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Las personas de Pessoa - Miguel Munárriz - Zenda
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Las personas de Pessoa

Volver a Sintra con Pessoa Me gustaría volver a Sintra conduciendo un Chevrolet. Sería mi último deseo para alejarme cada vez más de mí. M.M. Él, Fernando Pessoa, nació en Lisboa en 1888 y murió en la misma ciudad en 1935. Fue un personaje complejo que vivió entre la poesía, el periodismo, la publicidad y...

Volver a Sintra con Pessoa

Me gustaría volver a Sintra conduciendo un Chevrolet.

Sería mi último deseo para alejarme cada vez más de mí.

M.M.

En Fernando Pessoa vivió más de un genio. Dicen que más de 300. El poeta portugués creó heterónimos que escribieron sus mejores libros. Nada que ver con el pseudónimo: los heterónimos tienen nombre y apellidos y también toda una biografía detrás cargada de datos, como edad y lugar de nacimiento, ideología, sensibilidad… y naturalmente una obra distinta cada uno de ellos, que llegaron a publicar críticas firmadas por ellos contra la obra de Pessoa.

Él, Fernando Pessoa, nació en Lisboa en 1888 y murió en la misma ciudad en 1935. Fue un personaje complejo que vivió entre la poesía, el periodismo, la publicidad y el comercio. Una buena parte de sus años juveniles los pasó en Sudáfrica, donde estudió el inglés, idioma en el que también escribió poemas y tradujo.

El heterónimo más cercano a la personalidad de Pessoa se llama Bernardo Soares, el autor de uno de los textos más singulares: El libro del desasosiego, traducido por Ángel Crespo, y del que Pessoa dijo que más que un heterónimo Soares era un personaje literario. Con él, los tres más conocidos son Álvaro de Campos, Alberto Caeiro Ricardo Reis.Álvaro de Campos (1890) es de Tavira, una pequeña localidad costera del Algarve. No se conoce la fecha de su fallecimiento pero sí que estudió Ingeniería en Escocia. Su decadentismo le hace practicar una poesía pesimista que añora el pasado y que le hace buscar en otros horizontes inspiración para sus versos. En Oriente fuma opio para “huir de la realidad”. Sus poemas contienen más complejidad y son más simbólicos que los de Alberto Caeiro. Un ejemplo es su famoso poema “Tabaquería”, que luego recogeremos íntegramente y que empieza así:

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.
(…)

De Alberto Caeiro sabemos que era natural de Lisboa, que nació en 1889, murió tuberculoso en 1919 y que vivió en el campo con una tía abuela debido a su orfandad. Precisamente es la vida en el campo lo que le hace defender el conocimiento empírico de las cosas. Es un ser sencillo que siente, más que piensa, y que dice ser ateo porque no ve a Dios. Y así son también sus poemas :

No creo en Dios porque nunca lo he visto.
Si él quisiera que yo creyese en Él,
vendría sin duda a hablar conmigo
y cruzada mi puerta, casa adentro,
me diría: ¡Aquí estoy!
(…)

De Ricardo Reis (Oporto, 1887), tampoco se sabe cuándo murió. En 1910 se proclama la República de Portugal, por lo que nueve años después Reis, que es monárquico, se va a Brasil, siendo ya médico. Es todo un personaje cuya vida transcurre en los parámetros de la cultura y la filosofía de la antigüedad clásicas, por lo que su lenguaje es erudito.

Sigue tu destino
Sigue tu destino,
Riega tus plantas,
Ama tus rosas.
El resto es la sombra
de árboles ajenos.

(…)

El poeta es un fingidor, la antología que nos reúne en estos versos es la clásica edición bilingüe del poeta Ángel Crespo publicada por Cátedra en su colección de “Clásicos universales”. Crespo la publicó por primera vez en 1982 y constituyó entonces “el descubrimiento» de Pessoa, a partir de la cual se sucedieron infinidad de traducciones anotadas de su obra.

POEMAS

Autopsicografía

El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que en verdad siente.

Y, en el dolor que han leído,
a leer sus lectores vienen,
no los dos que él ha tenido
sino solo el que no tienen.

Y así en la vida se mete,
distrayendo a la razón,
y gira, el tren de juguete
que se llama corazón.

Cuando llegue la primavera,
si ya me he muerto,
las flores florecerán de la misma manera
y los árboles no serán menos verdes que
la primavera pasada.
La realidad no precisa de mí.
Siento una alegría enorme
al pensar que mi muerte no tiene importancia ninguna.
Si supiese que iba a morirme mañana
y la primavera iba a llegar pasado mañana,
me moriría contento, porque ella llegaría pasado mañana.
Si ése es su tiempo, ¿cuándo había de venir sino en su tiempo?
Me gusta que todo sea real y que todo esté bien;
y me gusta porque sería así aunque no me gustase.
Por eso, si me muero ahora, muero contento,
porque todo es real y todo está bien.
Podéis rezar en latín sobre mi féretro si queréis.
Podéis bailar y cantar a su alrededor, si queréis.
No tengo preferencias para cuando ya no se pueda
tener preferencias.
Lo que sea, cuando sea, es lo que será lo que es.
Si, después de morir, quisieran escribir mi biografía
No hay nada más sencillo.
Tiene sólo dos fechas: la de mi nacimiento
y la de mi muerte.

***

Tengo tanto sentimiento

que es frecuente persuadirme
de que soy sentimental,
mas reconozco, al medirme,
que todo esto es pensamiento
que yo no sentí al final.

Tenemos, quienes vivimos,
una vida que es vivida
y otra vida que es pensada,
y la única en que existimos
es la que está dividida
entre la cierta y la errada.

Mas a cuál de verdadera
o errada el nombre conviene
nadie lo sabrá explicar;
y vivimos de manera
que la vida que uno tiene
es la que él se ha de pensar.

Tabaquería*

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
de mi cuarto de uno de los millones de gente en el mundo que nadie sabe quién es
(Y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),
dais al misterio de una calle constantemente cruzada por gente,
a una calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente evidente,
con el misterio de las cosas por bajo de las piedras y los seres,
con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,
con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme,
y no tuviese otra fraternidad con las cosas
que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
la fila de vagones de un tren, y una partida pitada
desde dentro de mi cabeza,
y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a la ida.

Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado.
Hoy estoy hoy dividido entre la lealtad que le debo
a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.
He fracasado en todo.
Como no hice ningún propósito, quizá todo no fuese nada.
El aprendizaje que me impartieron,
Me apeé por la ventana de las traseras de la casa.
Me fui al campo con grandes proyectos.
Pero solo encontré ahí hierbas y árboles,
y cuando había gente era igual que la otra.
Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?

¿Qué sé yo lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!
¿Un genio? En este momento
cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,
y la historia no distinguirá, ¿quién sabe? ni a uno,
ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones!
Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?
No, ni en mí… 
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no hay en estos momentos genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas—
sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas—,
y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del verdadero ni encontrarán quien les preste oídos?

El mundo es para quien nace para conquistarlo
y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que lo hizo Napoleón.
He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito.
Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre el que no ha nacido para eso,
seré siempre el que tenía condiciones;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta
al pie de una pared sin puerta, y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámeme la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello,
y lo demás que venga si viene, o que tenga que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(¡Come chocolatinas, pequeña,
come chocolatinas!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que las chocolatinas,
mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad con que comes!
Pero yo pienso, y al quitarles la platilla, que es de papel de estaño,
lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.)

Pero por lo menos queda de la amargura de lo que nunca seré
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico partido hacia lo Imposible.
Pero por lo menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro
la ropa sucia que soy, sin un papel, para el transcurrir de las cosas,
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
o diosa griega, concebida como una estatua que estuviese viva,
o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
o princesa de trovadores, gentilísima y disimulada,
o marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana,
o meretriz célebre de los tiempos de nuestros padres,
o no sé qué moderno —no me imagino bien qué—,
todo eso, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar, que inspire!
Mi corazón es un cubo vaciado.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con absoluta claridad,
veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
veo a los entes vivos vestidos que se cruzan,
veo los perros que también existen,
y todo esto me pesa como una condena al destierro,
y todo esto es extranjero, como todo.)

He vivido, estudiado, amado y hasta creído,
y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.

Miro los andrajos de cada uno y las llagas y la mentira,
y pienso: puede que nunca hayas vivido, ni estudiado, ni amado ni creído
(porque es posible crear la realidad de todo eso
sin hacer nada de eso); Puede que hayas existido tan sólo, como un lagarto al que cortan el rabo
y que es un rabo, más acá del lagarto, removidamente.

He hecho de mí lo que no sabía,
y lo que podía hacer de mí no lo he hecho.
El dominó que me puse estaba equivocado.
Me conocieron enseguida como quien no era, y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme el antifaz,
lo tenía pegado a la cara.
Cuando me lo quité y me miré en el espejo,
ya había envejecido.
Estaba borracho, no sabía llevar el dominó que no me había quitado.
Tiré el antifaz y me dormí en el vestuario
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo
y voy a escribir esta historia para demostrar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
ojalá pudiera encontrarme como algo que hubiese hecho,
y no quedarme siempre enfrente de la tabaquería de enfrente,
pisoteando la conciencia de estar existiendo,
como una alfombra en la que tropieza un borracho
o una estera que robaron los gitanos y no valía nada.

Pero el propietario de la tabaquería ha asomado por la puerta y se ha quedado a la puerta.
Le miro con incomodidad en la cabeza apenas vuelta,
y con la incomodidad del alma que está comprendiendo mal.
Morirá él y moriré yo.
Él dejará la muestra y yo dejaré versos.
Y un día morirá el letrero y también
mis versos. En determinado momento, morirá la calle donde estuvo la muestra,
y la lengua en que fueron escritos los versos,
morirá después el planeta girador en que sucedió todo esto.
En otros satélites de otros sistemas cualesquier algo así como gente
continuará haciendo cosas semejantes a versos y viviendo debajo de  cosas semejantes a muestras,
siempre una cosa enfrente de la otra,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio del fondo tan verdadero como el sueño del misterio de la superficie,
siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni la otra.

Pero un hombre ha entrado en la tabaquería (¿a comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Me incorporo a medias con energía, convencido, humano,
y voy a tratar de escribir estos versos en los que digo lo contrario.

Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo el humo como a unja ruta propia,
y disfruto en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de encontrarse indispuesto.
Después me echo hacia atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando.

(Si me casase con la hija de mi lavandera
a lo mejor sería feliz.)
Visto lo cual, me levanto de la silla. Me voy a la ventana.
El hombre ha salido de la tabaquería (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, le conozco: es el Esteves sin metafísica.
(El propietario de la tabaquería llegó a la puerta.)
Como por una inspiración divina, Esteves se ha vuelto y me ha visto.
Me ha dicho adiós con la mano, le he gritado, ¡Adiós, Esteves!, y el Universo
se me reconstruye sin ideales ni esperanza, y el propietario de la tabaquería se ha sonreído.

 

*En portugués tabacaria no significa lo que el español «estanco», pues se trata de un establecimiento en el que se venden diferentes artículos. Por eso conservamos el título «Tabaquería», teniendo en cuenta que esta voz española significa “puesto o tienda donde se vende tabaco”. (N. del T.)

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Miguel Munárriz

Miguel Munárriz, periodista y escritor nacido en Gijón, en 1951, es socio fundador de Dos Passos, agencia literaria y comunicación. Ha coordinado “La Esfera”, suplemento cultural de El Mundo (Premio Nacional de Fomento de la Lectura). Dirigió la comunicación de Alfaguara, Taurus y Aguilar. Cofundador de revistas literarias, es autor de las obras Vivir de milagro, Poesía para los que leen prosa, Los mejores poemas de amor y Va pensiero. En 2022 publicó el libro La escritura contra el tiempo y recibió el premio María Elvira Muñiz por su trabajo de promoción de la lectura. Desde 2016 hasta 2022 ha sido el coordinador de contenidos de Zenda. @miguel_munarriz / miguelmunarriz.com

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