Creo que no se equivoca Noudelmann cuando afirma que «los autores que amamos son también personajes» para añadir a continuación, con el objeto de ilustrarlo con un ejemplo incontrovertible, que «Stendhal no es menos personaje que Julien Sorel o Lucien Leuwen». Ciertamente, Sartre es uno de esos autores que ha logrado transcender su propia obra y al que cualquier escritor recurre cuando se pone a reflexionar sobre su propio oficio o a intentar pergeñar una poética. Sartre siempre aparece por alusión o elisión, como cita obligada por la huella que ha dejado en sucesivas generaciones de escritores. Su ensayo ¿Qué es la literatura?, publicado en 1948, fue todo un aldabonazo para los escritores de nuestra posguerra, especialmente para los poetas.
El artículo de El tiempo del lector (1953) —posteriormente desarrollado en libro en La hora del lector (1957)— de José María Castellet, tan relevante para dilucidar la función del lector dentro del proceso creativo no podría entenderse sin una lectura apasionada del ensayo sartreano. Este planteamiento tuvo una evidente influencia en la poética generacional esbozada por Carlos Barral en su artículo de la revista Laye «Poesía no es comunicación», en donde afirma que: «[l]a lectura poética consiste en un verdadero acto poético, como el del creador, si bien de otro signo con relación al poema».
La influencia de Sartre en los poetas españoles de posguerra no deja de resultar paradójica, ya que el filósofo y escritor francés señala en su ensayo —¿Qué es la literatura? — que el lenguaje poético, por su naturaleza objetual, deja fuera a los poetas del campo de la literatura comprometida y del realismo engagée.
Desde Luego, Sartre no logró dejar fuera de la literatura engagée a los poetas españoles, como tampoco François Noudelmann logra en su atípico bosquejo biográfico publicado por ediciones de subsuelo, por mucho que intente mostrar Un Sastre muy distinto, alejar o tamizar el compromiso político del pensador y escritor francés.
El planteamiento seguido por François Noudelmann para presentarnos Un Sastre muy distinto al que le aburre la política y le gusta vagabundear como un turista, se fundamenta en una supuesta dicotomía entre «el militante y el trovador» que al parecer «conviven en la personalidad de Sartre y a menudo entran en conflicto tácito y destructor». O lo que es lo mismo, lo que viene a decirnos el profesor Noudelmann es que el autor de La imaginación no era un ser monolítico, de una sola pieza, sino que se correspondía más, a pesar de sus peculiaridades, con la poliédrica personalidad que suele caracterizar a los seres humanos. Ya sabemos, extremando las cosas, que el verdugo puede ser un tierno padre de familia o que detrás del más despiadado tirano puede haber un sensible melómano y que, por lo tanto, los contrastes están a la vuelta de la esquina de cualquier biografía.
El esfuerzo por demostrar que «Sartre despreciaba la política mientras estaba escribiendo sus análisis más virulentos» resulta, cuanto menos, arriesgado. Estas deducciones parciales, casi sinecdóticas, en las que se toma la parte por el todo, recuerdan las que el filósofo y escritor francés plantea irónicamente en La Náusea con el personaje del Autodidacta de la biblioteca de Bouville. El conocimiento del Autodidacta, aunque seguía metódicamente un plan para conocer la totalidad del universo —«[p]as[ando] brutalmente del estudio de los coleópteros a la teoría de los cuanta»—, no sobrepasaba todo lo que excedía la “L”, la letra a la que su riguroso orden alfabético había llegado, por lo que tenía «almacenado en su cabeza la mitad de lo que sabe».
No obstante, en este juego de mitades al que nos somete las indagaciones del profesor Noudelmann, pueden seguirse algunos hilos de la urdimbre que configuran la compleja personalidad del filósofo y escritor francés, como su relación con las mujeres. Significativamente, casi las podía observar o controlar desde el balcón de su ventana: «Simone de Beauvoir, en la rue Schcelcher; Arlette Elkaïm, en la rue Delambre; Michelle Vian, en el boulevard de Montparnasse; Wanda KosaKiewicz, en la rue du Dragon». En esta relación también cabe incluir a las mujeres que amó en otras tierras lejanas, como «Dolorès Vanetti en Estados Unidos, Lena Zonina en la URSS, Hélène Lassithiotakis en Grecia…», con las que mantenía un estrecho contacto epistolar. En este aspecto, como señala agudamente el autor de esta biografía, su «comportamiento polígamo no tiene nada de excepcional y confirma el reparto de los géneros, el hombre moderniza la tradición del harén por medios no coercitivos».
La frígida relación —solo ardiente intelectualmente— con Simone de Beauvoir es bien conocida, pero lo más interesante, y menos tratado hasta la fecha, es la compleja relación que bordea el tabú del incesto con la joven estudiante argelina Arlette Elkaïm, a la que el intelectual francés acabó adoptando. Una compleja relación en la que Noudelmann profundiza, con sensibilidad e inteligencia, y que es, en mi opinión, la aportación más importante en esta recensión biográfica.
Otro aspecto que el biógrafo aborda son las adicciones del autor de las Situaciones. Sartre experimentó con varias drogas con el objeto de potenciar su creatividad y el rendimiento de su escritura. La mescalina, aunque le ocasionó un trastorno alucinatorio que le persistió varios meses, le proporcionó algunas de las imágenes que utiliza en La Náusea. El filósofo y escritor francés tenía una olímpica fe en el poder de la razón, llegando a creer «que se podía delirar y al mismo tiempo observar el delirio». Otra sustancia de la que abusó Sartre, y que acabo produciéndole graves consecuencias para su salud es el Corydrane (una mezcla de anfetamina y de aspirina), bajo cuyos efectos escribió la magna Crítica de la razón dialéctica. Junto al Corydrane, cabe destacar entre sus adicciones, el alcohol —era un insaciable bebedor de whisky— y el tabaco, célebres son sus fotografías con un Boyards en los labios.
Pero curiosamente, este Sartre que Noudelmann nos quiere ofrecer tan distinto, cuando no contradictorio, vuelve siempre a ser el gran intelectual que fue y sigue siendo, inmerso en su insobornable «pasión por conocer a los hombres» y por encarnar una conciencia de la humanidad.
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Autor: François Noudelmann. Título: Un Sartre muy distinto. Traductora: Laura Claravall. Editorial: Ediciones del Subsuelo. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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