Se puede buscar poesía en las cosas mínimas, en las minucias. Se puede encontrar en las grandezas que nos desbordan o en pequeños actos de fe cotidianos, a lo que llamamos costumbre. Y esto último es lo que hace Karmelo C. Iribarren, que con su libro La última del domingo —merecedor del Premio de Poesía Hermanos Argensola— continúa la estela que inició hace años, buscando el poema donde se abre «una compuerta en tu interior», como reza una de sus composiciones. El poeta de Donosti se entrega al análisis poético de la anécdota, buscando la belleza, el paso del tiempo o la certeza de la muerte en aquellos hechos que nos parecen intrascendentes, que siempre quedan al margen de nuestra atención porque caminan con nosotros a diario.
Dividido en tres partes, enumeradas y encabezadas con citas de Lorenzo Martín del Burgo, Carl Sandburg y Joaquín María Bartrina respectivamente, La última del domingo pone de manifiesto el avance de la vida con cierta nostalgia no exenta de socarronería: «Éramos jóvenes —escribe— / y no teníamos/ nada:/ ni novia ni futuro/ ni esperanza…// No teníamos ni un perro/ al que poder contarle/ nuestras desgracias.// Pero cómo/ no añorar aquellos tiempos:/ siempre se morían otros». El poeta donostiarra echa «Otro vistazo al tiempo» con cierto amargor: «Al tiempo no le gusta pasar/ inadvertido,/ como si no pasase.// Necesita continuamente/ cosas nuevas:/ vive de envejecerlas».
Haciendo honor al título que encabeza el libro, Iribarren, además, saca a relucir el verso tabernario, el que se escancia sentado en un taburete de la barra. Con una mirada mordaz hacia todo lo que le rodea, refleja la vida de hombres de negocios, de jóvenes de barrio, de sujetos anónimos que desfilan ante su mirada y se sientan en «La mesa de al lado»: «Hablan de la vida/ con un dominio de la situación/ realmente asombroso. […] Ver el mar me gusta/ por razones de muy variada índole.// En ocasiones, sin embargo, solo es una imperiosa necesidad». Y, como «La vida es corta», el poeta nos insta a seguir inmiscuidos en nuestros asuntos porque «hay bares para todo el mundo», refugios urbanos; metáforas, a fin de cuentas, de distintas formas de existencia.
Iribarren entona el canto de lo cotidiano, de lo que sucede sin pretenderlo. Nos habla de «esa épica/ minúscula/ de las vidas anónimas», las que trascurren a nuestro alrededor sin que nos demos cuenta. Señala que esas vidas, como la nuestra, son «las que mueven el mundo».
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Autor: Karmelo C. Iribarren. Título: La última del domingo. Editorial: Visor. Venta: Todos tus libros.
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