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Las estaciones y el tránsito de la vida (IV): El otoño - Zenda
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Las estaciones y el tránsito de la vida (IV): El otoño

Las hermanas Makioka, de Kon Ichikawa (1983). La floración de la sakura es tal vez más importante simbólicamente, pero el momiji tiene mayor presencia geográfica en un país que conserva nada menos que un ochenta por ciento de territorio boscoso. Se dice pronto. Frente a la imagen habitual de un Japón urbano atiborrado de gente,...

Las hermanas Makioka, de Kon Ichikawa (1983).

En Las hermanas Makioka hay también unas escenas bellísimas del momiji, los cambios de color de las hojas en otoño.

La floración de la sakura es tal vez más importante simbólicamente, pero el momiji tiene mayor presencia geográfica en un país que conserva nada menos que un ochenta por ciento de territorio boscoso. Se dice pronto. Frente a la imagen habitual de un Japón urbano atiborrado de gente, la realidad es un país repleto de bosques que el viajero contempla extasiado desde el tren en cuanto sale de las grandes conurbaciones del centro oriental del país. En la geografía japonesa, casi todo lo que no es ciudad o campos de arroz es montaña.

Rojos, naranjas y amarillentos son los colores de los árboles sobre el río Oirase, en la prefectura de Aomori, que pinta Gensō Okuda en Oirase Ravine: Autumn (color sobre papel japonés, 1983). Yo vi esa pieza en una exposición en el Museo Yamatane de Tokio en 2019, “Reading Nihonga Through Color –  Kaii’s Blue and Gensō’s Red”, cuya intención era explicar cómo se han elaborado tradicionalmente los pigmentos utilizados en la pintura japonesa, hasta nuestros días todavía en el arte nihonga que practicaban, por ejemplo, el mismo Gensō o Kiyokata Kaburaki, de quien tanto les he hablado:

Okuda Gensō, Oirase Ravine: Autumn, Yamatane Museum of Art.

Las pinturas tradicionales utilizadas en el arte japonés estaban hechas principalmente de materiales naturales, incluidos minerales y conchas: el gunjō ultramarino de la azurita o el blanco del gofun hecho de conchas pulverizadas, por ejemplo. El número de colores que se podían presentar era, por tanto, limitado. Recientemente, sin embargo, la introducción de una variedad de pigmentos artificiales y el desarrollo de pinturas con nuevos pigmentos minerales artificiales ha hecho que los colores disponibles se multipliquen.

Con esta pintura de Gensō explicaban cómo se logra el rojo, pero ya no me acuerdo y no puedo contárselo. Es importante saber, en todo caso, que los tintes para telas son, en cambio, de origen vegetal.

Escribo ahora en un ryokan en el valle de Iya, en Shikoku, con la montaña inmensa al frente y el río Iya rugiendo debajo, y sólo puedo lamentar que sea julio y no noviembre cuando estoy aquí: el espectáculo entonces debe de ser sobrecogedor.

Las de la sakura y el momiji son bellezas diferentes, más contenida quizá la del otoño, no tan fácil para la poesía, menos dada a celebraciones y picnics. Pero forma parte igualmente del imaginario profundo japonés, de su esquema de vida.

Pese a que visualmente son las hojas rojas de arce del momiji las que representan el otoño, su símbolo es el crisantemo, kiku, la flor nacional de Japón. Ahí está en este tanka de Ki no Tsurayuki recogido en el Man’yoshu:

Inoritutu
nafo nagatuki no
kiku no Fana
idure no aki ka
uwete mizaramu

Mientras rezamos
En el noveno mes
Florece el crisantemo
¿Habría otoño
si no se plantara?

Recojo también, de paso, este tanka traducido por Aurelio Asiaín:

Kusa mo ki mo
iro kawaredomo
watastuumi no
nami no hana ni zo
aki nakarikeru

(Bunya Yasuhide)

Cambia el color
de la hierba y los árboles,
pero la flor
de las olas del mar
no conoce el otoño.

***

Las hermanas Murasame (Lluvia de Otoño) y Matsukaze (Viento entre los Pinos) mueren de pena al saber que ha fallecido el cortesano del que estaban enamoradas una y otra, pero permanecen en el mundo sin embargo como espíritus. He ahí el eje de Matsukaze, uno de los más célebres argumentos del teatro Noh. Yo he visto la obra en el Teatro nacional de Noh en Tokio y también la ópera, fiel al argumento, que ha compuesto Toshio Hosokawa, el más importante compositor japonés hoy en día. El sucesor de Takemitsu. Es una pieza de música contenida que en la producción que vi hace dos años en Tokio contrastaba con la escenografía de Chiharu Shiota, de gran belleza visual, y la coreografía de Sasha Waltz. Difícil desligar en mi memoria unas de otras, música, escenografía y danza, tan imbricadas las tres que parecerían una sola pieza consolidada aunque se trate, al fin y al cabo, de una ópera que un día tendrá seguramente otras producciones. Hosokawa y Shiota, los dos creadores japoneses que más me interesan en sus ámbitos, música contemporánea y artes plásticas, viven los dos por cierto en Alemania.

"Cuando le preguntaron, Ozu respondió que era una película que tenía previsto lanzar en otoño, época de paparda. Así fue, en efecto, se estrenó en noviembre, pero yo creo que el titulo en realidad es un homenaje a su madre, que había muerto en febrero"

Las tres últimas películas de Ozu repiten la referencia a esta estación —aki— en sus títulos. Akibiyori (1960) es Otoño tardío, un reflejo de Primavera tardía no sólo en el título. Kohayagawa-ke no aki (1961) es El otoño de los Kohayasawa, aunque en inglés se conoce como The End of Summer y en español como El último verano. Nunca entenderé la libertad con que se cambian los títulos de las películas —Los caballeros las prefieren rubias, Sonrisas y lágrimas, Con la muerte en los talones…—. Con Ozu no hay manera a veces de saber cuál es de verdad el título, cuando a mí me parece que es tan importante como todo lo demás en sus películas. Ozu era un hombre meticuloso que escribía sus guiones hasta el último detalle y no permitía a sus actores cambiar una palabra, preparaba cuidadosamente cada imagen, diseñaba los carteles de neón de los bares que filmaba, hacía sus propios títulos de crédito. ¡Y vienen unos chupatintas a cambiarle el nombre a sus películas!

Sanma no aji, por fin, su último film (1962) y uno de mis dos favoritos junto con Primavera tardía¿ven que difícil es hablar de Ozu sin que parezca que anda uno a vueltas con el calendario?— no ha tenido mucha fortuna con sus traducciones: en español se la conoce sobre todo como El sabor del sake, An Autumn Afternoon en inglés. No es fácil de traducir, literalmente significa El sabor de la paparda, o del saurio del Pacífico, una especia de caballa muy habitual en Japón en otoño. Por eso sin duda sanma se escribe con un kanji que representa el otoño.

Poco tiene que ver en todo caso la película con ese sanma que no aparece por ninguna parte. Cuando le preguntaron, Ozu respondió que era una película que tenía previsto lanzar en otoño, época de paparda. Así fue, en efecto, se estrenó en noviembre, pero yo creo que el titulo en realidad es un homenaje a su madre, que había muerto en febrero.

"Sakamoto marcha arriba y abajo, saludando y cantando sílabas sin sentido al compás de la música mientras Hirayama y Kaoru hacen también el gesto de saludo"

En el diario que escribía durante el tiempo que sirvió como soldado en el frente chino aparecen con frecuencia palabras como otoño, paparda o hierbas flotantes —floating weeds—, que recuperará con los años en los títulos de sus películas. Escribe cuánto echa de menos el sanma, que debía de representar para él el recuerdo de la cocina casera de su querida madre, como para mí el besugo que preparaba la mía o el gazpacho de mi abuela. Años después, tras el funeral de su madre, que murió en febrero de 1962, escribía: «Este mundo ya está en primavera, los cerezos están en plena floración y yo estoy aquí, extrañando el sabor del saurio». Sanma no aji se estrenó a finales de año con ese saurio de su madre en el título. Los chupatintas españoles han preferido llamarla El sabor del sake. Con un par.

Hay dos escenas maravillosas, seguidas una tras otra, que no me canso de ver yo también una y otra vez. El señor Hirayama (Chishū Ryū) se encuentra por casualidad con Sakamoto (Daisuke Katō), que lo reconoce como el capitán de su barco durante la guerra y lo invita a hablar de los viejos tiempos en su bar preferido, Torys. No el Luna esta vez, por cierto, el bar que aparece repetidamente en las películas de Ozu, —siempre con el mismo cartel diseñado por él mismo, ya les decía—. Sentados en la barra del Torys tienen esta conversación memorable:

—Sakamoto: Si Japón hubiera ganado, ¿cómo serían las cosas? Si hubiésemos ganado estaríamos en New York. Sí, en Nueva York. No imitaciones, el New York de verdad. En América. Pero perdimos y ahora los jóvenes menean el trasero a ritmo de jazz. Si hubiéramos ganado, los de ojos azules llevarían pelucas negras y mascarían chicle mientras cantan canciones japonesas.

—Hirayama: Menos mal que perdimos.

Y a continuación esa otra escena fantástica cuando la dueña del bar, Kaoru (Kyōko Kishida), que Hirayama piensa que se parece a su esposa muerta, pone una grabación de Gunkan kōshinkyoku, el himno de la Armada Imperial Japonesa y ahora de las Fuerzas Marítimas de Auto-Defensa, conocida normalmente como Gunkan māchi (Gunkan March), y Sakamoto marcha arriba y abajo, saludando y cantando sílabas sin sentido al compás de la música mientras Hirayama y Kaoru hacen también el gesto de saludo. ¡Maravillosa escena!

He ahí pues un otoño tardío, el otoño de una familia y el sabor de un pescado de otoño en las tres películas del otoño de la vida de Ozu.

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José Antonio de Ory

José Antonio de Ory vive de un lado para otro (su Madrid natal, Bogotá, Delhi, Nueva York, París…) Ha desempeñado diversos puestos de gestión cultural, pese a lo cual muestra un desacuerdo notable con algunas prácticas habituales de la disciplina, no le gusta demasiado el concepto gestión cultural y no acaba de entender qué queremos decir cuando hablamos de cultura. Para entenderlo, quizá, empezó hace unos años a escribir algunos textos de opinión que están en el origen del ensayo Defensa de la creación (2018, Ediciones Asimétricas). Este es su segundo libro, tras Ángeles Clandestinos. Una memoria oral del poeta Raúl Gómez Jattin (Ed. Norma, Bogotá, 2004), cuya segunda edición ha publicado Fondo de Cultura Económica (Bogotá). Vive en Tokio dedicado con empeño a la ímproba tarea de entender a los japoneses.

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