procesión por el V13 se reúnen al final del día.

"Escribir ese relato, leer el libro desde el principio... son dos ambiciones inmensas, reconoce Carrère, que cumple la misión con solvencia"

Estas crónicas, narradas a un ritmo trepidante, al más puro estilo Carrère, impecables, desbordantes de humanidad y propensas al examen de conciencia, exploran al límite la dimensión literaria de los juicios. Asistimos a la reconstrucción de una historia, escuchando los relatos de los protagonistas, y es la audiencia (los lectores) la que tiene que montar esa historia en su cabeza, como pasa con algunas novelas de Faulkner. Se trata de una historia que comienza por su final, y que no camina hacia sus consecuencias sino hacia sus motivos, yendo hacia atrás en la causalidad de los implicados: los acusados (el momento en que el plan homicida se concita y salta la chispa) y las víctimas (los que ese día estaban ahí y no en otro sitio, a menudo por carambolas del destino).

En este sentido, hay dos frases pronunciadas durante el juicio que motivarán este libro. La primera la pronuncia uno de los acusados: “Ustedes han leído la última página del Islam. Habría que leer el libro entero”. ¿Dónde empieza el libro de los atentados del V13? ¿Comienza con la caída del Imperio Otomano, como tal vez pretende el acusado al confundir Islam con terrorismo yihadista, o en el momento en que un grupo de holgazanes de suburbio aficionados al hachís se reúnen en el sótano del bar de uno de ellos para visionar decapitaciones en un ordenador portátil?

"Una víctima explica lo que ha pasado: les han dado un lugar y tiempo, todo el tiempo que hiciera falta, para hacer algo con el dolor, y ha funcionado"

La otra frase la pronuncia un superviviente de Bataclan: “Espero que lo que nos ha sucedido llegue a ser un relato colectivo”. “Escribir ese relato, leer el libro desde el principio… son dos ambiciones inmensas”, reconoce Carrère, que cumple la misión con solvencia en estas crónicas publicadas en diversos diarios y ampliadas para su versión en libro. Al menos tenemos esa sensación en los últimos capítulos, cuando, apagadas las antorchas del ritual pagano que es todo juicio, vayamos por última vez al Deux Palais, el restaurante que hay junto al juzgado, y allí nos encontremos a los abogados de las víctimas pidiendo champán para los abogados de los acusados. Y, más allá, veremos algo verdaderamente extraordinario: supervivientes que ya tienen su relato haciéndose selfies con los acusados que han sido liberados. Una víctima explica lo que ha pasado: les han dado un lugar y tiempo, todo el tiempo que hiciera falta, para hacer algo con el dolor, y ha funcionado. “¿No es curioso que todo esto empiece y acabe en una terraza?”, se oye decir a alguien. Después, la misma voz ebria reformula su pregunta y la convierte en titular: “¡Las terrazas han ganado!”

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Autor: Emmanuel Carrère. Traductor: Jaime Zulaika. Título: V13. Crónica judicial. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Jorge Benítez

Jorge Benítez (Barcelona, 1977) ha escrito para diversas revistas y en 2016 participó en el volumen de relatos 'Uno más ocho' (Reservoir Books). 'El casco de Sargón' (Navona), su primera novela, va a ser traducida al árabe por la editorial All Prints S.A.L.

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Bixen
3 años hace

«Cada Nación tiene el gobierno que se merece.»-dijo Joseph de Maistre. Luego a Winston Churchill le atribuyeron, no sé quién, la de: «Cada País tiene los gobernantes que merece». Lo curioso es que éste suyo contemporáneo, Benedetto Croce, va también bien para todos con sus dichos, según se tercie. ¡Hambre habéis de pasar!, decía mi abuelo.

Orestes
Orestes
2 años hace

«En mi caso no es necesario estar fumado para opinar igual que ellos sobre ese tostón santificado por la crítica.»

Ud. solo se ha desnudado, sr. pretencioso.

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