«Violencia simbólica» es un término reciente: nació en 1994 de la mano del sociólogo francés Pierre Bourdieu. Pero la violencia simbólica siempre estuvo ahí y nos sigue acompañando. Lo hace cada vez que alguien cuenta un chiste sobre suegras y nueras o sobre gitanos. Está presente en el último videoclip de Rosalía o en las letras de las canciones de Maluma. También en la Biblia o en los libros de Manuel Vázquez Montalbán. La violencia simbólica tiene una función social importante: que quienes tienen el poder lo sigan ejerciendo.
Layla Martínez (Madrid, 1987) es autora de los ensayos Gestación subrogada (Pepitas de Calabaza, 2019) y Utopía no es una isla (Episkaia, 2020), así como de relatos y artículos que se han publicado en diversas antologías. Ha traducido ensayo y novela para diferentes sellos editoriales y escribe sobre música en El Salto y sobre series y televisión en La Última Hora. Desde 2014 codirige la editorial independiente Antipersona.
«A partir de la Edad Moderna, el patriarcado se recrudece. Esto se refleja muy bien en cómo evoluciona la figura de Eva dentro de la ideología católica. Eva pasa de ser un personaje de poca importancia a convertirse en la representación del Mal. La Edad Moderna fue mucho más terrible que la Edad Media en cuanto a represión clasista, machista y racial».
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