Una de las constantes de la obra de Adrien Parlange es su exploración artística de los componentes físicos de los libros: qué posibilidades plásticas ofrece una cinta marcapáginas, qué ocurre cuando una hoja es transparente… En Las primaveras, la reflexión incide en las ventanas abiertas, en los agujeros de corte perfecto que permiten mirar hacia detrás o hacia delante, más allá del plano de apertura. De forma que el libro, perfectamente tallado, se convierte en una escultura donde afloran imágenes en distintos niveles. Las páginas impares son blancas y contienen frases sobrias y líricas (acuden al recurso evocador y musical de la repetición: “A los 3 años…” “A los 6 … “ “A los 40…”).
Pero los libros (incluso aquellos de aspecto tan fascinante como este) son algo más que objetos, tienen una forma interna que les otorga su verdadero rango de obra estética, trascendente. Quedarse en el accidente topográfico, como hace cierta crítica moderna, es distraer su valor y pasar por alto aquello que los constituye. Se necesita una mirada geológica, más allá de la apariencia, un estudio de su forma interna para apreciar el sentido de sus accidentes (juiciosamente dispuestos por el artista y, en caso de éxito, elocuentes de su razón de ser). Un libro concebido como mero objeto es un trasto. Puede ser incluso un trasto bello, no es del todo imposible. Un libro en el que la ordenación artística permite una liberación de la materia, un diálogo con el pasado y el futuro (verdadero escenario de la estética), lejos de ser un trasto es una ventana, o una plaza o una mesa: un lugar de encuentro para los humanos y una oportunidad para el conocimiento.
Las primaveras, de Adrián Parlange, trasciende la belleza superficial y muestra una forma interna que se manifiesta con gozo en sus facetas materiales, haciendo de la obra un todo. Esa forma interna es la autobiografía de carácter simbólico, atemporal. De ahí su aspecto poético y emotivo, pues remite a universales de la existencia humana (la familia, la amistad, el amor) y elabora una reflexión sobre el paso del tiempo y su encadenamiento en forma de repeticiones, cambios, progresos. Nada sabemos del nombre de su protagonista, ni de su tiempo o lugar, porque poco importa. Tampoco nada importante del tiempo exterior, social o político, se nos cuenta en esta biografía. Su escenario es natural y cotidiano, intercambiable, reconocible por cualquier lector.
El escenario idílico (la casa familiar y propia, la escuela, el lugar de juegos, el campo…) permite el efecto atemporal y el encadenamiento natural de las generaciones: lo vivido con el abuelo se repetirá con el nieto. En una de las dobles páginas (todas lo son de alguna forma en el diálogo entre dibujo, texto sobre blanco y ventanas antes descrito) se lee: “Tengo 10 años cuando me mudo de casa. Me llevo todo lo que puedo en una caja. El resto lo guardo en la cabeza”. Las primaveras tiene mucho de ese atesorar en el recuerdo. Pero no es un atesorar individual, pues no se trata de un retrato propio; ya se dijo que se trata de una autobiografía simbólica, un relato de cualquier humano (la voz no coincide con la del autor, se extiende hacia el futuro hasta encarnarse en la de un octogenario). De manera que Las primaveras no es sólo un libro objeto, en su acepción superficial, como tampoco es una novela de artista: es una biografía de la condición íntima del ser humano, de su ciclo afectivo y vital. La dimensión plástica permite la realización plena de este propósito.
Sirva como muestra un botón donde se aprecia esta sabiduría para captar las lecciones de vida y darles una formulación artística. En otra de las dobles páginas del libro se lee: “A los 23 años, caminando por la calle, reconozco a mi amigo de la infancia. Por primera vez somos tímidos con el otro”. Junto con esta certera observación, perfectamente traducida, aparece una ilustración donde la ventana que mira al pasado permite recuperar el rostro de niño del amigo (que ya es padre), así como en una pequeña ventana “flotan” todavía los labios del primer beso de amor, con la novia de adolescencia, y los pies propios (el primer recuerdo de su vida, la primera página del libro) o los temores de niñez (una serpiente que resultó ser un lución inofensivo). Todo ello (la floración del pasado en esta ilustración de varios niveles) emerge al mismo tiempo, se agolpa en la mente de quien ha vivido situaciones parecidas (todos nosotros) en algún momento de su vida. Esa es la plenitud artística de la obra, cuando la forma interna encuentra su lugar idóneo de aparición.
Las primaveras es la biografía de la existencia de un ser humano como representante de su especie. Del paso del tiempo, con sus miradas hacia atrás y hacia delante. El libro de la vida, de principio a final, y vuelta a comenzar el ciclo.
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Autor: Adrien Parlange. Título: Las primaveras. Traducción: Joana Carro Pérez. Editorial: Fulgencio Pimentel. Venta: Todos tus libros.
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