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La suerte de disfrutar - César Pérez Gellida - Zenda
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La suerte de disfrutar

En el caso de La suerte del enano tengo muy claro que ese objetivo primigenio era consustancial a la necesidad que sentía de volver a mis orígenes como escritor. Recuperar la esencia. Para ello, lo primero que tenía que hacer era identificar esas raíces que en su día arraigaron en un terreno desconocido para mí,...

Todo proceso creativo requiere de un chispazo que prenda la mecha. En el ámbito literario se trata de «eso» que hace estallar la trama. Suele tratarse de un propósito que intoxica la mente del autor y que funciona como factor desencadenante de otros; un fin entusiasta que agita la parte emocional y por el que merece la pena escribir o fracasar en el intento.

"La trama de La suerte del enano gira en torno a un robo magistralmente planificado que se complica desde el principio, provocando una concatenación de desgracias que no parece tener fin"

En el caso de La suerte del enano tengo muy claro que ese objetivo primigenio era consustancial a la necesidad que sentía de volver a mis orígenes como escritor. Recuperar la esencia. Para ello, lo primero que tenía que hacer era identificar esas raíces que en su día arraigaron en un terreno desconocido para mí, como era el de la escritura. Ese proceso de abstracción implicaba viajar hacia atrás en el tiempo —desnudo de egos y otras incómodas consideraciones—, a esos días en los que me sentaba frente al teclado de forma intermitente para encerrar en un papel las escenas que la noche anterior se habían proyectado dentro de mi cabeza. En aquel 2012 no me quedaba más remedio que convertirme en un experto ladrón del tiempo que anhelaba tener y no tenía para aporrear el teclado. Así, de un modo premeditado y alevoso, lo reconozco, empecé a acostar a mi hijo cada día un poco antes para disponer de algunos minutos más. Minutos que también robaba a mis horas de descanso, las cuales acabaron convirtiéndose en una especie en serio peligro de extinción. Qué más daba. Disfruta. Disfrutaba mucho. Tanto que no me percaté de que día tras día me estaba convirtiendo en un politoxicómano de la ficción, un tecladodependiente que no contaba con la posibilidad de meterme en vena lo que el cuerpo me pedía. Necesitaba más tiempo pero, para mi desgracia, cada jornada nacía condenada a existir solo veinticuatro horas. No me quedaba otra que decidir si merecía o no la pena dejar mi ocupación profesional como director comercial y de marketing para hacer del santo oficio de la escritura mi único empeño. En aquella balanza incluí muchos factores —positivos y negativos—, muchísimos, pero no recuerdo que hubiera ninguno de naturaleza material. Y de entre todos ellos, uno que ya he mencionado fue el que marcó la diferencia e hizo que el plato del «lo dejo todo» pesara más que el de «me quedo como estoy»: disfrutar. Realmente me lo pasaba en grande inventando una historia sobre la marcha cuyas piezas argumentales terminaban encajando en mi mente como si lo hubiera concebido de antemano. Magia. Me propuse entonces hacer lo posible para lograr que ese disfrute se convirtiera en mi ocupación profesional, y con el tiempo lo conseguí.

Por lo tanto, si era evidente que mi esencia estaba relacionado con disfrutar lo que debía hacer era identificar los ingredientes que conformaban el guiso y cocinarlo de nuevo.

Listado de la «compra»:

—Crear una trama robusta.

—Interpretar personajes potentes.

—Engañar al lector.

—Moverme con soltura por el escenario.

Al lío.

La trama de La suerte del enano gira en torno a un robo magistralmente planificado que se complica desde el principio provocando una concatenación de desgracias que no parece tener fin. Desgracias que afectan a los personajes, por supuesto, pero que también arrastran al lector obligándole a leer la siguiente escena aunque sepa que debería dejarlo por hoy. Lo reconozco, tenía muchas ganas de perpetrar un robo de estas características y sumergirme en el oscuro y poco conocido mundo delictivo que hay detrás de las obras de arte. Documentarme no ha sido sencillo, pero el objetivo merecía mucho la pena.

"Confío ciegamente en que las sorpresas y giros de guión que les esperan a los lectores les dibujen una sonrisa en la boca"

Meterme bajo la piel los personajes que la protagonizan suponía un reto. Sara Robles, inspectora del Grupo de Homicidios de Valladolid, tiene problemas con una adicción que no es capaz de controlar y que le afecta tanto en lo personal como en el plano profesional: el sexo. Ello, sumado a otras circunstancias adversas que van surgiendo, le dificulta, y mucho, estar al frente de la investigación de un caso que, lejos de controlar, converge en episodios cada vez más violentos. Enfrente, el Espantapájaros, un experimentado ladrón de guante blanco y corazón negro con una más que llamativa morfología y las ideas muy claras: no permitir que nadie se interponga en su camino. Ni siquiera cuando se trata de un grupo perteneciente al crimen organizado ruso asentado en la Costa del Sol. El resto de personajes completan un elenco muy especial, diría que inédito en mi carrera, con el que  —estoy convencido de ello—, los lectores van a empatizar de un modo u otro.

Jugar con el lector siempre ha sido uno de mis objetivos principales. Interactuar con él desde la distancia mediante el uso de la palabra, atraer su atención por caminos que no llevan a ningún sitio, hacer que formule hipótesis equivocadas hasta lograr que la trama le explote en la cara, haciendo que crezca su animadversión hacia el autor. No voy a desvelar nada al respecto, pero confío ciegamente en que las sorpresas y giros de guión que les esperan a los lectores les dibujen una sonrisa en la boca, o, por qué no, destapar el tarro de los insultos hacia el autor.

Por último —aunque bien podría ser lo primero—, si algo tengo claro sobre mis orígenes es que el hecho de encuadrar la acción en Valladolid funcionó entonces como catalizador. Regresar a mi ciudad natal tras cuatro años, cuatro novelas y dos audiolibros de ausencia se había convertido en una necesidad. No hay lugar del planeta en el que me sienta más cómodo, lo cual, como impulso atávico que diría que es, tiene su paralelismo en mi proceso creativo. Hoy estoy convencido de que esta historia no podría haberse encuadrado en otro lugar porque, precisamente, pertenece solo a este lugar. Recorrer el alcantarillado de Valladolid de la mano de la Unidad de Subsuelo del CNP fue una experiencia única que espero no repetir, pero que aportó un sabor, digámoslo así, distinto. Recorrer de nuevo sus calles respirando aire no viciado, y visitar una y otra vez las salas del Museo Nacional de Escultura planificando el robo llenó mis depósitos de combustible para afrontar una novela con una estructura tan ambiciosa como la que sujeta a La suerte del enano.

Por todo ello, solo me queda cruzar los dedos deseando que los lectores la disfruten tanto como lo he hecho yo al recuperar la esencia que en su día me hizo enamorarme de este oficio tan maravilloso como ingrato.

Disfrutar es mi suerte, mi buena suerte, que es «eso» que no somos capaces de reconocer al confundirlo con algo que creemos merecernos.

Pero solo lo creemos.

Teaser de La suerte del enano

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Autor: César Pérez Gellida. TítuloLa suerte del enanoEditorial: SUMA. VentaTodostuslibros y Amazon 

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César Pérez Gellida

César Pérez Gellida nació en Valladolid en 1974. Es Licenciado en geografía e historia y máster en dirección comercial y marketing. Ha desarrollado su carrera profesional en distintos puestos de dirección comercial, marketing y comunicación en empresas vinculadas con el mundo de las telecomunicaciones y la industria audiovisual hasta que, en 2011, decidió dedicarse en exclusiva a su carrera de escritor. Irrumpió con fuerza en el mundo editorial con Memento mori, en 2012. Constituía la primera parte de la trilogía «Versos, canciones y trocitos de carne», que continuó con Dies irae y se cerró con Consummatum est. Desde entonces ha publicado las novelas Khimera, Sarna con gusto y Cuchillo de palo. Actualmente sigue escribiendo y colabora como columnista en El Norte de Castilla. @cpgellida

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