Mientras a los escritores del boom latinoamericano se les puede «honrar, visitar sus tumbas y ponerles flores», algunas de las autoras latinoamericanas que fueron rechazadas por el canon «no tienen ni siquiera tumba y no se sabe dónde están enterradas».
Esta es una las realidades amargas que denuncia la periodista, poeta y editora Luna Miguel a Efe y que recoge en su libro El coloquio de las perras, en el que arroja luz sobre la literatura latinoamericana escrita por mujeres, autoras que fueron solapadas por los escritores y la industria de un «boom latinoamericano machista».
El coloquio de las perras (Capitán Swing) es un título que Luna Miguel recupera de uno de los cuentos de la puertorriqueña Rosario Ferré, donde ya en 1990 hablaba del machismo en la escritura, y donde, según Miguel, lo que quería era «mofarse de los ladridos de Octavio Paz, García Márquez, Carlos Fuentes e incluso Cortázar». Ferré es una de las 12 autoras que Miguel descubre, algunas desconocidas, como Alcira Soust Scaffo o Unice Odio (una de las escritoras que no tiene tumba y cuyos restos han estado viajando por ahí). Además está la única española, Agustina González, «una escritora futurista, feminista y católica a la que sus sucios asesinos llamaban tortillera y puta», Pita Amor, o María Emilia Cornejo. Pero también están reunidas en el libro Elena Garro, Alejandra Pizarnik, Gabriela Mistral o Marvel Moreno.
«He seleccionado a 12 mujeres y una española porque quería crear puentes entre las dos tradiciones, y porque son mis favoritas, pero hablar de estas mujeres me permite hablar de otras que no están aquí. Tengo información de otras muchas que dan para hacer una enciclopedia latinoamericana escrita por mujeres del siglo XX», subraya la autora.
Luna Miguel habla de su obra y de sus vidas, y destaca que algo muy significativo en muchas de ellas es que se repiten algunos estereotipos en el final de sus vidas. «Murió sola, se encontró su cuerpo días después, murió rodeada de gatos, sin familia, sin amigos, estaba loca. Estas frases se repiten sobre sus muertes y pienso que el retrato que se hace de ellas al final es tan indigno que imagino cómo fue la manera de referirse a ellas durante el resto de su vidas», recalca.
A Elena Garro la autora le dedica un capítulo con el epígrafe «Todo el mundo tiene una opinión sobre la vida de Elena Garro», y, además, es la portada del libro con un retrato desfigurado realizado por Paula Bonet. «Una de las cosas que más me sorprendió de Garro —argumenta Miguel— fue en su centenario, en 2016, cuando se publicó por primera vez en España Los recuerdos del porvenir y en la faja del libro ponía: «Esposa de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, musa de García Márquez y amiga de Borges», y me dije: «Bueno, además de su relación con los hombres, ¿quién era ella?». El realismo mágico —continúa— lo asociamos a García Márquez, y lo hizo bien, pero se nos ha olvidado que una de sus creadoras fue Elena Garro, quien rechazó esas etiquetas por comerciales. También el boom rechazó a Rosario Ferré«, dice.
A Aurora Bernárdez se la conoce como traductora porque, en opinión de la autora, la traducción les sirvió de refugio a muchas de ellas. «Es curioso cómo después de la muerte de Bernárdez salieron poemas y cuentos muy delicados e interesantes», sostiene Miguel, que recupera una entrevista de una periodista con Vargas Llosa donde éste reconoce que sin Aurora Bernárdez, Cortázar no hubiera sido nada.
Luna Miguel escribe una carta a cada una de las escritoras con las que dialoga sobre el pasado y las pone en el presente. Así, Miguel deja su poso poético entre estas páginas que son un trabajo de buceo histórico, y donde denuncia la «escritura macho».
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