Es difícil adjetivar esta película. No siempre pasa, y eso no es bueno ni malo. A veces ocurre que llegan los títulos de crédito y ya tienes en la cabeza dos o tres palabras, quizá una frase, acaso un párrafo entero que crees que define la obra que acabas de ver. Sin embargo, muy de vez en cuando, se te queda pegada una sensación que te acompaña a casa y no logras definir.
De tener que poner la mano en el corazón, diría que la película provoca malestar y un runrún que se enquista en tu cabeza durante horas. Pero temo que esto pudiera alejar a más de un lector que quizá está pensando en verla. Nada más lejos de la realidad y de mi propósito. En esta ocasión, dichas sensaciones son tomadas por buenas: señal de que la obra es certera y tiene trascendencia.
Esto queda bien claro desde el principio. Una música angustiosa que envuelve al espectador en un prólogo muy poco moderno (aunque efectivo), y el nudo en el estómago ya se queda durante los poco más de cien minutos que dura.
El visionado de La zona de interés es una experiencia cinematográfica en mayúsculas. En otras palabras, cumple con su cometido en la oscuridad y la gran pantalla, pero verla dentro de unos meses en la televisión de casa, no sé yo… creo que en dicho contexto se pierde parte de la garra; entonces puede haber quien crea que está ante una película vacía y carente de energía. Su estilo es muy observacional, y claro, esto no se aguanta igual en la sala de estar con el móvil siempre tentando desde la mesita que en el paréntesis que permite (y debería exigir) una sala de cine. Todo esto para llegar a una recomendación: si te llama la atención, ve a verla al cine, no esperes al streaming o formato físico.
¿De qué va? El comandante de Auschwitz y su esposa se esfuerzan en construir una vida de ensueño para su familia en una casa con jardín al lado del campo de concentración y exterminio.
La zona de interés es el nuevo hijo fílmico del peculiar e interesante Jonathan Glazier. Una vez Sidney Lumet dijo algo así como que un director no debía tener estilo sino que debía adaptar su visión a la historia que fuera a contar. Y esto se adecúa al cineasta inglés. Uno nunca sabe qué encontrará en la pantalla al ver una película suya, y este es quizá el mayor elogio que se le puede hacer.
En esta ocasión nos sorprende con una mirada muy desapegada. Permite al espectador ser testigo de los acontecimientos, pero no lo hace partícipe. Tal vez porque los protagonistas son nazis. Nazis muy convencidos, valga la redundancia. Y esto provoca mucha extrañeza en el espectador: estás casi dos horas viendo los vaivenes de una familia que, en el fondo, te cae mal y a la que solo deseas que le pasen cosas malas. No hay un resquicio para la empatía, ni por guion ni por dirección. Nada de nada. Se respira que ese es uno de los objetivos de los responsables de la película.
Aunque habrá personas que, precisamente por esto, no terminen de entrar en La zona de interés. El espectador que se acerque a ella buscando otra El niño con el pijama de rayas solo encontrará decepción. No es una obra tan convencional, tan emocional; estamos ante una película con un marcado carácter autoral.
Uno de los pilares fundamentales a la hora de hablar de este film es la edición de sonido (aunque esto es algo que solo importará a unos pocos). Qué bien te hace sentir allí, inmediatamente al lado de Auschwitz, pared con pared. Es de elogiar la ironía dramática de muchas escenas: en pantalla vemos imágenes familiares cotidianas y, de fondo, escuchamos todo el ambiente del campo de concentración. Claro, esto afecta irremediablemente al espectador, pero también a los personajes (solo a algunos). Está muy bien realizada toda esta labor, y se merece todos los aplausos del mundo.
Como también la violencia subterránea que atesora la película. No hay imágenes escalofriantes en pantalla, pero en el cerebro del espectador… ay, en el cerebro del espectador… todo esto hace que La zona de interés sea uno de los visionados más interesantes de la temporada. Ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes, y con razón.
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