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La verdadera realidad - Eduardo Martínez Rico - Zenda
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La verdadera realidad

Esto me parece claro en El nombre de la rosa, película y libro, maravillosas las dos, pero de diferente manera y con lenguajes muy diferentes. Las historias también pueden tener lenguajes diferentes, como demuestran todas las modalidades que encuentran en nuestro mundo, desde la oralidad al texto, del texto a la radio, el cine o...

Ahora he vuelto a ver películas, bastantes películas, y eso me permite reflexionar sobre ellas, unir mi conocimiento libresco a otro tipo de conocimiento, en cierto modo más dinámico y vital, quizá más inmediato y fresco. Aparte de esto, detrás de toda buena película suele haber un libro, y una buena película muchas veces es la destilación de un libro, o de la historia de un libro.

Esto me parece claro en El nombre de la rosa, película y libro, maravillosas las dos, pero de diferente manera y con lenguajes muy diferentes. Las historias también pueden tener lenguajes diferentes, como demuestran todas las modalidades que encuentran en nuestro mundo, desde la oralidad al texto, del texto a la radio, el cine o la televisión. Ahora, intuyo, las series ofrecen un desafío nuevo, un campo nuevo, no tan nuevo, para escritores, directores, realizadores en general, gente de la imagen, del sonido y de las letras, siempre maleables, siempre versátiles, con un gran poder de profundidad, siempre eficaces, aunque a veces no lo parezca.

"Queremos que el libro nos aporte algo, que nos dé algo especial, seguramente algo que no está a nuestro alcance en nuestra vida corriente"

Y ha sido recientemente, viendo películas, que he caído en la cuenta de que gran parte de ellas son o bien sueños o bien pesadillas, con lo que conectan mucho más de lo que parece con nosotros y con nuestras vidas, con nuestros anhelos, con nuestros afanes, con nuestros deseos, con nuestros más íntimos proyectos o aventuras. Tenemos pues con un material muy íntimo, un material que se mueve a nivel onírico, si nos detenemos a reflexionar sobre ello. A nivel onírico y a nivel “real”, a los dos niveles, con toda la potencia que implica esa unión.

Muchas películas o son un sueño o son una pesadilla, y a veces pasan de lo uno a lo otro, o van y vienen de una noción a otra. Desde luego parece que el cine huye, o lo hace muy a menudo, de la cotidianidad, de la normalidad. El cine quiere mostrar lo diferente y hacerse atractivo por ello, por lo que dice, por el mundo que muestra y por las herramientas que utiliza, también por su lenguaje.

Lo habitual es que no veamos una película, no leamos un libro, para ver o leer lo mismo que vivimos todos los días. Queremos que el libro nos aporte algo, que nos dé algo especial, seguramente algo que no está a nuestro alcance en nuestra vida corriente.

El nombre de la rosa

¿Pero qué es la vida corriente? En verdad, ¿qué es la realidad? Ahora me paro a pensar, aunque sea un poco —quizá esto sea suficiente— en los planos de la realidad y la ficción, la imaginación, la fantasía, los mitos, por ejemplo.

Hace unos años, más de doce, le hice una entrevista al filólogo y escritor Carlos García Gual para la revista Época. Era una sección de entrevistas titulada “Diálogos”, que permitía profundizar en el personaje y en temas interesantes. Me acuerdo que García Gual, con cuya amistad hoy me honra, hacia el final de la entrevista contestaba lo siguiente. Hablábamos precisamente de la literatura, de los mitos, de los cuentos:

—¿Cómo sería la vida sin todo esto, profesor?

—Yo creo que una vida de niño sin cuentos, sin mitos, sin literatura, es una vida tremendamente empobrecida. La literatura es necesaria para darle a la vida una cierta calidad. Habrá gente que prefiera ganar dinero, dedicada a un oficio, y que no lea nada, pero yo creo que eso es un empobrecimiento de la verdadera vida, que es la vida de la fantasía y de la imaginación.

"Hay libros y películas que rondan mi memoria, que recuerdo especialmente y que me gusta revisitar de vez en cuando"

En esta “vida de la fantasía y de la imaginación” yo incluiría también el cine, y probablemente hoy también las series —terreno que no conozco mucho todavía—. Es decir, el fascinante mundo de la ficción, un mundo que, no olvidemos, dialoga con la realidad, lo que llamamos “realidad”, quizá por simplificar o para distinguir unas cosas de otras lo mejor que podemos.

Además, al fin y al cabo estamos hablando de algo muy similar. Películas y novelas, por ejemplo, son historias. Una película explicita en imágenes una historia, y concentra en hora y media, o dos horas, o no mucho más, lo que la novela contaría en cientos de páginas, o al menos en muchas.

¿Entonces cuál es la verdadera realidad? Hace poco, viendo estas películas, leyendo libros, escribiendo mis textos, me preguntaba si no sería todo ese mundo, y añado a eso el mundo de los sueños, la verdadera realidad, y que el mundo diurno, la cotidianidad, digamos, sólo lo viviéramos como un trámite para sostenernos, alimentarnos… y crear, vivir y crear el mundo de los sueños, en el sueño y en la ficción, que a la vez se crea a sí mismo.

Hay libros y películas que rondan mi memoria, que recuerdo especialmente y que me gusta revisitar de vez en cuando. El hecho de recordarlos, de diferente manera, sean libros y películas, me produce una honda satisfacción. Recordando estas obras recuerdo el pasado en sentido amplio, pero también mi pasado, el que más directamente me afecta, o el que viví yo más directamente.

Reflexiono, por ejemplo, a partir de la saga de La guerra de las galaxias. La guerra de las galaxias es un sueño, un mito, lo que Joseph Campbell llamaba «el sueño despersonalizado», un sueño colectivo que todos podríamos compartir, y puede que ahí radique uno de sus secretos. Él mismo lo llamaba “el mito renovado”, con lo que esto vendría a ser algo así como “el sueño de los sueños”, o “sueño renovado”, o “actualizado”. Por cierto que esto me recuerda, en una asociación mental, pero también literaria, poética, a Las mil y una noches. Alguna razón profunda puede o debe de haber para esta asociación.

Ando sobre la pista del tema de los sueños también gracias a un pequeño vídeo que he hecho sobre “el valor de Star Wars”, así lo he titulado, que me encargó Gorka Salgado Sautu, gran aficionado de la saga —muy activo aficionado, artífice de muchas actividades relacionadas con ella— para un montaje de vídeos que celebraron el 4 de mayo, día de La guerra de las galaxias, “May the fourth be with you”.

Hace no mucho me pregunté si no sería la verdadera realidad de los humanos el mundo de los sueños, y no el mundo “real”, lo que comúnmente llamamos mundo “real”. Ese mundo de los sueños lo constituirían nuestros sueños propiamente dichos, y también el mundo de la ficción, el mundo de las novelas, de los cuentos, de las películas, de las series… que por otra parte seguro que se alimentan el uno al otro, como seguro que ocurre con lo que llamamos “realidad”. Sería, pues, un triángulo mágico.

"En este caso Cenicienta es la princesa (Audrey Hepburn), y el “príncipe” es un ciudadano normal, un periodista en la ciudad de Roma, Gregory Peck"

El mundo de los sueños, por supuesto, como diría Campbell, sería también el de los mitos. Desde luego, lo que parece evidente es que hay un cruce entre esos dos mundos, ficción y sueños, tres mundos si incluimos la denominada “realidad”: un cruce y una fusión de los que somos resultado todos nosotros.

Así, veo estos días Vacaciones en Roma, producida y dirigida por William Wyler, y me recuerda a Cenicienta, que pertenece también a su manera al terreno de los sueños. Pero en este caso Cenicienta es la princesa (Audrey Hepburn), y el “príncipe” es un ciudadano normal, un periodista en la ciudad de Roma, Gregory Peck. Se ha dado la vuelta a la historia, pero quizá no deja de ser la misma historia, porque Audrey Hepburn se siente presa y desgraciada como Cenicienta, aunque sea princesa —precisamente por ello—, y Gregory Peck, aunque pobre y plebeyo, digamos, es joven, guapo y elegante. Y simpático e inteligente, por si fuera poco. La película, aparte, no deja de jugar el esquema, sencillo pero productivo, de la dama y el galán.

Los cuentos de hadas, y yo diría que los cuentos y las historias en general, nos están queriendo decir algo siempre, algo que no se percibe en la superficie; algo oculto o invisible pero de efectos poderosos. Algo trascendente. Pienso que ésta es también una razón por la que nos gustan los libros, leer en general, porque gracias a la lectura alcanzamos una gran profundidad y experimentamos vivencias, muy fuertes que paradójicamente no podríamos vivir en la vida real.

Creo que no me equivoco si digo que a la persona que le gusta leer casi todo se le antoja superficial, y me parece que es porque leyendo penetramos en aquello que leemos, y lo que leemos penetra a su vez en nosotros, directamente, sin fronteras, sin límites.

Así, veo que Vacaciones en Roma termina con la separación de Audrey Hepburn y Gregory Peck tras una recepción para la prensa en la misma Roma. Es un final realista para la época, supongo, aunque tal vez hoy la princesa se casaría con el periodista, como así ocurrió, a la inversa, con Felipe de Borbón y Grecia en España —hoy Felipe VI—, que se casó con la presentadora del Telediario y destacada periodista Letizia Ortiz Rocasolano.

"Porque al final, ¿qué es la Historia sino sueños e imaginación? ¿Y qué somos nosotros sino esto también?"

El cuento de hadas se ha instalado en la realidad, se ha hecho realidad. La sociedad en cierto modo lo ha adoptado, hasta el punto de que estas historias ya no llaman la atención. Hay un verso muy bonito de Joaquín Sabina que dice: “Las niñas ya no quieren ser princesas”. Sin embargo tal vez sueñen siempre con encontrarse con un joven como Gregory Peck en una ciudad hermosa y libre como Roma, plena de encanto. No les importará mucho que ese galán no sea un príncipe o que no posea riqueza ninguna, aparte de sus prendas personales, como ocurre con el periodista de la película, si la persona en concreto responde a sus sueños. Porque de sueños estamos hablando, y de realidades.

Y es seguro que los jóvenes de la edad de Gregory Peck en la película sueñan siempre con una chica como Audrey Hepburn, sea o no sea princesa, y un paseo en Vespa por esa ciudad que realmente, y sobre todo hoy, o al menos hace unos veinte años, cundo tuve la fortuna de visitarla… pertenece a los sueños y a la imaginación, un escenario imponente para la felicidad: Roma. Porque al final, ¿qué es la Historia sino sueños e imaginación? ¿Y qué somos nosotros sino esto también?

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Eduardo Martínez Rico

Nació en Madrid en 1976. Se licenció en Filología Hispánica en 1999 por la Universidad Complutense de Madrid, y se doctoró en Filología, por la misma Universidad, en 2002. Es autor de 17 libros publicados, de novela, biografía y ensayo. Entre sus obras se pueden citar las novelas históricas Cid Campeador y Fernando el Católico. El destino del rey, su ensayo La guerra de las galaxias. El mito renovado y su biografía Pedro J. Tinta en las venas. Ha sido profesor del Instituto de Empresa y de la Universidad de Mayores del Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras de Madrid (Literatura Española).

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