La única Rosalía en Galicia sigue siendo “santa” Rosalía de Castro. Fallecida hace ciento treinta y tantos años, el arraigo popular de la poeta de Padrón permanece. Y eso que la lengua gallega parece en trance de extinción; en todo caso, seguro que si todavía no se ha extinguido se debe no poco a ella, que desde la aparición de sus Cantares gallegos (1863) mantiene un idilio con sus paisanos.
Hija “ilegítima” de una “señorita” y de nada menos que un cura (identificado recientemente), es fácil imaginar el infierno de soledad, desconcierto e indefensión del que emerge una poesía que se resume en dos libros canónicos, los Cantares gallegos y el Follas novas (Hojas nuevas), que son la cumbre del romanticismo español, con permiso de Bécquer, Espronceda y el Duque de Rivas. El primer libro, Cantares gallegos, es una inspirada expansión personal, un acto íntimo de amor a la lengua salvaje que había acunado su infancia y que a la poeta, inmersa en un mar de dudas y reflexiones, le costaría años completar. Se publicó a instancias de su marido, que vio la potencia de unos versos “sencillos”, y hasta “simples” a veces, aunque para ella careciesen de atractivo literario y de interés público: iban, evidentemente, a la contra de “lo que se llevaba”. Sólo cuando, una vez publicados, empezó a encontrárselos por ferias y romerías en boca de iletrados que ignoraban que era “lo que se llevaba” comprendió el entusiasmo y el interés que había mostrado su marido, el filólogo Manolo Murguía: la gente los decía como propios porque había dado en el clavo. La lengua gallega valía y no sólo andaba, es que corría.
Su segundo libro apareció quince años después y si a veces Cantares gallegos parece prefigurar las tendencias neo-populares de los chicos del 27, el segundo me lleva a preguntarme en ocasiones si nuestra poeta no habría leído ya a los simbolistas franceses, lo ultimísimo de lo ultimísimo en su tiempo. No es fácil ni probable en aquella Compostela-Vetusta de los años de la Restauración, que uno imagina cerrada como una sacristía mal ventilada. Aunque a ratos parezca que sí y, bien pensado, tampoco sea imposible. Qué sabe nadie…
Aparece ahora en la colección Poesía portátil, de Random House, una escogida selección de la obra de este genio de la literatura española, que no en español, a cargo de Mauro Armiño con el título Una voz dulce resonó en mi oído; por supuesto, incorpora algunas de las conocidas traducciones al castellano del antólogo, que si no nos engañamos publicó originalmente Alianza y a él le procuraron el Premio Nacional de la especialidad en 1979. En Una voz dulce resonó en mi oído se recogen dos poemas de Cantares gallegos (el emblemático Adios rios, adios fontes y Pasa, río), más diecinueve de Follas novas (Hojas nuevas), entre los que se cuenta el no menos carismático Negra sombra, así como un buen puñado procedente del poemario castellano titulado genéricamente En las orillas del Sar, texto menos interesante, a nuestro juicio, aunque voces más autorizadas que la nuestra le encuentran su punto, así que… Una voz dulce resonó en mi oído es un librito bien presentado, de diseño atractivo y un precio, seis euros, no poco atractivo también en estos tiempos de guerras, inflaciones y miserias.
No se puede pedir más.
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