Cuando Watson cita por primera vez a la «patrona» (en alguna otra traducción se habla de «la dueña de la casa» y en otra de la «casera», quizá la palabra inglesa breakfast contemple tal diversidad de acepciones), todos entendemos que se está refiriendo a la señora Hudson, la fiel ama de llaves que acompañó a la pareja de detectives de una forma abnegada durante toda la vida. Además, fue capaz de soportar las excentricidades de Holmes y los estropicios que le causaba en la sala de estar con los disparos que realizaba contra las paredes para imprimir en ella las letras V. R. (posibles iniciales de la entonces reina: Victoria Regina o igual de la leyenda: Veritas Regina: «La verdad sobre todo»), sin contar sus malolientes experimentos de química y otros detalles que lo convertían en el peor de los inquilinos de todo Londres.
Poco conocemos de la señora Hudson, ni siquiera a través de la lectura atenta del Canon podemos obtener referencias vagas de su edad, cuando todos sabemos que constituye una pieza fundamental de sus aventuras ya que era la encargada de la labor de intendencia de Baker Street. Es de suponer que cuando alquiló sus habitaciones a Holmes y Watson puede que fuera algo mayor que ellos, quizá una joven viuda de unos cuarenta y pocos años. A lo mejor Watson se podía haber explayado algo más sobre la vida anterior de esta señora tan importante como personaje. Eso sí, parece ser que era una mujer algo triste y muy callada que atendía a sus huéspedes con suma diligencia. Conan Doyle como agente literario de Watson le podía haber sugerido que para satisfacer la curiosidad de sus lectores le hubiera preguntado algún detalle de su vida anterior. Por ejemplo si en verdad era viuda y si su esposo, al que me supongo un valiente, rígido y bigotudo suboficial de las guerras que sostenía entonces el Imperio, había muerto en acto de servicio. No existe ni siquiera una foto envejecida colgada de la pared, ni una medalla honorífica depositada en la bonita vitrina de la sala de estar. Todo es misterio. La señora Hudson era como la sala de máquinas del 221B de Baker Street, pero más bien parece un personaje escondido tras el anonimato. Nadie la sorprendió nunca escuchando detrás de una puerta ni haciendo algo inconveniente. Ninguno de los dibujantes del Strand Magazine se dignó plasmarla con detalle en una de las muchas ilustraciones que enriquecen sobremanera el Canon. Nos la imaginamos, quizá por las muchas películas que hemos visto sobre el tema, como una mujer ligeramente entrada en carnes y de carácter bondadoso. Siempre se la requería por el nombre de señora Hudson y al final del camino de su vida parece que escogió marcharse con Holmes a su retiro de Fulworth. Si nos hemos atrevido a calcularle, de una forma gratuita, treinta y tantos años en el comienzo de Estudio en Escarlata, ahora tendría que rondar los sesenta y se decide a acompañar a Holmes en su aventura final al sur de las colinas de Sussex.
En la melena de león dice Holmes: «Mi casa está aislada. Mi anciana ama de llaves, mis abejas y yo tenemos toda la propiedad para nosotros solos». Es digna de señalar su participación en La aventura de la casa vacía moviendo el busto de cera de Holmes para darle verosimilitud a la escena. Y En su último saludo rinde importantes servicios al contraespionaje británico al aceptar, a petición del detective, ser el ama de llaves del agente secreto alemán Von Borck, a quien Altamont, que no es otro que Holmes disfrazado, vende sus falsos servicios. Es digno de señalar que ambos personajes la llaman Martha, lo que de nuevo ha sido objeto de controversia para muchos holmesólogos. En esta aventura se produce uno de los más deliciosos diálogos de la historia del Canon: «Viene viento del Este, Watson». «Creo que no, Holmes. El aire es tibio». «¡El buen Watson de siempre! Es usted el único que permanece inalterable en una era de cambios…». Es evidente que Holmes se refería a otra clase de “aire”.
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