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'Larva', una experiencia "carnovelesca" - Zenda
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‘Larva’, una experiencia «carnovelesca»

Todo parece comenzar donde debiera concluir, en los llamados postismos, esa insulsa justificación apoyada en la simple suma de un prefijo más un sufijo que poco o nada han de significar (ni chicha ni limonada). En ese sentido, alguien simplificó las cosas definiendo la obra de Julián Ríos como postmodernista. Y fundido en negro. Se...

Para los ocultistas medievales, primogénitos del latín, larva significaba fantasma, y aún cosas peores. La ciencia, que todo lo renombra, utiliza el término para definir la vida postembrionaria de algunos animalejos parientes de aquel Gregorio Samsa. Para mí, que sobrevivo ubicado fuera de todo orden, la palabra «larva» (palarva) me lleva a la nostalgia por la simple razón de que en su día me mantuvo absorbido entre los vericuetos de un libro enorme y esperanzador, divertido abracadabra de sorprendentes propuestas.

Todo parece comenzar donde debiera concluir, en los llamados postismos, esa insulsa justificación apoyada en la simple suma de un prefijo más un sufijo que poco o nada han de significar (ni chicha ni limonada). En ese sentido, alguien simplificó las cosas definiendo la obra de Julián Ríos como postmodernista. Y fundido en negro. Se impuso el silencio.

Aquello que se sale de la norma convencional y groseramente comerciable es apartado al rincón de los olvidos, cuando no al menosprecio, con la osada subestimación que crece a partir de la apatía y el despecho. Víctima de ello viene siendo últimamente la literatura que, como señaló Juan Goytisolo, ha de perseguir «la exploración de territorios desconocidos de la realidad».

"En resumidas cuentas, me viene a la mente el oxímoron que de un tiempo a esta parte ocupa mi pensamiento: lo moderno, en términos de innovación, está anticuado"

Lo cierto es que la literatura se halla atrapada en un único tiempo: el presente indefinido —tiempo inane, lo vistan como lo vistan—, lo que conduce a la exaltación desmesurada de un realismo banal y sin complicaciones, cuando éste no es sino la mera imitación («No copie la realidad, invéntela», le dijo Joyce a una joven Djuna Barnes), despreciando el aprovechamiento de las múltiples posibilidades que, en nuestro caso, ofrece el castellano en tanto herramienta literaria, para lo cual —a mayor bochorno nuestro— se cuenta con una tradición exuberante, habiendo dado a las letras universales la novela más heterodoxa, en tanto cajón de sastre, e irreal, fuente de toda novela imaginativa y rompedora; es decir, moderna. Hablo, claro está, de Don Quijote. Si Julián Ríos dice que el futuro de la literatura está en su pasado, yo añado que el futuro de la novela está en Don Quijote. Podríamos continuar el itinerario a través de esa cara B de la literatura hispana con las siguientes hijuelas: Góngora (y no solo pienso en el poeta, ahí queda como digna muestra en prosa su epistolario), Sor Juana Inés de la Cruz, Torres Villarroel, Ros de Olano, Luis Martín Santos, Torrente Ballester, Juan Goytisolo, Cristóbal Serra, Aliocha Coll, Miguel Espinosa…; o los hispanoamericanos Juan Emar, Ezequiel Vieta, Macedonio Fernández, Lezama Lima, Julio Cortázar, Cabrera Infante, Mario Levrero, Salvador Elizondo, Saúl Yurkievich, etcétera. Ellos, junto a Ríos, vienen a demostrarnos que el mal llamado experimentalismo (por muchos identificado erróneamente con la modernidad literaria, por lo que les propongo que se acerquen a El sueño de Polífilo, hermoso libro aldino de finales del siglo XV, cuya autoría, atribuida a Francesco de Colonna, ya es en sí misma un bello artificio literario) efectivamente es homologable en castellano, en contra de lo que se suele publicitar. Sin embargo, obsérvese que la mayoría de los citados actualmente apenas tienen presencia en los catálogos vigentes de las editoriales, por no hablar de los escaparates de las librerías, donde antes encontraremos los Juegos Reunidos Geyper que un ejemplar de Larva.

En resumidas cuentas, me viene a la mente el oxímoron que de un tiempo a esta parte ocupa mi pensamiento: lo moderno, en términos de innovación, está anticuado, y lo mismo da que apuntemos a la literatura que al cine, la música o las artes plásticas. Y diciendo «moderno» quiero decir innovador —o alternativo— en el mejor sentido de la palabra. Es decir, «comprender con Cervantes —nos emplaza Milan Kundera en su libro El arte de la novela— el mundo como ambigüedad».

"Larva fue la última polémica literaria a nivel nacional, y esa clase de debates se echan mucho en falta. Por desgracia, no hubo más"

Dicho lo cual, debemos felicitarnos y celebrar por todo lo alto el hecho de que la editorial Jekyll & Jill haya decidido reeditar Larva, de Julián Ríos, casi cuarenta años después. Ojalá despierte, esta reedición, al menos el mismo interés y, por qué no decirlo, el mismo revuelo que levantó la primera allá en 1983, cuando Llibres del Mall publicó, para iniciar el ciclo, Larva, Babel de una noche de San Juan, que, por otro lado, ya venía dándose a la imprenta por capítulos sueltos —lo mismo que Ulises—, desde unos diez años antes, en revistas que han dejado huella, tales como Espiral, Vuelta o Syntaxis. Yo mismo publiqué mi primera reseña de Larva en otra revista de imborrable recuerdo: Los cuadernos del norte.

Revuelo del que con toda modestia confieso haber participado en primera línea, lo cual demuestra que por aquel entonces la literatura aún representaba un elevado leitmotiv en la vida social. Resulta que dos años después, en 1985, la misma editorial de Ramón Balasch, Llibres del Mall, tuvo la feliz iniciativa de publicar Palabras para Larva, hermoso libro que provocó el más (in)sano debate sobre la obra de Ríos (novela-Ríos) y, ya puestos, en torno a las vanguardias y la «otra» literatura, provocando una suerte de encarnizada guerra civil entre barojianos y joyceanos (dos estilos entonces muy en boga). Yo tuve claro, y lo mantengo, mi bando preferido.

Me cupo el honor de haber sido invitado por los coordinadores del libro (Andrés Sánchez Robayna y Gonzalo Díaz-Migoyo) para aportar al mismo mi trabajo “Larva, la nocturna Babel carnovelesca”. De aquella yo era muy joven y verme públicamente situado en ese bando, junto a Juan Goytisolo, Rafael Conte, Emir R. Monegal, Severo Sarduy, Saúl Yurkievich, Haroldo de Campos, Jiménez Losantos y otros pobladores de mi particular santuario literario me colmó de orgullo y me dio ánimos y razones para enfrentarme a aquellos que me acosaban, y acusaban, con la monserga de «Ese libro es ilegible». A estos yo les respondía maquinalmente: «No, este libro es elegible», ya que pude sentir que no era a mí a quien semejantes insolentes acusaban taimadamente de impostor, sino a los antes citados, lo cual me tranquilizaba y afianzaba mi posición. Como si la literatura no fuese un juego de imposturas.

Larva fue la última polémica literaria a nivel nacional, y esa clase de debates se echan mucho en falta. Por desgracia, no hubo más.

En cuanto a la novela (en desarrollo), Ríos nos mueve por un Londres íntimo de la mano de un personaje que encubre al autor, me refiero a Herr Narrador, o Don Nadie (carnalicuación del clásico narrator absconditus), quien nos cuenta las peripecias, antes verbales que meramente anecdóticas, de dos personajes que a su vez se inventan otros dos que son quienes actúan como guías del lector. Me refiero a Milalias (mil alias) y Babelle, o Don Juan y La Bella.

"No me cabe duda de que el mayor logro de una obra literaria es abrir puertas y ventanas para permitir que nos acaricien las brisas de la literatura"

Seguimos a dos amantes en la noche alocada de una ciudad tan íntima como universal; una noche que al mismo tiempo se divide en las mil y una noches carnavalescas, o carnovelescas (carne de novela), que caben en nuestra imaginación pasajera. El cuento se ilumina bajo la polisemia íntima y juguetona de las palabras a partir de sus múltiples significados —incluidos calambures, retruécanos, paronomasias o aliteraciones—, como si se tratara de auténticas piezas de un rompecabezas llamado lenguaje que aquí funcionan tal que las bombillas multicolores de un tiovivo en la noche (noche de solsticio en Londres), con sus destellos y nuestra melancolía a flor de piel. Y en medio de esa vorágine verbal, nos sopla y resopla en la nuca desde Don Quijote hasta Martial Canterel, desde Don Juan hasta Ezra Pound (Poundemonium es el título del libro continuador), desde La Eterna macedoniana hasta el más genuino James Joyce. Novela —no vela— poliédrica, polisémica y polémica como hay pocas. Igualmente, nos acompañan Rabelais, Sterne, Swift, Jean Paul, Carroll, Mallarmé, Roussel, Döblin, Céline, Queneau, el lector, el autor y el requeteautor, el impostor, el payaso, el sexo y hasta la madre superiora si es menester. Y a coger el trébol en la noche de San Juan.

Porque Julián Ríos es lo que Hrabal, otro cervantino, llamaba un parlanchín (en el mejor sentido de la palabra); es decir, «esa gente que, gracias a su locura, se trasciende a sí misma a través de la experimentación».

En fin, se pueden decir tantas cosas mientras haya palabras…

No me cabe duda de que el mayor logro de una obra literaria es abrir puertas y ventanas para permitir que nos acaricien las brisas de la literatura, o dicho desde una perspectiva personal, que cuando leas te entren unas ganas locas de ponerte a escribir. Y en ese sentido Larva facilita mucho la recreación, doy fe. Eso sí, partiendo de la principal condición que ha de asumir su lector: el fetichismo.

"No sería poca cosa lograr que, como se logró en 1983, hablemos de literatura"

Entregados, pues, a la «palabra bisagra», nos adentramos en la fiesta del verbo y la máscara: la novela verbal hecha carne; o sea, el fruto carnovelesco. De modo que de la mano de Julián Ríos, y de tantos otros, muchos sin proponérselo, miramos de reojo hacia Joyce y pasamos con alegría a formar parte de la cofradía del Wake.

En definitiva, gracias a Jekyll & Jill hemos recuperado una rejuvenecedora y, sobre todo, esperanzadora sensación de que lo bueno y arriesgado prevalece, como lo demuestra el paso que ha dado la pequeña editorial zaragozana. No sería poca cosa lograr que, como se logró en 1983, hablemos de literatura, más aún si lo hacemos atrapados en este jodido presente. No olvidemos que, según el aviso de Verlaine, todo lo demás es literatura.

Que lo extraordinario aspire a la normalidad es un ejemplo de perfección. Lo es el mar, y si no que alguien venga y mejore este verso de Paul Valéry:

«La mer, la mer, toujours remommencée».

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Autor: Julián Ríos. Título: Larva. Editorial: Jekyll and Jill. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

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Fernando Fonseca

Tiene publicadas las novelas 'El mirlo y la boa', 'Palabras de cocaína', 'Los días de la pereza', 'La agonía del pez tarado', 'Apabullante silencio extranjero', 'Pequeño laberinto armónico'; los libros de ensayo 'La voz geométrica' y 'Pabellón de eternos' (premio de la Crítica de Asturias, 2006); la obra de teatro 'Amanece en Praga'; el poemario 'Años de vida' y el libro de relatos 'Cuentos de Ciudad Ajada'. Ha participado en libros colectivos entre los que cabe destacar 'Palabras para Larva' (Llibres del Mall, 1985), 'Cuéntame un cuento', 'Cien años después', 'Palabras con Ángel', 'Ovetensia', 'Ulises redux' y un largo etcétera. Igualmente ha publicado artículos en prensa (El País, Diario 16, La Nueva España, El Comercio, La Voz de Asturias, etc.) y revistas (Los Cuadernos del Norte, Zenda, Ábaco, Rey Lagarto, La Ratonera, etc.) fernandofonseca.com

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