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La noche de los asesinados - Zenda
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La noche de los asesinados

Me anticipó, para mi sorpresa, que se contactarían conmigo en breve. No lo tomé en serio. Sin embargo, a los pocos días me llegó una convocatoria: el gerente general de contenidos del productor de marras me citaba a su hacienda, en un privilegiado remanso del llano bonaerense, para participar de un brainstorming alrededor de mi...

Me había prometido a mí mismo nunca más enviarle a un productor una idea. Solo un guión terminado: que lo aprobara o rechazara ipso facto. Pero la suerte, tan esquiva para cumplir nuestros anhelos, es ubicua para eludir nuestras promesas. En aquel vernissage, mientras le contaba el borrador de la trama a un amigo, otro de los integrantes de la ronda se presentó como productor. En rigor, alguna vez había oído hablar de él, vivía en Miami, pasaba por Buenos Aires por un negocio vitivinícola.

Me anticipó, para mi sorpresa, que se contactarían conmigo en breve. No lo tomé en serio. Sin embargo, a los pocos días me llegó una convocatoria: el gerente general de contenidos del productor de marras me citaba a su hacienda, en un privilegiado remanso del llano bonaerense, para participar de un brainstorming alrededor de mi proyecto. Formaban parte del sarao el gerente, un guionista de bigote fino y Ña Chacha, la casera, que nos servía mate, agua helada, y salame de alcurnia.

Comenzaron por pedirme que contara mi historia.

—Es una película de terror —expliqué—. De alguna lectura esotérica, de algún texto profano, se deduce que una ominosa noche los asesinados se levantarán de sus tumbas y se les permitirá vengarse. Cuentan con una sola vida a lo largo de esa noche, y pueden perderla en acción. La opción dura doce horas. Luego volverán a ser polvo en cualquier caso.

"Del mismo modo, en la película, un texto profano, apócrifo o demoníaco, o el conjuro de un taumaturgo, anuncia la redención de los asesinados"

Los asesinos se enteran de diferentes modos y en diferentes grados del aquelarre, y en su gran mayoría temen. Entre los asesinados también hay malvados, por supuesto. Y pudiera ocurrir que entre los redivivos del bajo fondo se mataran entre ellos por el derecho a ultimar a su asesino en común. A grandes rasgos, esa es la idea. Para todo lo demás, hay que pensar, escribir.

Hice una pausa y acoté:

—Trabajar

El guionista me miró con escepticismo. Por algún motivo, en esa expresión el bigote remarcaba su condescendencia. El productor preguntó:

—¿Y por qué resucitan?

La pregunta me dejó perplejo. Dije la verdad:

—Porque sí. Igual que nos morimos.

—No entiendo —insistió el productor.

Me refiero —insistí a mi vez— a que nadie nos explica por qué nos morimos. Del mismo modo, en la película, un texto profano, apócrifo o demoníaco, o el conjuro de un taumaturgo, anuncia la redención de los asesinados. De hecho, está un poco más explicado esto de los resucitados que nuestras muertes en general.

—Lo que te quiere preguntar —tradujo innecesariamente el guionista, apartando como a una mosca mi explicación con un gesto de su mano— es la razón práctica por la cual resucitan. ¿Un accidente nuclear, una lluvia tóxica, un efecto sísmico?

Fingí que lo pensaba y repetí:

"Esto es más una película de terror como esas norteamericanas en que durante una noche se puede salir a matar legalmente"

—No, nada de eso. Resucitan porque sí. Hay algunas películas, apenas puedo recordar cien, pero son miles, con zombies. No sé si los escucharon nombrar. Aparecen zombies porque sí. Nadie explica nada. No es por algo que hayan comido. Tampoco por el cambio climático. Simplemente son zombies. Recuerdo un capítulo de Dimensión desconocida en que dos farsantes le hacían creer a los habitantes de distintos pueblos del Medio Oeste americano que eran capaces de resucitar a los muertos. Los familiares pagaban para que oficiaran el prodigio. Pero cuando les anunciaban que los muertos realmente arribaban, la mayoría de los deudos, como en La pata de mono, de Jacobs, preferían que los occisos permanecieran en sus tumbas. Entonces los estafadores huían con lo recaudado, como los sastres del traje del emperador. Hasta que en un pueblo los muertos se hartaban del embuste y realmente resucitaban. Y acababan con los estafadores, si mal no recuerdo. Gran capítulo. A lo que voy es que cuando los muertos realmente resucitan lo hacen por hartazgo, no por algún tipo de explicación científica. No por lo menos una explicación científica realista. Luego tenemos el caso de la película La mosca, donde sí hay algún tipo de explicación científica, pero nada realmente serio. No creo que Jeff Goldblum pudiera presentarse al Premio Nobel en ese rubro. Es más para el Oscar. En fin: en mi película los muertos asesinados resucitan porque sí, una sola noche, para vengarse de los asesinos. También me podrían preguntar: ¿y por qué en vez de vengarse no dialogan con los asesinos? ¿Por qué no proponen la cadena perpetua en lugar del ojo por ojo? Pero eso ya sería otra película: quizás una comedia de humor negro. Esto es más una película de terror como esas norteamericanas en que durante una noche se puede salir a matar legalmente. Bastante parecido a cualquier noche del conurbano bonaerense, no muy lejos de aquí, por otra parte.

El productor y el guionista me observaron girando a la vez la cabeza en una onda negativa —ellos mismos cual zombies—, leve, sutil… y terminante. Ña Chacha me sirvió un vaso de limonada con jengibre, como si me conociera. Una exquisitez.

Y mientras yo paladeaba el elixir, repentinamente habló:

—Dios no lo permitiría.

Repliqué:

—Esa es una objeción valedera. Por eso la profecía figura en un texto pagano: un poder de ultratumba, pero no divino.

Ña Chacha lo meditó como si aprobara mi respuesta.

—Estamos en el siglo XXI —me informó el guionista.

—Y son las tres de la tarde —agregué señalando el reloj de pared.

El productor se puso de pie para despedirme. El guionista entrelazó las manos sobre el pecho como un verdugo.

—Estamos en contacto —me dijo el productor.

Ña Chacha me llevó en sulky hasta la tranquera, donde me aguardaba el remisse.

—Mis muertos vienen a verme varias veces al año —confesó Ña Chacha, como si hablara del clima—. Hay una a la que le tengo miedo. No murió como se sabe. Le pido a diosito que usted no le haya dado ideas.

Me dejó en la salida sin furia, pero con aprensión. Mientras la miraba alejarse por la ventanilla del auto, sentí que aquel viaje había valido la pena.

—————————

Este artículo fue publicado en el diario Clarín de Argentina

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Marcelo Birmajer

Marcelo Birmajer nació en Buenos Aires en 1966. Ha publicado, entre otros títulos, las novelas Un crimen secundario (1992), El alma al diablo (1994), Tres mosqueteros(2001), La despedida (2010), El Club de las Necrológicas (2012) y Las nieves del tiempo (2014), El rescate del Mesías (2018); los relatos Fábulas salvajes (1996), Ser humano y otras desgracias (1997),Historias de hombres casados (1999), Nuevas historias de hombres casados (2001), Últimas historias de hombres casados (2004), además de la crónica El Once. Un recorrido personal (2006) y Libro de emergencia (2013). Es coautor del guión de la película El abrazo partido, ganadora del Oso de Plata en Berlín 2004. Escribe semanalmente en el diario Clarín. Ganó el premio Konex 2004 como uno de los cinco mejores escritores de la década 1994-2004 en el rubro Literatura Juvenil. Sus libros han sido traducidos al inglés, hebreo, neerlandés, esloveno, japonés, lituano, búlgaro, francés, coreano, italiano, portugués, rumano, alemán y estonio. En 2017 fue declarado por la Legislatura porteña Personalidad distinguida de la cultura de la Ciudad de Buenos Aires. El 29 enero de 2005 The New York Times dedicó dos páginas a una nota sobre su obra. Su más reciente novela es Martín Fierro, siglo XXI, en coautoría con Simón Birmajer.

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