Las primas, de Aurora Venturini

Hay vidas que son una novela. La de Aurora Venturini es un claro ejemplo. Fue amiga de Eva Perón y escribió novela, ensayo y cuentos mientras dedicaba su vida a distintas ocupaciones. Se exilió en París y compartió tertulias literarias con gente como Simone de Beauvoir y escribió decenas de libros. Y entonces, un buen día y contando ya Venturini con 85 años, Las primas lanza su nombre a un mundo literario que se pregunta sorprendido dónde estaba esta mujer. Uno podría pensar que esta novela trataría de esas tertulias, del exilio, de ese mundo inicialmente atractivo que son las bambalinas de la literatura, pero no. Las primas es una novela disfuncional como lo es la familia que la protagoniza. Empezando por Yuna, su potente narradora. Una muchacha hija de una maestra de las de antes que tiene problemas con el lenguaje que la autora muestra en el texto dejando al lector sorprendido por la credibilidad que esto supone. Porque si algo es difícil en una novela narrada en primera persona, es darle credibilidad a la voz, sobre todo si es muy joven o si nos dicen que tiene algún tipo de problema. Yuna resulta cristalina, es consciente de su limitación que compara con la de su hermana diciendo que debe de tener el ánimo mucho más sucio que el suyo puesto que es más tonta que ella. Así, con la frontal sinceridad de la inocencia, se nos presenta un entorno triste en el que no hay nadie normal, porque como ella misma dice “no éramos comunes por no decir que no éramos normales”. Y como siempre se dice, donde menos te lo esperas, aparece una flor, que en este caso son las pinturas de Yuna que no tardan en llamar la atención de la gente. Porque nos dice Venturini que Yuna pinta sentimientos sin darse cuenta de que también los dibuja en sus palabras, logrando mantener al lector en vilo entre sus párrafos que están apenas puntuados y en los que lo grotesco se une con la mirada limpia de quien parece no darse cuenta de lo que está narrando, quizás porque no lo ve tan malo o acaso porque la fuerza de la costumbre deja destellos de humor donde otros solo verían oscuridad y tristeza.