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La patria es Ibáñez - Zenda
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La patria es Ibáñez

Carlos Mayoral tenía siete años cuando descubrió, de la mano de su madre, el genio de Francisco Ibáñez. Tres décadas más tarde, en la hora del triste fallecimiento del gran historietista y escritor español, rememora el impacto que sus historias tuvieron en su formación como lector.

Perdonará el lector el tono melancólico y aun en cierto modo íntimo que poco a poco asume este texto. Se inflama sentimentalmente desde la anécdota que abre las Romanzas cada martes: arranca en Pozuelo de Alarcón, en el año de 1993, más o menos. Es decir, frisaba este que les escribe la edad de siete años. Tenía mi tío por aquel entonces un kiosco cerca de la estación de tren. Era un buen lugar aquel. Arrancaban los trenes como animales de leyenda y se perdían en algún punto del horizonte. Creían entonces los niños, siempre idealistas en su inocencia, que la vida reservaba lugares felices para ellos. Allí, junto a los andenes y las cafeterías de a cien pesetas la ración de churros se levantaba hercúleo el kiosco. Mi madre, ese día, decidió que había cumplido la edad suficiente para penetrar en el mundo sinuoso de la adolescencia y el tebeo. Así que puso uno de ellos entre mis manos. Vivía entonces España el fervor de las Olimpiadas del 92, así que la temática del asunto era, efectivamente, deportiva. Gatolandia 76 se titulaba aquella historia, y la firmaba un tal Ibáñez. Ese día me acosté en la pequeña cama del piso de Pozuelo de mis padres con Mortadelo y Filemón en el regazo. Treinta años después no he dejado, literal o metafóricamente, de hacerlo nunca más.

"Ibáñez es rocambolesco, es kafkiano, es dantesco, es maquiavélico, es dickensiano y es prácticamente cualquier otro epónimo literario que se nos ocurra"

Como todos los que estéis leyendo esto ya sabréis, ese genio llamado Ibáñez ha fallecido este fin de semana tras varias décadas de maravillosa creación literaria. Y digo bien, literaria. En las viñetas de Ibáñez hay algo del esperpento de Valle-Inclán y del costumbrismo de Larra, de la hilaridad de Gómez de la Serna y de locura racional de Cervantes. En Ibáñez está la picaresca, el drama, la comedia, el sainete, la fábula. Ibáñez es rocambolesco, es kafkiano, es dantesco, es maquiavélico, es dickensiano y es prácticamente cualquier otro epónimo literario que se nos ocurra. Porque sí, efectivamente, Ibáñez es literatura, como tantas veces reivindicaron aquellas voces que con buen criterio reclamaron el Princesa de Asturias de las Letras para él. Si se trata de transcribir el mundo entre páginas a través de la mímesis —¿acaso no es eso la literatura?—, entonces Ibáñez es el primero, el uno, un gigante entre enanos.

"Decía aquel poeta checo que la patria del hombre es la niñez. Añado yo que, para muchos, la patria es esa puerta que se abría, esa rutina de lectura"

En cualquier caso, podrán quitarle premios y reconocimientos, podrán despojarle de medallas y pódiums. Pero hay algo que no le podrán arrebatar nunca: la ilusión de aquellos niños que abrían la puerta a la rutina de la lectura, a mundos lejanos, a amores perdidos, a epopeyas extraordinarias, a asesinatos sin resolver, a criaturas imposibles, a poemas inolvidables, a ensayos sesudísimos, a traiciones imperdonables, a distopías fascinantes, a vanguardias ininteligibles. Decía aquel poeta checo que la patria del hombre es la niñez. Añado yo que, para muchos, la patria es esa puerta que se abría, esa rutina de lectura que sus tebeos fueron capaces de asentar en tantos y tantos muchachos sin nombre. Muchachos como aquel que se acercaba cada sábado a la estación para recoger su Mortadelo. Mientras, a su espalda, los trenes se marchaban a ninguna parte. Pero la ficción nos permitía obviarlo. Descanse en paz, maestro.

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Carlos Mayoral

Juntapalabras. Mitad machadiano, mitad azorinista. Ha publicado, entre otras novelas, 'Empiezo a creer que es mentira' (2017, Círculo de Tiza, finalista premio Ojo Crítico de Narrativa) y 'Un episodio nacional' (2019, Espasa). @Carlos__Mayoral

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