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Lars Mytting: “Escribir está unido al acto de sobrevivir” - Zenda
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Lars Mytting: “Escribir está unido al acto de sobrevivir”

A Lars Mytting (Noruega, 1968) le falta media falange del índice: el dedo sinfónico, un apéndice imprescindible para puntuar. Ocurrió mientras cumplía el servicio militar. Entonces tenía 21 años, también varias libretas con notas. Estaba ajustando una motocicleta cuando una de las aspas del motor en marcha le rebanó el dedo. “La primera cosa que...

A Lars Mytting (Noruega, 1968) le falta media falange del índice: el dedo sinfónico, un apéndice imprescindible para puntuar. Ocurrió mientras cumplía el servicio militar. Entonces tenía 21 años, también varias libretas con notas. Estaba ajustando una motocicleta cuando una de las aspas del motor en marcha le rebanó el dedo. “La primera cosa que pensé fue: ¡Esto no puede ocurrir, lo necesito para escribir!”. Han transcurrido treinta años y varios libros desde ese entonces. La escritura, ya se sabe, cicatriza con más fuerza que cualquier otra parte del cuerpo. Es hermana de la supervivencia. Del que vive para contarlo.

Lars Mytting habla de estas cosas sentado en un sofá que a él le queda pequeño. El escritor mide algo más de un metro noventa. Tiene el aspecto de un leñador, acaso porque todo en él guarda relación con los árboles. O eso le da por pensar a quien ha leído su Libro de la madera (Alfaguara), un dietario casi metafísico del acto de serrar. Sea en aquellas páginas o las que continuaron, algo siempre condujo a Mytting a los bosques, esos lugares de los que él extrae todas las metáforas posibles, la más reciente de ellas su novela Los dieciséis árboles del Somme (Alfaguara).

Todo comenzó en Elverum, una ciudad a 140 kilómetros de Oslo, donde Mytting conoció a un anciano enfermo de los pulmones. Cada mañana el viejo se levantaba a cortar trozos de leña, pedazos de madera que debían secarse durante meses para alimentar el calor de la chimenea. Quizá no viviría para verla arder, pero aquel hombre igual se ponía de pie sólo para cortarla: el lento proceso de crear un fuego. Fue a partir de ahí cuando Lars Mytting se dedicó a estudiar y escribir lo que la madera significa en la vida de quienes la apilan y preparan. Ese acto de propiciar el calor. De preparar el lugar de la casa donde se cuentan las historias.

Guarecerse. Reunirse ante las llamas. Buscar el origen. Contar y contarse. Esa es la idea fuerza que empuja las páginas de Los dieciséis árboles del Somme, una novela que ilumina el largo proceso que impulsa a Edvard, el protagonista, quien decide indagar un hecho crucial en su historia y la de su familia: la muerte de sus padres. Ambos fallecieron en 1971, luego de pisar una vieja granada en el antiguo campo de batalla del Somme, escenario de uno los episodios más cruentos de la Primera Guerra Mundial, y en el que se habían adentrado para buscarlo. Edvard, que apenas tenía tres años cuando ocurrió todo, apareció cuatro días más tarde en un pueblo a kilómetros de distancia. Algo que él ignoraba hasta la llegada de un objeto. Uno solo.

"En Lars Mytting todo va hacia la madera y proviene de ella. El bosque del Somme o el propio, ese sitio del que alguien extrae lo que arderá, lo que dará luz a aquello que ignoramos."

Edvard, que ha crecido con su abuelo Sverre en una solitaria granja escandinava, recibe un día un ataúd destinado a su abuelo, una espléndida pieza de carpintería tallada en madera de abedul. El muchacho intuye que es obra del hermano de Sverre, Einar, de quien se perdió el rastro hace tiempo tras abandonar a su familia rumbo a Francia. En la búsqueda desesperada de un posible vínculo entre este nuevo misterio y la muerte de sus padres, Edvard emprende un viaje que lo lleva al pasado y a los hechos que determinaron su vida y la de quienes le antecedieron. Una preciosa historia del origen que conduce al acto primigenio de cortar esa leña necesaria para reunirse ante el fuego, el lugar donde hombres y mujeres se cuentan lo importante. Por eso en Lars Mytting todo va hacia la madera y proviene de ella. El bosque del Somme o el propio, ese sitio del que alguien extrae lo que arderá, lo que dará luz a aquello que ignoramos.

 

Un bosque como punto de partida, otra vez. ¿Qué tiene usted con los árboles?

—A veces en la composición de una historia algunos elementos encajan mejor que otros. Y sí, en esta novela este bosque extraño y misterioso es importante. Ahí es donde ocurren los episodios que afectan a varias generaciones de una misma familia. Es el foco central de esa historia.

—Comencemos de nuevo. El bosque del Somme… ¿un thriller, una memoria familiar o una historia sobre la verdad?

—Me gusta la idea de que esta novela pudiese leerse en clave de misterio o thriller, porque es uno de los factores esenciales: ¿qué ocurrió en el pasado y cómo llegar a descubrirlo? Creo, por encima de todo, que es una historia sobre la forma en que alguien busca la verdad de una familia. Ese individuo que se planta ante lo que no conoce y se pregunta: ¿sería la misma persona de haber sabido lo que ocurrió con mis padres? ¿La vida habría sido distinta de saber esto o aquello? Esa es la clave.

—Los padres del protagonista mueren a causa de una bomba no desactivada. ¿Qué papel juega lo irresuelto, mejor dicho, el azar de lo irresuelto?

—Un incidente que ocurrió en la guerra y que tiene lugar como accidente años después en un bosque. Ese episodio encierra algo de extraño. Lo cierto es que a muchas personas les pasó lo mismo. Cientos de hombres y mujeres murieron de esa forma. En esta novela ese hecho supone el germen de una inmensa curiosidad sobre cómo algo que ocurre en el pasado continúa afectando a alguien. Implica cómo un episodio y las emociones que desencadena forma parte de la vida de alguien.

¿Esta historia es suya? ¿Ocurrió en su familia?

—No del todo. La historia del fabricante de muebles guarda similitud con la de mi abuelo. Pero él nunca fue a Francia. Él era un maestro carpintero. Murió cuando yo tenía tres años. Siempre fui alguien curioso. A medida que crecí, me di cuenta de que no sabía nada de su vida. Todo cuanto conocía de él eran aquellos muebles que él fabricó. Eso aparece en este libro para abordar hasta qué punto los objetos dejan memoria de la historia y la creatividad de alguien. Y es ahí donde la madera de la que hablabas antes entra en acción.

"Los árboles son individuos distintos a los humanos, es cierto. Pero con ellos hacemos muebles o cosas que conservan la personalidad o los rasgos que tuvo ese árbol. Un ser vivo, transformado en algo más."

—¿Reconstruye las historias de las personas como si leyera los anillos del tronco de un árbol?

—Pues sí. Con los árboles y las personas ocurre algo parecido. Los árboles son individuos distintos a los humanos, es cierto. Pero con ellos hacemos muebles o cosas que conservan la personalidad o los rasgos que tuvo ese árbol. Un ser vivo, transformado en algo más. Las historias de las personas no son muy distintas en ese sentido: en ocasiones llegamos a conocerlas por los objetos que dejan atrás.

—Toda historia humana, ya ve, tiene algo de bosque. Muestra el conjunto y oculta el detalle.

—La situación más difícil y a la vez la más hermosa está dentro de esos árboles que forman el bosque. Crecen muy lentamente, desarrollan patrones. Y ahí es donde puedes conseguir la conexión de la que hablábamos entre el bosque y la madera. El conocimiento sobre esa madera cobra vida en el libro. En ese sentido, sí: la madera es un personaje del libro.

—El abuelo, contrapuesto ante su hermano, retrata un héroe y un antihéroe. ¿Qué importa aquí: los hechos o los motivos detrás de ellos?

—Una de las cosas que quise retratar a través de la relación entre estos personajes radica en el hecho de que no podemos juzgar a alguien sin mirar el conjunto. El abuelo, que comienza con una historia muy oscura con los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, termina convirtiéndose en el hombre más entrañable y amoroso.

"Lo que me gusta del protagonista es que trata de entender el valor completo de cada persona. Incluso llega a decir que no se ve capaz de juzgar a un alemán por su uniforme, porque hay un ser humano más allá."

—Ya, pero él es incapaz de perdonar a su hermano y viceversa. ¿En las familias, como en las guerras, los agravios no prescriben? 

—Eso es producto de un enfrentamiento. Una guerra en la que ambas partes se oponen con fuerza. Sin embargo, lo que me gusta del protagonista es que trata de entender el valor completo de cada persona. Incluso llega a decir que no se ve capaz de juzgar a un alemán por su uniforme, porque hay un ser humano más allá. Y no sé hasta qué punto la novela llega al fondo de ese mecanismo. Lo que sí puedo decir es que lo usa como motor para acrecentar el misterio que intenta desentrañar y su reflejo en la naturaleza de las relaciones humanas.

—Las familias han servido a la literatura como metáforas de lo colectivo. ¿Es ésta una historia de Europa a través de las generaciones de una misma familia?

—Aquí hay un triángulo: Francia, Inglaterra y Noruega, países que no están tan directamente conectados si los comparamos con Alemania y Francia. Lo que me gusta es la visibilidad que adquiere el hecho de que una sola familia estuviese marcada por un episodio que ocurrió en los años sesenta y que a su vez provenía de décadas atrás en el tiempo. Toma tantos años que esos procesos surjan… Recogí muchas cartas de familias europeas que presentaban la misma complejidad: un individuo al que le ocurrió un hecho que años después afectó al resto. Las dos guerras mundiales y lo que ocurrió en ellas tuvo un impacto que aún no entendemos dentro de la historia de Europa: desde lo político y lo diplomático hasta lo humano. Sí, por la guerra alcanzamos un Tratado del Acero, pero hay un nivel mucho más azaroso y complejo

—Su narrativa de ficción es parsimoniosa, se recrea en los detalles. ¿Enlentece para exprimir belleza? ¿Está lo hermoso, lo cierto, en el detalle?

—Debo decir que, en mi vida real, no me gusta pasar mucho tiempo en un mismo lugar, prefiero moverme. Ver cosas distintas. En cambio, cuando escribo tiendo a concentrarme en los detalles, en las escenas.

—Sobre la idea del detalle, ¿cuál libro escribió primero, el de la madera o este?

—Esta novela la escribí tres años después de El libro de la madera. Demoré dos años escribiendo aquel libro y tomé tres más para este.

—Su Libro de la madera es no ficción, casi periodismo. Sin embargo, ¿existe alguna relación causa-efecto entre esta novela y aquel libro?

—Esta novela vino a mi mente cuando todavía era muy joven. Está basada incluso en notas que conservo de cuando era adolescente. Siempre he sido capaz de identificar mis límites en la escritura y sabía que necesitaba tiempo para escribirla.

—Se lo tomó, sin duda.

—Sí… Deseaba que existiera un contraste deliberado. Uno de mis grandes temores era: si este libro no funciona seré visto como el leñador que intentó escribir una novela —Mytting ríe—. De verdad estaba preocupado al respecto.

"Dejé por completo El libro de la madera, incluso la promoción, para centrarme en este. De hecho, uno de los títulos que pensé para esta novela era algo así como La llama encendida."

—¿Tanto así?

—Hasta cierto punto. Dejé por completo El libro de la madera, incluso la promoción, para centrarme en este. De hecho, uno de los títulos que pensé para esta novela era algo así como La llama encendida. ¡Era imposible usarlo! Resultaba paradójico con respecto al anterior. Es así —Mytting vuelve a reír, y con él quien escucha—.  Lo digo en serio.

—¿Este libro se inscribe en la tradición de la familia como tema literario?

—Sí, pero no en el sentido de intentar explicar cómo nos moldea una familia. Es otra cosa. Tiene más que ver con cómo los mecanismos de la curiosidad recomponen la historia familiar. La gran fuerza de esta historia la encierra esa idea sobre cuáles nos enteceden. Los humanos somos extraños. Podemos sentir pena o arrepentimiento por cosas que ocurrieron siendo muy pequeños, y sin embargo ese sentimiento forma parte de nuestra esencia. El libro no intenta decir que debamos saberlo todo, intenta explicar cómo a veces es necesario conocer esos episodios para dejarlos atrás.

—Escribir es tomar decisiones. ¿Por qué seguimos escribiendo y leyendo?

—Las historias forman parte del mecanismo de supervivencia de los seres humanos. Contarlas, creer en ellas, transmitirlas. Si retrocedes en el tiempo, cuando no existían sociedades ni libros, cuando estábamos en una cueva, ya existían las historias. Era lo que teníamos para construirnos.

"Tenían que dejar la seguridad de la cueva y salir a buscar esa madera. Al volver con ella tenían algo que contarse: la aventura y el peligro de aquella expedición."

—¿Podría ser más concreto?

—Piensa en un lugar frío. ¿Qué podía hacer un grupo de humanos? Pues quemar madera para calentarse. Tenían que dejar la seguridad de la cueva y salir a buscar esa madera. Al volver con ella tenían algo que contarse: la aventura y el peligro de aquella expedición. Eso era lo que relataban al mismo tiempo que quemaban esa madera para calentarse. Esa es la historia de Europa, de la humanidad. Si no regresaban es porque morían. Pero volvían.

—Y lo contaban…

—Claro. Sobrevivir a lo desconocido forma parte del acto de contar historias, de escribir. Es un conocimiento que se transmite. Si traduces ese mecanismo de la cueva, verás que eso es lo que nos hizo capaces de construir sociedades. El acto de narrar, de escribir, está muy unido al acto de sobrevivir. Cualquier experiencia es valiosa dentro de esa dinámica. Por eso genera alivio encontrar una historia que nos toca íntimamente. Nos ayuda a construirnos. No somos conscientes de eso cuando nos sentamos ante un teclado a escribir eso, pero esa es la fuerza que nos impulsa.

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Karina Sainz Borgo

Periodista y escritora. Siente debilidad por los paquidermos, Fante y Flaubert y cree, firmemente, en la resurrección futbolística de Guti. Trabaja en ABC. @karinasainz · mypublicinbox.com/karinasainz Ha publicado las novelas 'La hija de la española' (Lumen) y 'El tercer país' (Lumen), así como 'Crónicas barbitúricas' (Círculo de Tiza) y más recientemente 'El doctor Schubert' (Lumen). Su obra ha sido traducida en más de 30 idiomas.

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