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'Las bicicletas son para el verano': No hay paz, hay victoria - Zenda
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‘Las bicicletas son para el verano’: No hay paz, hay victoria

Nacido en 1921, Fernando Fernán Gómez vivía en Madrid y tenía 14 años cuando comenzó la Guerra Civil, y de eso es de lo que trata la obra de teatro que escribió en 1977, estrenada en 1982 y convertida en película en 1984 por Jaime Chávarri: de la vida de una veintena de personajes del...

Nacido en 1921, Fernando Fernán Gómez vivía en Madrid y tenía 14 años cuando comenzó la Guerra Civil, y de eso es de lo que trata la obra de teatro que escribió en 1977, estrenada en 1982 y convertida en película en 1984 por Jaime Chávarri: de la vida de una veintena de personajes del barrio de Chamberí durante los tres años de la guerra. El cogollo principal es la familia formada por don Luis y doña Dolores, sus hijos Luisito y Manolita y la joven sirvienta María. Alrededor de ellos hay vecinos, amigos, conocidos, parientes y compañeros de clase cuyas penas y alegrías quedan retratadas, mezclando las preocupaciones meramente biológicas, como la escasez de víveres o el deseo sexual, con asuntos políticos y sociales, como la ideología más o menos confesa de cada uno y el grado en el que se apoyan o se juzgan mutuamente.

[Aviso de destripes con copita de anís en todo el texto]

La obra está llena de símbolos, que es algo que a los críticos les encanta analizar, y dos de ellos aparecen en el título: las bicicletas y el verano. Estamos en julio, que para la gente de la edad de Luisito significa verano, vacaciones, disfrute, colegas y posiblemente ligues y amoríos. Y para completar la experiencia, pues quiere una bici, que durante generaciones fue el premio soñado de muchos escolares. Luisito, sin embargo, siendo un crío de ciudad, la quiere para los veranos, no para diario, pero se encuentra con el ceño irónico de su padre, que le espeta que si las bicicletas son para el verano, los aprobados son para la primavera. Y al chaval le han cateado física (Agustín González fue el actor que encarnó a don Luis tanto en el teatro como en el cine, y el papel le viene como anillo al dedo). Pero el gran problema de este verano en concreto es que es el de 1936, y antes de que a la familia le dé tiempo a irse el pueblo (esa gran tradición española, sobre todo si vives en Madrid) ocurren los asesinatos del teniente Castillo y de Calvo Sotelo y el levantamiento de las tropas de Franco fuera de la península. La obra de teatro va marcando de esta manera el paso del tiempo: no hay carteles ni anuncios que indiquen cuándo ocurre cada escena, sino momentos en los que se oye una noticia en particular en la radio o los personajes comentan hechos concretos, como el traslado del gobierno a Valencia, la caída (o toma, según se vea) de Barcelona o los anuncios de neutralidad de las otras naciones europeas, que el público conoce y sabe interpretar (o al menos así era). Cuando Anselmo, el primo aragonés de Luisito, que vive en La Almunia de Doña Godina, se pasa por Madrid a mostrarles su entusiasmo por que los rebeldes “no hayan pasado” y a contarles lo cojonuda que va a ser la vida republicana tras la guerra en un paraíso tecnológico, también menciona a su primo que “el año pasado el veraneo se jodió”. Y la última frase de la obra, con don Luis temiendo ser depurado por haber fundado un sindicato durante la guerra y haberse incautado de las bodegas donde trabajaba para mantenerlas en funcionamiento tras haber sido asesinado su dueño, un marqués, es precisamente “sabe Dios cuándo habrá otro verano”. Para algunos lo habrá de cuarenta años más, pero para otros será más bien un largo invierno.

La bicicleta, por su parte, simboliza primero el juego infantil, luego el símbolo de estatus dentro del grupo social (por mucho que los de la panda de su hijo las tengan, don Luis dice que no ve muchas precisamente por su calle), después la razón oculta de usarla para impresionar a la chica que le gusta, Charito, y al final de la obra, tres años después, se convertirá en instrumento de trabajo, que Luisito usará en el empleo de repartidor que le han logrado encontrar, simbolizando su paso definitivo de adolescente de 14 años a adulto a punto de cumplir 18, y que puede acabar de “cabeza de familia” antes de tiempo si su padre es encarcelado.

Otro elemento simbólico es la botella de anís (Las Cadenas en la obra, la más conocida del Mono en la película). Al principio doña Dolores siempre ofrece anís y pastas a las visitas, pero a medida que pasan los meses y la carestía aumenta ya no tendrán qué sacar para los visitantes… excepto cuando llega Pablo, el compañero de juegos de Luisito en la primera escena, y les regala una nueva botella, con la que poder volver a sentir que por fin una parte de sus vidas regresa a la normalidad, aunque se echa de menos el no poder beber el que producían ellos mismos en las bodegas. La visita de Pablo cierra el paréntesis abierto al principio de la obra, en cuya primera escena los dos compañeros juegan en un descampado cercano a la Ciudad Universitaria, donde, con típica y parcialmente desinformada lógica infantil Pablo dice que allí nunca podría haber una guerra, porque las guerras solo tienen lugar en campo abierto, y aquello es una ciudad (o eso es lo que han visto en el cine de aventuras, afición que se menciona con frecuencia). Desde entonces, la familia de Luisito se quedó en Madrid, pero la de Pablo se había ido al pueblo (otra vez), en esta ocasión a Galicia, donde la rebelión triunfó pronto, a su padre lo colocaron en Correos, y ahora le espera un puesto importante en La Coruña. Por eso pueden permitirse regalar anís ahora.

Favores como este son otro elemento importante de la obra. Como hemos dicho, los personajes aquí son como un racimo de uvas con alguna conexión entre ellos, y durante toda la trama la gente busca, pide y hace favores, primero empleos y colocaciones, a ser posible sin oposición, y luego comida. El número de pasos que dar a veces hasta encontrar el filón es bastante numeroso, como muestra el caso de Julio. Julio es hijo de la vecina de Luis y Dolores. Luis tiene un compañero de trabajo, Ambrosio, que comentando la necesidad de empleo de Julio es escuchado por otro amigo que a su vez conoce a otra persona que necesita a alguien para atender un bazar (desgraciadamente, este tipo de conexiones es algo que aún tiene que ocurrir en nuestros tiempos). A veces estos favores tienen una repercusión en el futuro, como el hecho de que Julio, al encontrar curro, se vea envalentonado a pretender a Manolita, la mismísima hija de su benefactor, pero en ningún momento la obra se pone mística con esto en plan kármico, en plan “tú haz favores ahora y alguien te los hará a ti en el futuro”. A veces sí ocurre, como el trabajo para Luisito del final, pago por unas botellas de vino donadas por don Luis a la casera de la familia, pero a menudo sin grandes conexiones cósmicas o merecimientos hechos que han de ser cumplidamente pagados y recompensados por alguna ley universal.

Esto puede comprobarse al fijarse en el final que cada personaje tiene al terminar la guerra, ninguno de los cuales ha acabado como acaba por «merecerse» nada. Basilio, el paisano de María, que al principio hacía favores con los víveres, luego es de los primeros en entregar el negocio (que por otra parte no era suyo) a los rebeldes triunfadores, y se beneficia de que su matrimonio con la criada haya sido declarado no válido: ahora quiere apuntar a mayores y deja a la pobre muchacha en la estacada… otra vez. Porque el tratamiento de María es probablemente lo que peor ha envejecido de la obra. Luisito, cuyo plan de ataque con las chicas del barrio es escribirles poemas (así hace con Charito y Maluli, la hija de la casera), con María le mete mano directamente por la casa, que para eso es la sirvienta, y no ceja en el empeño, hasta metiéndosele en el cuarto y luego en la cama, diciendo además que en el colegio otras chicas más jóvenes que ella sí se dejan. Aunque una vez allí María acaba diciendo que «me pongo caliente», queda muy dudoso cómo de libre es ella realmente para decidir si le para los pies o no al hijo de su empleador. En la película esto se cambia, o se interpreta de otra forma, dejando claro que María es participante voluntariosa en el empeño. Pero lo peor viene cuando los padres se enteran, y lo que hacen es echarla de casa, con el pretexto de que ella había dicho que echaba de menos a su familia de Segovia. Hasta entonces don Luis y Doña Dolores habían caído mayormente bien al espectador (ella muy conservadora, sobre todo con la hija, que no quiere que se le meta a actriz o modelo; él demasiado irónico a veces), pero en esta parte se caen del pedestal moral. Sobre todo él, que es republicano y que había apoyado a Manolita cuando esta había dicho lo de meterse a actriz, e incluso había bromeado con que qué pena que no hubiera un cochero en la familia para que Manolita también pudiera «estar tan ricamente» encamada con él. Manolita, por cierto, es quien hereda esta afición de la vida real, para evitar volcar todo el contenido autobiográfico del autor sobre el mismo personaje. Luis y don Luis, sin embargo, comparten la afición de Fernán Gómez por los libros y la aspiración por las letras, la del padre ya abandonada en favor de lo prosaico de la familia y el empleo de oficina, y la del hijo quizá ya condenada irremisiblemente en ese futuro acelerado y gris que se le avecina. Hasta entonces, Luis ha aparecido como un chaval despierto, aficionado al cine de aventuras y muy lector de novelas, aunque luego descubrimos que le interesan particularmente las partes «cachondas» de algunos libros, que luego comparte con Pablo.

La película saca más la historia a la calle que la obra de teatro, cuyas escenas ocurren casi todas en interiores (comedores, sótanos, dormitorios), excepto las de comienzo y cierre, ambas en esa Ciudad Universitaria donde no podía haber guerra, donde luego la hubo, y donde después don Luis sentencia que «no ha llegado la paz, ha llegado la victoria». Lo que ocurrió en el 39 no fue una firma de armisticio acordado, sino un bando ganador sometiendo a otro derrotado, y él puede ser uno de los que sufra esa victoria. Otra escena entre Julio y Manolita, por ejemplo, también sale a la calle y ocurre en plena cuesta de Moyano, donde ella busca obras de teatro para practicar.

La historia, por otra parte, no contiene nada extremadamente malévolo: nadie ha de vender su virginidad por un plato de lentejas (del que luego roben siete cucharadas siete personas diferentes) ni nadie denuncia a su vecino ante rojos o fachas que lo torturen despiadamente, ni nadie pierde a un bebé por inanición. Sí que algunos personajes mueren, pero de ellos el más importante para la historia es únicamente Julio, el inseguro buscador de empleo, que tras acabar casado con Manolita, como buscaba (aunque con hijo postizo, fruto de una relación de ella con un oficial republicano también muerto), pierde la vida en un bombardeo. Manolita, sin comerlo ni beberlo, se ha quedado dos veces viuda en dos años, con un crío a cuestas y menos de veintiún años de edad. Difícil va a tener lo de ser artista, como muchos otros españoles van a encontrar dura su vida a partir de entonces.

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