“Para mis cincuenta años, mi hija me regaló una remera del Che Guevara”, me dijo mi amigo Gofe. “Ella tiene 25 años, y varias veces usó la remera del Che Guevara. A mí nunca me gustó, pero… la usaba ella. Qué voy a hacer. Ya es grande. Pero que me la regale a mí… para mis cincuenta años, a mí. No lo pude aguantar. Me descontrolé. Le pregunté si sabía de qué trabajaba el Che Guevara. Me dijo que trabajaba de revolucionario. Yo contesté que eso no era un trabajo. En algunas ocasiones, en contadas ocasiones, es una imposición de las circunstancias, un destino fatal o inevitable… pero no un trabajo. Los hombres y mujeres trabajan de maestros, de contadores, de mecánicos, de basureros; no de revolucionarios, eso es una circunstancia excepcional, no un trabajo. Levantarse a las seis de la mañana, llevar a tus hijos a la escuela, pagar la obra social, pagar los impuestos, y además no robar, no mentir y no matar. Porque incidentalmente el Che Guevara era médico, pero mató mucha más gente de la que salvó. ¿Y para qué los mató? En Cuba, ayudó a Castro a imponer la dictadura más duradera del mundo de habla hispana. Abolieron por completo la libertad de expresión. Encarcelaron a cuanto disidente osó alzar la cabeza. Persiguieron a los homosexuales y los encerraron en campos de “reeducación”. ¡Los encerraron en campos de reeducación! Le pedí que se lo cuente a sus amigos que festejan la ley de matrimonio igualitario con la remera del Che Guevada, porque yo lo llamo el Che Guevada, el impulsor del hombre huevo: yo viajé en el 97 a esa isla, y nunca vi a tanta gente haciendo huevo como la que vi en el centro de La Habana. No tenían trabajo, no sabían qué hacer, salvo venderme ron barato con etiqueta falsa. Y la prostitución… había escuchado toda mi vida que durante Batista La Habana era un prostíbulo gigante. No lo discuto. Batista era un dictador. Pero los Castro también son dictadores, y en el 97 La Habana era la ciudad con mayor oferta callejera de prostitución que yo haya visto en mi vida. No te miento, no soy un fanático, te estoy dando un testimonio vivencial. Pero lo que le recalqué a mi hija es que con el Che Guevara, hasta la mitad de los 60, Castro y su cohorte encerraban a los homosexuales en campos de reeducación. Entonces no me festejes el matrimonio igualitario con la remera del Che Guevara. Ponete una remera de Somerset Maugham; de Oscar Wilde, si querés. Pero no te pongas la del Che Guevara. Por hoy no, haceme ese favor. Y no me la regales a mí, porque yo soy un pobre infeliz que no sale a matar nadie, ni se prosterna ante Mao, ni hace tabletear las ametralladoras, ni le gusta que haya dos o tres Vietnam. Yo prefiero Mar del Plata. Dos o tres Mar del Plata; en verano, preferentemente. Yo no sé qué habrá hecho el Che Guevada por vos, le dije a Sofi; pero yo me levanté todos los días de tu primario y secundario para llevarte al colegio, te pagué la obra social, las comidas, la vivienda, te llevé y te traje de los bailes, soporté a tus novios, y te compré un departamento. No me quedó un mango. Tu madre me verduguea porque no fui capaz de ahorrar nada. Pero sobreviví a los noventa con el negocio textil, y quizás tus hijos lo puedan continuar, porque vos preferís las ciencias inexactas; no sé exactamente lo que hacés. Te respeto. Te banco. Vas a poder contar conmigo siempre. Pero no me regales la remera del Che Guevara. Porque el héroe soy yo. Yo me la banqué cincuenta años en este país, sin robar y sin mentir. Y te puedo asegurar que no fue fácil. Y te puedo asegurar que no es fácil. Por eso, querida hija, mi regalo para mis cincuenta años es que te pongas una remera con mi cara. Gofe sobrevivió cincuenta años. Mentime que soy tu héroe para mi cumpleaños. Porque salir a matar gente en el Congo, ¿sabés qué?, es más divertido que levantarse todos los días a las seis y cuidar a tus propios hijos. Hay que ver si al final de cuentas el gran sacrificio no lo hicimos los pobres diablos que elegimos vivir en paz y honestamente, y que uno de los grandes problemas del Che Guevara y sus acólitos era que no soportaban la vida cotidiana. Todavía no está todo dicho al respecto. Pero hasta que lo termine de descubrir, para mi cumpleaños número cincuenta ponete una remera con mi cara. Si querés, me podes poner: “Hasta la victoria de vez en cuando”.
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