Llora la nieve sobre un pueblecito montañés, ocre y sombrío, humillado ante la orgullosa Sierra del Cadí, que por no ser más alta se hizo altiva, afilando sus cúspides con un color de plata como si quisieran cortar al mismísimo cielo. La montaña le robó al sol el crepúsculo y dio la espalda a sus amaneceres rojos para perpetrar gélida su cara norte, como abrumadoramente helado es un reino.
Durante los siglos posteriores estos hechos fueron trasmitidos por la tradición oral, que junto con algunos registros escritos que atestiguan la existencia de pagos efectuados con extrañas monedas de oro extranjeras, insólitas en la época, acuciaron la imaginación de buscadores de tesoros y aventureros de diversa índole. La tierra de la hacienda de Casa Vima fue removida, las viejas estancias inspeccionadas, y hasta un grupo de espeleólogos recorrió las cuevas y simas cercanas, sin que jamás se hallara una sola pista del enigmático ajuar. Paseando por allí, el viajero se pregunta si aquella princesa miraría al cielo y, tal vez, no vería a sus dioses, sino a uno solo encarnado en la poderosa muralla rocosa del Cadí. Quizá logró cambiar los fastos regios por el anonimato en su Nuevo Mundo, y la visión del jade por la oxidada herrumbre que el tiempo consumía tras los goznes del pórtico de Casa Vima. En la capilla de Sant Jaume de Toloriu descansa hoy, según reza una inscripción, aquella que vio nacer al quinto sol, María de Moctezuma.
Nada alimenta más la savia de los lugares que sus inauditas historias, y lo que fuera anodino se vuelve exótico, misterioso, despertando los viejos resortes que nos hacen ver los lugares con mirada renovada. Pero todos los que una vez creímos en esa fábula fuimos engañados. Al parecer, un oscuro personaje llamado Guillem Grau Rifé fue quien a principios del siglo pasado urdió esta estrafalaria trama, que es en sí misma digna de novela. Se autoproclamó Majestad Imperial y Real Príncipe Guillem III de Grau-Moctezuma, asegurando ser descendiente legítimo del barón de Toloriu, Joan de Grau, y de la hija de Moctezuma II. Falsificó pergaminos donde figuraban partidas de nacimientos y bautizos siguiendo un linaje que nunca existió. Movió grandes sumas de dinero bajo su falsa identidad, organizando banquetes donde condecía títulos y condecoraciones de la corona azteca a miembros de la alta burguesía que pagaban gustosamente por emparentarse con el heredero del vasto imperio. Cuando fue detenido se supo que había llegado a vender condados por doscientas mil pesetas, trescientas mil por marquesados y hasta un millón por un ducado. Después de pasar un tiempo en la cárcel, continuó incisamente su carrera de delincuente y fabulador hasta el fin de sus días.
Cierta atracción debe de ejercer la zona, un antiguo mar encerrado ahora entre plegamientos tectónicos, para que otros viajeros hayan detenido aquí sus pasos. Algunos afirman haber escuchado extrañas psicofonías en la profundidad de los bosques y antiguas masías. Por alguna razón hay un dicho sobre este lugar “Toloriu, a on les bruixes hi fan el niu” (“Toloriu, donde anidan las brujas”). Justo en la ladera de enfrente a la escarpada Sierra del Cadí, sorteando el valle que actualmente acoge a multitud de turistas amantes del esquí, la insigne Agatha Christie se instaló en el antiguo hotel balneario de Sanillés. Hay registros, esta vez reales, de pasaportes sellados posteriormente a 1947, y se sabe que el 4 de diciembre de 1951 Agatha entró en España, cruzando a Francia tres días más tarde. Se cree que es en esta fecha cuando pudo haber iniciado su estancia en Sanillés. Previamente, en 1924, Agatha Christie había estado de vacaciones en el Pirineo francés y conocía bien la zona. Siempre fue una auténtica exploradora. El vetusto centro termal era un lugar de referencia, donde la clase alta de Barcelona acudía presta a esas aguas para el alivio y remedio de sus dolencias. Me pregunto si la visión de aquella mansión, casi mágica en medio de la exuberante espesura, despertó la inspiración de La casa torcida o Sangre en la piscina. Miss Marple o Poirot habrían disfrutado, sin duda, de las elegantes maneras de aquel tiempo perdido, de las sombras que los atardeceres proyectan en los salones cuando la imponente Sierra del Cadí se ilumina de tonos escarlata. El mismo aislamiento del hotel lo convierte en la perfecta Isla Burgh, donde los “diez negritos” corrieron su aciaga suerte por los pecados de su pasado. El lugar perfecto donde esconderse del mundo, lejos de su hogar.
Cuatro siglos y escasos cuatro kilómetros separan a dos damas, una princesa inventada y una dama verdadera. Solo la visión de los quebrados cantiles y escarpes del Cadí y sus nieves perpetuas unió a ambas en el silencio, enterrando bajo un halo de mito a la primera y glorificando con el reinado del misterio a la segunda.
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Me gustaría agradecer a Carles Gascón, del Arxiu Comarcal del Alt Urgell, así como a Joe Keogh, del Christie Archive Trust, la valiosa información proporcionada.
Bibliografía recomendada:
—José Mª Armengou. Extrañas historias de un periodista. Ed. Karma, 1974.
—Rosalía Pantebre. Vima i el Querforadat. Ed. Solsona Comunicacions, 2001.
—Núria Pradas. La Serpent de Plomes. Ed. El Vaixell de Vapor, 2003.
—Agatha Christie. El Gran Tour: Alrededor del mundo con la reina del misterio. Ed. Confluencias, 2014.
—Agatha Christie. Ven y dime cómo vives. Ed. Tusquests, 2022.
—Alberto Jiménez. Enigmas de Agatha Christie. Ed. Libsa, 2022.
—Xavier Ambròs. El secret del Cadí. Ed. BubbleBooks, 2023.
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