Robert de Niro y Meryl Streep, en Enamorarse.
No me gustó nada Titanic. Más que nada, porque el final me pareció tan aborrecible y tan abominable como la canción de Celine Dion con la que nos torturaron a finales de los 90. Como han pasado lustros desde que reventó las taquillas voy a destriparla, aunque me da que más de un postmilenial no sabrá a qué película me refiero, a pesar de que en las redes sociales aparece bastante estos días porque los productores de Titanic están proclamando que ya podemos celebrar el 25º aniversario de la película con una edición remasterizada en 3D y formatos especiales.
Y todo esto viene a cuento de mí. Quiero hablar de mí, aquí, aunque no proceda. Quiero escribir sobre el amor. El amor verdadero. El que te evade de esta existencia mezquina. Qué grande fue Cernuda, por cierto. Mi nombre nunca ha estado mejor acompañado:
«Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero».
Esos leños perdidos trituran el tablón de Titanic, lo convierten en astillas. El amor verdadero. Nada más importa. Quien lo probó, ya sabéis, lo sabe.
Y ahora que nuestro mundo no existe, ahora que estoy sola, yo intento no ahogarme, estoy encaramada o encamada en un iceberg que se desprendió del continente hace ya demasiado, no sé si chocará con un Titanic ni me importa, un iceberg que se hunde a la deriva o arrastrado por las corrientes marinas, qué sé yo, no navego, no busco un barco ni una tripulación ni un capitán, sólo me hundo en mi iceberg, sólo te busco a ti, aunque aquí en el iceberg, encerrada en mi casa, sola, este domingo, nunca te voy a encontrar y tampoco vas a llamar a mi puerta. Ay, cuánta soledad tengo de ti, vida mía, tierra mía, este iceberg debería seguir donde estuvo, donde tanto tiempo y tan bien estuvo, vida mía.
Estas líneas podría llenarlas de pena y amor, con letras de Víctor Manuel, podría cantar sólo pienso en ti, y añadir sola, sola sólo pienso en ti, estoy sola y pedo, demasiados cubatas de ron. Pero voy a parar de dar el cante, y de dar pena. He decidido que tengo que dejar los cubatas, como te dejé a ti, y seguir viviendo. He decidido cambiar de vida, cambiar de aires, cambiar de amor. Quiero mirar y que me miren cómo se miran Meryl Streep y Robert De Niro en la escena final de Enamorarse: enamorados, de nuevo spoiler.
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